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Historias de Gipuzkoa

Pío Baroja, el escritor que renunció a ser doctor y panadero para vivir de la literatura

Su dura experiencia como 'médico de espuela' en Zestoa durante un año y su escepticismo hacia la Medicina marcaron su existencia y sus novelas

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 22 de septiembre 2025, 06:59

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Pío Baroja es considerado uno de los principales representantes de la generación del 98, aunque a él nunca le gustó que le encasillaran por sus obras. Tras doctorarse en Medicina fue médico durante un año en Zestoa. Renunció al puesto por voluntad propia, cansado «de la vida sórdida y llena de pequeñas rivalidades de pueblo». A continuación regentó junto a uno de sus hermanos una panadería de su familia en Madrid, pero tampoco le atraía este negocio. Al final se decantó por la literatura con estas palabras: «Era lo mejor que podía haber hecho; cualquiera otra cosa me hubiera dado más molestias y menos alegrías». Su pasado como galeno está salpicado en todas sus novelas, sobre todo en 'El árbol de la ciencia'. Estas son algunas pinceladas del periplo vital de un escritor al que tachaban de cascarribas y escéptico.

Pío Baroja nació en San Sebastián un 28 de diciembre (día de los Santos Inocentes) de 1872, como lo recuerdan una placa en la fachada de la casa natal, en la calle Okendo número 6, y una estatua frente a la misma, . Era hijo de un ingeniero de minas que se desplazó con su familia a varias ciudades. De San Sebastián a Pamplona; de Pamplona a Madrid; de Madrid a Valencia, y de Valencia otra vez a Madrid. Como estudiante de Bachiller, el joven errante no destacó, más por falta de interés que de talento A continuación inició la carrera de Medicina «como quien toma una pócima amarga», según reconoció. Ya iba dando muestras de su crónico escepticisimo y su difícil carácter. Finalizó los estudios en Valencia en 1891 y dos años después se doctoró –paso necesario para ejercer– con una tesis titulada 'El dolor'. Confesó que terminó sus estudios «sabiendo muy poco o casi nada de medicina verdadera, como la mayoría de los estudiantes».

En sus memorias explica que en 1894 su padre colaboraba como articulista en el periódico donostiarra 'La Voz de Guipúzcoa', por lo que lo recibía en Valencia. «Un día leí yo, en Burjasot, o leyó alguno de mi familia, que estaba vacante la plaza de médico en Cestona. Decidí solicitarla, y envié una carta y la copia del título. Resultó que fui el único que se presentó a la vacante, y me la dieron. Recuerdo que esto fue a finales del mes de julio y llegué a esa localidad el día de San Ignacio de Loyola. Fiesta en Guipúzcoa».

Más tarde se enteraría que en su destino había otro facultativo, más veterano y que tenía un mayor sueldo del que le ofrecía a él el Ayuntamiento de Zestoa. Esto no le echó para atrás, y después de un viaje de seis horas en diligencia desde San Sebastián se presentó en esa localidad como 'médico de espuela'. Se trataba de una figura que estuvo presente en España desde el siglo XVII. Hacía referencia a que el galeno se desplazaba en caballo o mula para atender a los pacientes en una región rural. Pío Baroja accedió al cargo el 18 de agosto de 1894 y cesó, por renuncia y voluntad propia, el 10 de septiembre del año siguiente.

Manuscrito en el que Pío Baroja solicita la plaza de médico en Zestoa, y carta en el que renuncia al puesto.

Residió unos meses en casa de la 'serora' (sacristana) de Zestoa. Era un edificio situtado al lado de la iglesia. Se instaló en el cuarto ocupado antes por un notario. «Tenía una biblioteca de libros de Derecho y de devoción que a mí me atraían poco», destacaría posteriormente Pío Baroja. La vivienda estaba en la entonces conocida como calle Oquerra y la mujer se llamaba Dolores. Después se trasladó a una casa construida por un médico antiguo que había ejercido en el pueblo hacía treinta o cuarenta años. Contaba con una huerta que daba al Urola en la que le gustaba trabajar al nuevo médico.

