Los migrantes clandestinos del Bidasoa
Durante siglos, miles de personas han tenido que ingeniárselas para cruzar el río, ya que las autoridades fronterizas les impedían el paso
A lo largo de la historia, muchas personas han tenido vetado cruzar la frontera hispano-francesa. A pesar de que huían de la desigualdad, de las guerras y de regímenes políticos, las autoridades fronterizas les impedían el paso. Su desesperación les obligó a cruzar el Bidasoa a través de pasos clandestinos: esa era la única forma de alcanzar una vida digna.
Así ocurrió, por ejemplo, el 9 de diciembre de 1613 cuando unos comisarios de Castilla condujeron a once hombres, seis mujeres y tres niños al paso de Behobia. Allí los subieron a una gabarra, cruzaron con ellos el Bidasoa y los dejaron al otro lado de la frontera. Sin embargo, poco tiempo después de desembarcar, las autoridades francesas los detuvieron, esperaron a que anocheciera, los subieron a otra gabarra y, aprovechando la oscuridad, los llevaron de nuevo al paso de Behobia. Una vez en tierra, las veinte personas buscaron un lugar donde esconderse: las madres con sus hijos escaparon hacia la iglesia, el resto huyó hacia el monte.
En realidad, esas personas huían porque eran moriscas, una comunidad a la que se había desterrado de España. A pesar de que la orden de expulsión de las personas de ascendencia musulmana se había decretado en 1609, el proceso duró cinco años. Precisamente, el número de moriscos era tan elevado que fueron expatriados de forma progresiva. De manera que aquellos hombres, mujeres y niños formaba parte de los últimos moriscos exiliados.
Los moriscos se encontraron en una encrucijada: no podían vivir en España, pero tampoco entrar en Francia
De esas veinte personas, unas venían de Burgos, otras de Medina del Campo y algunas de Ávila. Cuando en su día les llegó la orden de abandonar sus casas les dieron la opción de migrar a Marruecos, Túnez o Argel, pero prefirieron no hacerlo. Al fin y al cabo no tenían mucho margen de maniobra: Felipe III había ordenado que las familias moriscas que quisieran llevarse a sus hijos, debían instalarse en un Estado cristiano. De forma que eligieron el país más cercano: Francia.
Sin embargo, Francia no era el país de acogida que esperaban. Allí también rechazaban a las personas que no profesaran la fe cristiana. De manera que se encontraron en una encrucijada: no podían vivir en España, pero tampoco entrar en Francia. Así, la única salida que les quedó fue esconderse, encontrar un paso clandestino, volver a entrar en territorio galo y confiar en que no les descubrieran.
No obstante, como ninguna de estas veinte personas conocía Irun ni sus montes, las autoridades descubrieron sus escondites. Primero encontraron a las que más complicado lo tenían para ocultarse: las dos madres con sus criaturas. Las descubrió un vecino de Irun que vio cómo se refugiaban en los soportales del hospital de esa localidad. Enseguida se dio cuenta de que eran forasteras: su color de piel y su forma de vestir las delataba. Esa noche, las dos mujeres y sus hijos durmieron en la cárcel de la Aduana.
Dos días más tarde, las autoridades apresaron a seis hombres y cuatro mujeres que se había refugiado en el monte. Después la búsqueda continuó para localizar a las cinco personas que faltaban, pero no dieron con ellas. Probablemente habían logrado pasar a Francia a través de un paso clandestino.
El 13 de diciembre, las autoridades sacaron a los seis hombres, seis mujeres y tres niños de la prisión, los llevaron al embarcadero que había junto a la iglesia, les ataron las manos para que no escaparan y cruzaron el Bidasoa en gabarra. Por suerte, nadie cayó al agua, de lo contrario, con las manos inmovilizadas, habrían muerto seguro. Cuando llegaron al otro lado de la frontera, les dieron la libertad. Una vez en Francia, era cuestión de suerte que no los interceptaran.
