Historias de Gipuzkoa
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La 'huelga de la leche' que dejó sin una gota la 'vía láctea' de DonostiaAbrir el frigorífico y disfrutar de un vaso de leche, o utilizar este preciado blanco alimento para un café, una salsa o un postre, parece lo más normal del mundo. Sin embargo, hubo un tiempo no tan lejano en el que no era tan fácil. Incluso, este producto fue motivo de una dura pugna que abrió una creciente brecha entre el mundo rural y el urbano que en cierto modo sigue viva en la actualidad. Un ejemplo es lo que se conoció en 1915 como la 'huelga de la leche', motivada por un reglamento aprobado en febrero de ese año por el Ayuntamiento de San Sebastián que rechazaron baserritarras y sindicatos agrarios, y defendieron políticos y consumidores, incluidos los trabajadores de fábricas. El conflicto se prolongó hasta diciembre, mes en el que se convocaron cuatro días de paros en toda Gipuzkoa, no exentos de violencia, que obligaron a la capital a importar leche de Bizkaia y Navarra.
Lo primero que hay que tener en cuenta es el contexto social, político y económico en Gipuzkoa que motivó la 'huelga de la leche'. Según destaca en un amplio estudio Pedro Berriochoa Azcárate, Amigo de Número de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, este producto era considerado en 1915 un alimento «esencial», especialmente para sus miembros más débiles: niños, ancianos, enfermos y madres parturientas, entre otros sectores de la población. Lo malo es que hasta bien entrado el siglo XIX la vaca autóctona, la pirenaica o gorria, apenas daba leche para el ternero y para la manutención de la familia de un caserío.
Todo cambió cuando se apostó por el cruzamiento sistemático con la raza suiza Schwitz. Reunía tracción (trabajo), terneros precoces con peso (carne) y leche. La producción de leche se triplicó y accedió al mercado en cantidades suficientes como para atender la demanda. San Sebastián y las grandes localidades guipuzcoanas se convirtieron en una 'vía láctea' que 'ordeñaba' los caseríos del territorio.
En 1915 el transporte y distribución de la leche del mundo rural al urbano seguía siendo una dura tarea a cargo sobre todo de las baserritarras. En la mayoría de los casos estas resignadas mujeres salían de sus caseríos, en los que mandaba el hombre, antes de las cinco de la mañana. Tras un trayecto de incluso más de diez kilómetros a pie y descalzas, llegaban a calles en las que sus habitantes apenas acababan de despertar. Vendían su preciado bien de casa en casa o en comercios y bares, además de mercados locales en determinados días de la semana.
Desde finales del siglo XIX las lecheras repartían su producto en grandes marmitas transportadas por burros aderezados con bastos o albardas, en la que descansaban los cestos de castaño. También había mujeres que tiraban de precarios carros tirados por caballos o burros. Sacaban la 'txantxilla' (medida empleada en Gipuzkoa para vender la leche) de medio litro y vertían el blanco alimento en la cocina sobre la cazuela que la clienta ('hartzailea') se apresuraba a poner a cocer en la chapa de la cocina económica.
En 1915 el área de influencia digamos lechera de la capital guipuzcoana iba desde el Bidasoa (Irun y Hondarribia) hasta el Oria (desde Villabona, en su curso medio, u Orio, en el bajo), teniendo al Urumea como arteria principal. Esto lo confirma el historiador Serapio Múgica, que subrayaba que en ese año en Donostia había «390 expendedores de leche que tenían 1.404 vacas productoras. Tenían a la venta el líquido en 839 vasijas de a 10 litros por término medio, así que la leche total que la jurisdicción municipal de San Sebastián proporcionaba a su mismo mercado era de 8.390 litros diarios. Ello no bastaba, ni con mucho, a satisfacer las necesidades de la ciudad, así era que de casi todos los pueblos, desde Irun hasta Orio, venían a San Sebastián expendedoras de leche en número de 1.250 que traían 25.000 litros de leche y llevaban a sus casas diariamente un total de mil duros».
El contexto político que se vivía en Gipuzkoa en 1915 influyó en la posterior convocatoria de la 'huelga de la leche'. Estaba marcado por el inicio un año antes de la I Guerra Mundial y que San Sebastián estaba sumida en una glamourosa Belle Epoque que intentaba ocultar la difícil situación de las clases mas desfavorecidas y los crecientes conflictos sociales. A favor de Francia e Inglaterra estaban la mayor parte de la burguesía y las organizaciones de izquierda moderada (socialistas, republicanos...). Por contra, apoyaban a Alemania los tradicionalistas y los monárquicos.
En lo que se refiere a la situación económica, la contienda bélica en Europa provocó un aumento de la inflación y una creciente alza de precios de los artículos de primera necesidad. En la capital y en otras localidades importantes de Gipuzkoa existía un problema de subsistencias. Algunos políticos demandaban a las autoridades locales que tomarán medidas, también relacionadas con la leche, «para evitar que a Guipúzcoa llegue el espectro pavoroso del hambre».