En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, el 12 de mayo de 1935, Pío Baroja soltó perlas como estas en relación a su estancia en Zestoa: «el oficio de médico de aldea era entonces, y seguirá siendo ahora, difícil, mal pagado, trabajoso y de gran responsabilidad. La vida de médico de pueblo me pareció dura, aunque tenía ciertamente algunas compensaciones. Un tanto de escepticismo y otro tanto de prudencia me evitaron el hacer disparates, que deben ser muy frecuentes entre personas que comienzan a ejercer la profesión, aunque sean sabias y bien enteradas. Tuve rivalidades con otro médico más antiguo, rivalidades que yo no sólo no las busqué, sino que las rehuí. La responsabilidad de tener una función demasiado importante, la falta de práctica y de conocimientos científicos completos, el aislamiento, me hicieron pasar mala época» [...] «Era demasiado escéptico en cuestiones de Medicina para hacer imprudencias [...] casi siempre empleaba los medicamentos a pequeñas dosis; muchas veces no producían efecto, pero, al menos, no corría el peligro de una torpeza». [...] «A veces molestaba uno a los pacientes sin quererlo y sin pensarlo. Muchas viejas enfermas, aunque no se hallaban graves, le decían a uno que querían confesarse y comulgar. Si entonces se les decía que no se encontraban en estado tan grave, resultaba que se incomodaban. Al parecer, diciendo que se encontraban mal eran más atendidas y cuidadas».

A pesar de su juventud las jóvenes le llamaban «medikuzarra» y «multizarra», y decían que hablaba en euskera «como los curas en los sermones»

A Pío Baroja le llamó la atención que a pesar de su juventud las jóvenes del pueblo le llamaran, no sabía si con cariño o maldad, «medikuzarra» y «multizarra» (solterón). Tampoco fue muy de su agrado que los vecinos comentaran que hablaba en euskera «como los curas en los sermones». Al ser funcionario municipal, cuando cumplió el primer mes como médico el alguacil de Zestoa le entregó «ciento y tantas pesetas de mi sueldo. Me pareció casi una fortuna».

Volviendo a su intervención ante los académicos, rememoró que «a veces, en medio de la noche, se oía el golpe de la aldaba, y al preguntar '¿Quién es?' contestaba una voz en vascuence: '¿Está el médico en casa?'. Entonces me levantaba y me vestía de mala gana, añorando la cama y el fuego del hogar».

Resaltó, asimismo, en la RAE, durante su discurso de ingreso, titulado 'La formación psicológica de un escritor', que fue en esa época cuando se dedicó a escribir cuentos e impresiones «en un cuaderno donde tenía el registro de los igualados de pequeño industrial». Supuso el germen de su primer libro, 'Vidas Sombrías'.

La mayoría de los días el joven doctor se desplazaba a caballo para visitar a pacientes que vivían en caseríos desperdigados en los montes de Aizarna, Arrona, Errezil e Itziar. Lo hacía entre la lluvia y la nieve, y con la única luz de un farol. Llamaba la atención de los vecinos por su viejo rocín, «de unos 32 años» y al que llamó Juanillo. Se lo prestó un cochero de San Sebastián. Admitió que se cayó dos o tres veces, en una ocasión al borde de un precipicio camino de Aizarna. «Si ruedo por él, probablemente, no lo hubiera podido contar», recordaría años después.

Nada más ocupar el puesto fue patente su mala relación con su compañero Pedro Díaz, que fue cirujano médico en el ejército carlista

Nada más ocupar el puesto fue patente su mala relación con el otro médico de Zestoa, Pedro Díaz, quien se obsesionó por menospreciar la labor de Pío Baroja con el fin de restarle clientela. Escribió sobre esta experiencia en una de sus novelas más conocidas, 'El árbol de la ciencia'. Su rival ejercía en el municipio desde hacia más de treinta años. Había sido cirujano médico en el ejército carlista. Ambos se repartieron el pueblo por zonas. El numero de pacientes del bisoño doctor era de tres o cuatro diarios y, para su pesar, las familias mas pudientes acudían al veterano galeno, ya que confiaban más en él debido a su larga experiencia. Según el principiante facultativo el viejo médico estaba «más interesado en cobrar que en la ciencia, la higiene y la compasión, así como con el clero de la zona, que me acusaba de ateo».

Pintura de 1896 en la que Pío Baroja, como 'médico de espuela' en Zestoa, atiende a un niño con anginas en la casa del pequeño, con el rocín atado al fondo. Cedida por Manuel Solórzano

Uno de los enfrentamientos más relevantes entre ambos facultativos se produjo en el cementerio del municipio. Pío Baroja era un amante de la antropología de una forma global, humana y cultural. Por ello, practicó en la morgue las autopsias a los cuerpos de los vecinos del pueblo muertos en forma violenta o sospechosa. Conocía personalmente a algunas de esas personas. Un día accedió al osario del camposanto con el permiso del enterrador. Separó un centenar de cráneos que estaban en buen estado de conservación. Pensaba llevarlos a su casa en series de seis o siete, hacer las mediciones, con fines antropológicos, y devolverlos después. Sin embargo, el viejo médico le mostró su oposición. Le contestó que no permitiría este tipo de examen si no le pedía autorización al obispo, cosa que finalmente no hizo.

El doctor Pedro Díaz, al igual que el sector católico del municipio, tampoco veía con buenos ojos el interés de Pío Baroja por las prácticas frecuentes de la medicina popular: curanderos, emplasteros, herbolarios y hechiceros. Precisamente, el futuro escritor de éxito realizó la autopsia de una curandera considerada medio bruja a la que llegó a conocer. La mujer vivía en un chamizo, cerca de una cantera, a la salida del pueblo. Falleció una noche como consecuencia de una caída propiciada, al parecer, por una borrachera.

El propio Pío Baroja mantuvo que los partos eran una de las prácticas médicas que más le impresionaban. Así lo refleja en su relato 'Noche de médico'. «Muchas veces tuve que esperar que un nuevo ciudadano viniera al mundo mientras yo entretenía el tiempo fumando y calentándome los pies a la llama de la cocina de un caserío. Es difícil dar una sensación tan completa de la vida del caserío aislado y triste, en medio de la soledad y de la lluvia. Cuando volvía de uno de aquellos lugares apartados al pueblo me parecía entrar en una gran ciudad». Rememora, asimismo, el caso de una parturienta con una hemorragia tal, que la sangre había empapado el colchón, atravesado el suelo y hecho un charco en el portal del caserío. Salió de la vivienda pensando que aquella mujer estaría muerta dos o tres horas después. Para su sorpresa, a los quince días estaba trabajando en el campo.

Pio Baroja de joven.

Además de a los vecinos de Zestoa, Pío Baroja también tuvo que atender a foráneos, como los trabajadores del balneario que se estaba construyendo desde un años antes de su llegada al municipio. Aunque eran de varias provincias los zestoarras los llamaban despectivamente «los madrileños». No pudo salvar la vida de uno de ellos que cayó desde el techo de un salón que estaba onarmentando junto a otros obreros, y que se había fracturado el cráneo.

Muestra del creciente malestar de Baroja por su situación en Zestoa es otra de sus demoledoras citas: «En la práctica de la medicina, en la aldea, se ven cosas muy extrañas, a veces terribles, que dan una impresión quizá demasiado viva del fondo de egoísmo y de brutalidad del hombre». No ocultaba que cada vez estaba más cansado «de la vida sórdida y llena de pequeñas rivalidades de pueblo». Esta visión no hizo más que aumentar la depresión y la melancolía en el incipiente escritor.

«En la aldea, se ven cosas muy extrañas que dan una impresión quizá demasiado viva del fondo de brutalidad del hombre»

En 1934 escribió en el periódico madrileño 'Ahora' un artículo titulado 'Divagación sobre lo pintoresco', «Cestona era, hace cuarenta años, una aldea amurallada, gris y oscura, sobre un cerro pedregoso. Cuando la volví a ver había una serie de artefactos blancos de cemento que parecían huesos de algún animal prehistórico. Me prometí no volver más al pueblo».

Cuando escribió esto no podía imaginar que en la fachada de la vivienda de la sacristina Zestoa en la que habitó tan pocos meses se conserva una placa que dice así: «En esta casa vivió el ilustre escritor D. Pío Baroja. Gloria de la literatura española y funcionario de este ayuntamiento». Además, la plaza en la que esta ubicado el edificio lleva su nombre. Conserva la disposición original de los solares medievales y es un lugar de interés histórico y cultural en la villa.

Placa en homenaje a Pío Baroja en la casa en la que se alojó al llegar a Zestoa.

Antonio de la Villa, ministro de España en Costa Rica, escribió en 1938 en la publicación 'Mi Revista', editada en Barcelona, que «valiéndose de su titulo, hubo de lograr una plaza en Cestona, cerca de San Sebastián. A los pocos días quiso poner en práctica sus medios científicos en un pulmoniaco, y el enfermo se le fue de entre las manos. La gente creyó que Baroja estaba tocado de brujería, y de Cestona tuvo que salir a uña de caballo». Precisamente, en su enorme e importante biblioteca en Itzea, su entrañable casona de Bera, el ya popular escritor reunió varios cientos de documentos inquisitoriales y libros sobre brujería y ocultismo, uno de sus temas preferidos.

Pío Baroja remarcó que lo único positivo de su estancia en Zestoa fue que en esa localidad «empecé yo a sentirme vasco, y recogí ese hilo de la raza, que ya para mí estaba perdido». En esta línea, es famosa su frase: «El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando».

Pidió ayuda a su padre para lograr una plaza de médico en San Sebastián pero los amigos de su progenitor no le apoyaron

Tras dejar su puesto de 'médico de espuela' de Zestoa, y al encontrarse sin empleo, solicitó ayuda a los amigos de su padre para lograr una plaza en San Sebastián. Su progenitor, Serafín, nació en 1840 en la Plaza de la Constitución en el seno de una acomodada familia de ideología liberal. Además de ingeniero de minas fue escritor popular, editor y periodista, tanto en español como en euskera. Es el autor de la letra de la Marcha de San Sebastián, himno de la ciudad que compuso Raimundo Sarriegui, y existe un parque en su honor.

Un respetado donostiarra que tenía una gran influencia en la ciudad respondió al patriarca del clan de los Baroja: «¿Cómo le vamos a dar un empleo a tu hijo, si en Cestona solía estar trabajando los domingo en la huerta y no acudir a misa para hacer ostentación de sus ideas religiosas». Pío Baroja nunca negó que era agnóstico y que ya desde niño nunca simpatizó con la Iglesia. Otros conocidos de la familia le reprocharon que era un hombre de carácter insoportable y que en Zestoa se había peleado «con todo el mundo». «No era cierto, no me había peleado con nadie más que con el médico Díaz, que se había peleado conmigo y que luego siguió riñendo con todos los médicos que fueron al pueblo», se defendió el todavía aspirante a una plaza de doctor en la capital guipuzcoana. A pesar de estas palabras, lo cierto es que tuvo diferencias también con el alcalde, el párroco y el sector católico del pueblo. Años después reconoció que sentía agobiado por ser »el único liberal de un pueblo donde solo se encuentran carlistas e integristas«. Siempre se identificó como un »liberal radical« y »anarquista«. Llegó a escribir que «todo eso de izquierda, derecha y centro yo lo veo muy claro en los descansillos de las escaleras, pero en la vida no lo noto absolutamente en nada».

Pío Baroja en su casa de Madrid.

Tal vez la reacción de los hombres poderosos de San Sebastián le llevó a manifestar años después una de sus frases más famosas y controvertidas: «Soy guipuzcoano y donostiarra, lo primero me gusta, lo segundo, poca cosa. Hubiera preferido nacer en un pueblo entre montes, o en una pequeña villa costeña, que no en una ciudad de forasteros y de fondistas». Visto lo visto, no es de extrañar que siempre se destacara su personalidad su talante hosco, asocial, solitario y amargado, de una timidez casi enfermiza pero de una sinceridad provocadora y que siempre mostró su pesimismo sobre el hombre y el mundo. Los que le conocieron bien aseguran que pese a todo ello también era un hombre culto, compasivo y tierno.