Aunque la mayoría cruzó la frontera por Cataluña, muchos otros moriscos atravesaron el Bidasoa
Lo cierto es que entre 1609 y 1614 miles de moriscos se exiliaron en el sur de Francia. Aunque la mayoría cruzó la frontera por Cataluña, muchos otros atravesaron el Bidasoa. Pese a que se desconoce cuántas personas pasaron por una y otra frontera, los historiadores creen que fueron entre 50.000 y 60.000 moriscos. Eso sí, el cruce nunca estuvo exento de peligros: el encarcelamiento, el hostigamiento, la incertidumbre e incluso la muerte por ahogo eran los riesgos de la ruta.
Exilio portugués
Tres siglos después, el Bidasoa recibió otra oleada de migrantes clandestinos: los portugueses que huían del régimen dictatorial de Salazar y de las órdenes de combatir en las colonias portuguesas en África. De hecho, todos los jóvenes en edad de hacer el servicio militar estaban obligados a luchar en Angola, Mozambique o Guinea-Bisáu. De manera que entre 1963 y 1973 miles de portugueses cruzaron a Francia.
Aunque los migrantes portugueses podían salir de su país y atravesar España de forma legal, necesitaban para ello el pasaporte; ahora bien, para obtenerlo, se les exigía mostrar el diploma de Educación Primaria y debían esperar más de 6 meses para que se lo entregasen. Estas dos condiciones abocaban a la mayoría a convertirse en clandestinos: muchos carecían de estudios —y, por tanto, de diploma— y casi todos iban a Francia porque allí tenían apalabrado un trabajo donde debían incorporarse inmediatamente, es decir, no podían esperar 6 meses.
Si las autoridades los interceptaban, no solo eran devueltos a su país, sino que podían ser encarcelados
Los migrantes viajaban escondidos en falsos fondos de camiones, en maleteros de coches o en trenes de mercancías. Descansaban en casas de particulares, que les acogían previo pago de una cantidad de dinero. Si las autoridades los interceptaban, no solo eran devueltos a su país, sino que podían ser encarcelados. En esos años, Portugal consideraba la migración clandestina como un crimen.
Una vez en Irun, ante la imposibilidad de cruzar los puentes y el desconocimiento del terreno, los migrantes se veían obligados a depender de los pasadores y a utilizar rutas clandestinas. De ahí que en Irun y en Hendaya existiese una red de personas que cobraban por esconder y pasar a los portugueses. Esa red incluía puntos de acogida, taxis y gabarras.
A pesar de que la mayoría de los migrantes conocían los riesgos de utilizar los pasos clandestinos para cruzar la frontera, no tenían otra elección para escapar de la pobreza y de la guerra. De manera que muchos de ellos intentaron pasar a nado el río, en consecuencia numerosos migrantes murieron ahogados.
Cientos de fallecidos
Si bien, no existen datos reales sobre el número total de fallecidos, la prensa de la época habla de cientos. De hecho, en 1973, un artículo mencionó que el año anterior se habían ahogado 130 migrantes en el Bidasoa. De ellos 80 eran portugueses y 50 africanos, estos últimos también huían de la guerra en las colonias portuguesas.
Las personas que lograron pasar de forma clandestina a Francia se convirtieron en mano de obra barata y explotada en Francia. Entre medias, su dinero sirvió para que una red de pasadores que hubo en Irun y Hendaya se enriqueciera a su costa.
En la actualidad, pasar la frontera sigue estando prohibido para un determinado grupo de personas. En esta ocasión, son los migrantes procedentes de África occidental que huyen de la guerra, de los golpes de Estado, de la violencia de género, del hambre y de la desigualdad.
Al igual que en su día lo hicieron los moriscos y después los portugueses, los migrantes africanos utilizan los pasos clandestinos para llegar a Francia. Aunque ha cambiado la procedencia de los desplazados, los motivos por los que huyen son los mismos, también los riesgos que corren al cruzar por los pasos clandestinos. De hecho, entre 2019 y 2022, cinco migrantes se han ahogado en el Bidasoa cuando trataban de alcanzar una vida digna.
Con frecuencia, la historia se repite.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión