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Historias de Gipuzkoa

Un mal día para los guipuzcoanos: 12 de diciembre de 1474

Isabel de Trastámara es proclamada reina de Castilla y Luis XI, el 'rey araña' comienza a tejer su red sobre el Bidasoa

Martes, 10 de diciembre 2024

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Fue al declinar el otoño de 1474, el día 12 de diciembre de ese año, cuando Isabel de Trastámara fue proclamada reina de Castilla, ya por entonces uno de los reinos más poderosos de la Europa cristiana. Los hechos ocurrieron del modo habitual en aquella época sumida en un período político muy turbulento, en el que gran parte del continente ardía en disputas internas y entre esos mismos reinos cristianos. En Castilla la muerte de Enrique IV, hermano de Isabel, abre nuevas heridas que se habían cerrado, más o menos, durante aquel reinado. Son los tiempos de bastos y bajos apodos para las personas reales. Así Enrique IV, rey bienamado en tierra vasca por sojuzgar a los bandoleros feudales, es llamado «el Impotente». Y a su hija Juana se le dará el mote de «la Beltraneja», negando que fuera hija de ese rey del que se decía era incapaz de engendrar y atribuyendo esa paternidad a Beltrán de la Cueva. Uno de los hombres de confianza -escasa al parecer- de Enrique IV. Comenzaba así lo que culminaría en guerra civil y, para los guipuzcoanos, en una invasión por parte de uno de los más implacables reyes que ha tenido Francia: Luis XI, conocido como «el rey araña» por muy buenas razones. Por todo ello el 12 de diciembre de 1474 fue, de algún modo, un mal día para los guipuzcoanos.

Guerra civil y sangre en el Bidasoa

La muerte de Enrique IV el 11 de diciembre de 1474 hizo detonar intrigas cortesanas, largo tiempo alimentadas, que eclosionaron como rosas de invierno. Todo empezó porque su hermana Isabel se había casado con Fernando de Aragón. La mayor parte de la nobleza castellana no dudará de que esa era una boda muy provechosa. Pero hubo, también, quienes creyeron que su deber -o su interés- era apoyar la legítima sucesión de Juana ante los partidarios de Isabel que alegaban que Enrique, aparte de no poder engendrar, no había dictado testamento que dejase la corona de Castilla en manos de su hija.

Comenzaba así una nueva guerra civil de las muchas que conocía Europa en ese momento. Castilla quedaba pues en la misma situación que, por ejemplo, Inglaterra. Desgarrada hasta 1485 entre los bandos de York y Lancaster en un cruento conflicto por el control del reino iniciado apenas acaba la Guerra de los Cien Años contra Francia.

Isabel la Católica hacia 1490. Museo del Prado

En ese tipo de conflictos era común la intervención de fuerzas extranjeras. El reino de Navarra tendrá ocasión de experimentarlo en el año 1512, cuando Fernando el católico -ya viudo de Isabel- invada ese viejo reino desde varios puntos. Incluidos los pasos de montaña guipuzcoanos donde contará con una generosa colaboración de las milicias de esa provincia. En esa ocasión el bando de los beamonteses, opuesto al de los Agramont, se aliará con esos invasores castellanos, debilitando la resistencia navarra y facilitando así la anexión de ese reino a la corona de Castilla ya unificada con la de Aragón.

Años antes, en 1456 -por suerte para Isabel y Fernando- las disputas guipuzcoanas entre los bandos de Oñaz y Gamboa habían sido sofocadas por Enrique IV, cuando la Hermandad de villas de esta provincia -apoyada por ese rey- se enfrentó a ambos bandos, obligándoles a deponer las armas y obedecer las órdenes reales que entregaban el poder político y económico a esa institución provincial de la que nacieron las Juntas Generales guipuzcoanas y su Diputación foral todavía hoy vigentes.

Un afortunado giro político que Isabel y Fernando supieron utilizar hábilmente a partir de 1475, cuando estalla la guerra civil entre sus partidarios y los de Juana «la Beltraneja».

Ésta no dudará en convertirse en reina consorte de Portugal y solicitar allí la ayuda de ese reino para su causa y, al mismo tiempo, azuzar a un ya más que dispuesto Luis XI, que se lanzará sobre el flanco supuestamente débil de esa Castilla en guerra civil, (es decir: los territorios vascos al otro lado del Bidasoa), para abrir allí un frente en tenaza que acorralase a los partidarios de Isabel y Fernando.

Fernando el Católico jura los Fueros vizcaínos en 1476. Casa de Juntas Generales de Vizcaya

De ahí vino la rápida visita de Fernando a las juntas vizcaínas en 1476 para recibir allí su juramento de lealtad y, un año antes, el acuerdo de Isabel con el coriáceo Domenjón González de Andia, hidalgo tolosarra que había actuado como puño de hierro militar de la Hermandad guipuzcoana para sofocar la guerra civil entre Oñaces y Gamboas.

Fue así como Luis XI se encontró con una contundente respuesta armada cuando cruzó el Bidasoa y puso cerco a las murallas hondarribiarras...

En 1990 el Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, publicaba un interesante documento donde se describía la situación que vivirá en ese momento -20 de abril de 1476- la que Isabel y Fernando llaman «nuestra provinçia de Guipuscoa». Decía ese documento, redactado en la villa de Madrigal, que el rey de Francia, sin atender a las paces firmadas con él, se había aliado con el de Portugal para favorecer la causa de Juana, haciendo así toda la guerra y daño posible en Castilla. Por ejemplo poniendo su «real» (es decir: su campamento militar) «sobre la villa de Fuenterrabia». También cercando a esa población con una fuerte armada naval. La respuesta de los Reyes Católicos ante eso, según decía ese mismo documento, fue la de mandar que se alistase a toda la gente de a pie y de a caballo en su «condado de Viscaya y tierra llana», desde los 18 años en adelante hasta los sesenta. Y asimismo que todas las fustas disponibles fueran armadas y utilizadas como transportes de tropas para levantar el cerco a «la dicha villa de Fuenterrabia».

Retrato de Domenjón Gonzalez de Andia hacia 1489

Edward Cooper en su libro «Castillos señoriales en la Corona de Castilla», da más detalles sobre lo que estaba ocurriendo ante esas murallas hondarribiarras. Nos dice así que Luis XI había llevado hasta allí un considerable tren de Artillería y especialistas en la guerra de asedio para abrir trincheras en zig-zag. Una táctica de guerra nada caballerosa que permitía a las tropas sitiadoras acercarse hasta su objetivo, demoler las defensas a golpe de boca de Artillería y con minas de pólvora y, tras esto, lanzar con la Infantería un asalto por las brechas abiertas.

Por suerte, como dice el libro de Cooper, los hondarribiarras ya conocían las contramedidas necesarias para evitar ese tipo de asalto.

Retrato de Luis XI vistiendo el collar de la Orden de San Miguel. Atribuido a Jacob de Litemont, hacia 1470

Éstas incluían el arrasar las partes altas de la muralla para evitar que, cuando la Artillería francesa las alcanzase, las piedras desprendidas cayesen sobre quienes defendían los baluartes y cavas. O sobre los que, fuera de esas defensas, combatían a las tropas francesas a campo abierto. Tal y como lo contaba la «Crónica» de Hernando del Pulgar citada por Julio Altadill en «Castillos medioevales de Nabarra».

Todo ello, por supuesto, acabó en éxito frente a las apetencias de territorio guipuzcoano del «rey araña», poniendo así fin a lo que había empezado siendo un día no muy bueno para los guipuzcoanos, cuando el 12 de diciembre de 1474 Isabel de Trastámara se coronaba reina de Castilla.

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