Pío Baroja también solicitó plaza de médico en Segura, Zarautz, Zumaia y Salamanca, ésta por mediación de Unamuno, pero al recibir un rotundo 'no' a todas sus solicitudes este eterno 'cascarrabias' se desplazó a Madrid para regentar junto a su hermano Ricardo la panadería de una tía suya. Se convirtió así, junto a Ramiro de Maeztu, en el único escritor de la que habría de conocerse como Generación del 98 con una experiencia obrera directa.

«Dedicarme a la literatura era lo mejor que podía haber hecho; cualquiera otra cosa me hubiera dado más molestias y menos alegrías»

Situada en la calle Capellanes, hoy Maestro Victoria, la tahona fue la pionera en la capital en la fabricación cotidiana de barras alternativas a las tradicionales de trigo candeal. Su creciente amor por las letras le llevó a organizar tertulias literarias en su panadería, a las que asistían, entre otros, Azorín y Valle-Inclán. Al final los hermanos Baroja se fueron desentendiendo cada vez más del negocio y lo vendieron en 1902 a un hombre originario de Galicia que habían contratado cuando solo tenía 14 años y que pasó a ser la 'mano derecha' de los propietarios. Pío apostó por la literatura y Ricardo por la pintura. Dieron este giro a sus vidas a pesar de que cada uno de ellos llegó a ganar en la tahona 40.000 pesetas al año. Además, el todavía no famoso escritor jugaba a la Bolsa y lograba así mejorar su no siempre boyante economía.

Exterior de la panadería Caspellanes en 1918.

Como consecuencia de este pasado como panadero a Pío Baroja le gastaron bastantes bromas que no recibía muy bien. «Es un escritor de mucha miga, Baroja», dijo de él Rubén Darío a un periodista. A lo cual respondió el aludido: «También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio».

Para conocer su decisión final de dedicarse a la literatura nada mejor que leer lo que sigue. «Era lo mejor que podía haber hecho; cualquiera otra cosa me hubiera dado más molestias y menos alegrías. Yo me he entretenido mucho escribiendo y he ganado algún dinero, poco, era lo suficiente para hacer algunos viajes, que de otra manera no los hubiese hecho nunca». Así termina el volumen de sus memorias 'Familia, infancia y juventud': «Había sido médico de pueblo, industrial y aficionado a la literatura. Había conocido bastante gente. El ir a América no me seducía. Llegar a tener dinero a los cincuenta años no valía la pena para mí. Quería ensayar literatura Ya comprendía que ensayar literatura daría poco resultado pecuniario, pero mientras tanto podía vivir pobremente, pero con ilusión. Y me decidí a ello». Había quedado tan disgustado de su pasado como médico que, cuando le preguntaban la profesión en algún documento oficial, prefería poner industrial panadero que doctor en Medicina.

Su libro 'Vidas sombrias'.

Su experiencia en Zestoa estuvo presente en todas sus novelas y artículos periodísticos. Arrancó con un pequeño relato ('Noche de médico' recogido en el primer libro de cuentos que publicó: 'Vidas sombrías' (1900). Le siguieron, entre otros títulos, 'Zalacaín el aventurero' (1909), 'César o nada' (1910), 'El árbol de la ciencia' (1911),'Juventud, egolatría' (1917), 'Allegro final' (1929), su discurso en la Real Academia Española (1935), 'El cura de Monleón'(1926) y sus memorias 'Familia, infancia y juventud' (1944).

Pío Baroja falleció el 30 de octubre de 1956 en su domicilio de Madrid, concretamente en el número 12 de la calle Ruiz de Alarcón. El féretro fue portado entre otros por quien sería premio Nobel de literatura en 1989 Camilo José Cela. También acudió al sepelio Ernst Hemingway, premio Nobel de Literatura en 1954, quién le había visitado un mes antes en su casa de Itzea. Fue enterrado en el Cementerio Civil de Madrid. La ciudad le rindió un homenaje con una placa en la fachada del inmueble en el que residió durante años y con una estatua al final de la Cuesta de Moyano, junto al cruce con la calle de Alfonso XII. El legado de este escritor que renunció a ser doctor y panadero para vivir de la literatura sigue vivo.

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