Este panorama quebró en gran parte la tradicional «armonía» de las relaciones sociales entre el mundo rural y el urbano, que desembocó en la 'huelga de la leche'. El conflicto social más importante en 1915 en Gipuzkoa se inició en febrero y afectó a miles de personas. Los años anteriores ya se había producido una lucha en los mercados de la capital y de las principales villas de Gipuzkoa entre políticos y consumidores, entre estos últimos los de las clases más desfavorecidas, con los productores de leche. Tanto los burgueses como los partidos de izquierda defendían unos precios estables y demandaban productos con precio «tasado», además de una inspección constante, analítica de la leche, con denuncias y sanciones, y una oferta abundante. Los baserritarras, que eran apoyados principalmente por las formaciones nacionalistas, tradicionalistas y monárquicas, exigían el mercado libre o la tasa para todo, además del equilibrio «natural» entre la oferta y la demanda, pudiendo vender bien en la villa cercana o en otra cualquiera. Algunos estudiosos consideran que se trataba de una pugna entre las clases dominantes, campesinos y trabajadores industriales.
En este ambiente cada vez más hostil la 'huelga de la leche' tuvo como detonante principal la aprobación en el pleno del Ayuntamiento de San Sebastián del 3 de febrero de 1915 del 'Reglamento para el Funcionamiento del Servicio de Inspección Sanitaria de Leches'. Causó malestar en algunos sectores que no tenía traducción al euskera, cuando el analfabetismo en el mundo rural rondaba el 50% y la gran mayoría de los baserritarras consideraban el castellano una lengua demasiado extraña.
El reglamento recogía que el Servicio de Inspección formaría parte del Laboratorio Químico Municipal. A su frente estaría un veterinario supeditado al director del centro. Se encargaría de la gestión de un libro de registro en el que serían matriculados los nombres y domicilios de todos los vendedores de leche en la ciudad, con las muestras y sus reconocimientos. Para ello contaría con la ayuda de la «policía sanitaria». Asimismo, se documentarían las reses suministradoras de la leche y las alteraciones de todo tipo que pudieran tener. Ante cualquier «sospecha» el veterinario inspector pasaría «al caserío de que proceda la muestra» y practicaría «un reconocimiento detenido del ganado» y en caso de enfermedad llevaría la prohibición de «la venta de estas leches en San Sebastián».
Otro artículo incidía en la periodicidad «diaria» de estos controles, pero no concretaba horarios, lo que enojó a más de un baserritarra. El veterinario informaría al director del laboratorio municipal y al propio alcalde del «resultado del trabajo realizado», redactaría una relación de las muestras reconocidas otorgando la calificación («superior, buena, regular o mala») y dichas pruebas se expondrían en el tablón de anuncios del Laboratorio Químico Municipal.
La norma señalaba que todos los expendedores de leche «ya sea en los mercados, establecimientos fijos o por reparto directo» debían presentar una certificación veterinaria del «estado de sanidad de las vacas que suministran la leche» y debería ser «renovada todos los años». Fue un punto muy controvertido. El certificado no lo expedía el servicio veterinario municipal. Se trataba de un servicio que debía ser solicitado privadamente y con un coste. Además, se debería entregar una muestra de la leche procedente «de la mezcla de todas las que trata de vender». El veterinario inspector le entregaría un documento en el que constaría la matrícula con su número correspondiente. Esto último debería «ser grabado o agregado» a las marmitas o vasijas en forma «bien visible».
Otro aspecto controvertido fue que cada expendedor debería entregar «la cantidad de dos pesetas, cuya entrega será renovada cada año». El pago por la matrícula, la patente o «petxa» en palabras de uno de los promotores de la huelga, fue uno de los puntos clave sobre el que se centraron las protestas de diciembre.
No menos importante era que se prohibía la leche procedente de reses enfermas, las sometidas a medicamentos, y las recién paridas de las que no se podía vender su calostro hasta pasados 10 días del parto. También se vetaba a las vacas sometidas a un régimen alimenticio que incluyera sustancias industriales, olorosas y la alholva. Esta última, conocida también como 'allurbea', era una planta leguminosa muy querida por los baserritarras, no asi por sus clientes. Daba una hierba frondosa y abundante, pero lo malo es que otorgaba un gusto desagradable a la leche. El Ayuntamiento de San Sebastián se había quejado continuamente a la Diputación. Pese a las medidas políticas y a las protestas de los consumidores donostiarras, además de las multas, la iniciativa en contra de la alholva no tuvo mucho efecto entre los baserritarras.
El reglamento también fijaba que la leche debía de tener una riqueza grasa de 30 gramos/litro como mínimo y un extracto seco de 120 gramos por 1.000. Quedaba prohibido utilizar hojas vegetales u otras sustancias para impedir el derrame de la leche de la marmita. Sí se permitían flotadores fáciles de limpiar y paños limpios de color blanco. Asimismo, se prohibía la venta fuera de los domicilios y de los puntos de mercado, por tanto, en portales o en la vía pública. Otro punto capital de la normativa municipal advertía de que la inexistencia de la matrícula significaría el decomiso de la leche. Además, las faltas a los diferentes prohibiciones irían aumentando desde las 2 pesetas por la primera vez hasta las 50 pesetas, y la prohibición temporal de venta si se reincidía varias veces.
El último capítulo detallaba el precio de las certificaciones. Afectaba tanto a los productores como a los consumidores. En principio, la patente era perfectamente asumible, 2 pesetas al año, pero muchos baserritarras temieron que más tarde esa tasa sería al trimestre. Sin duda, la matrícula afectaba especialmente a los «acaparadores», que recogían leche de distintos caseríos para reunirla y llevarla a los principales pueblos del territorio. Ahora, deberían pagar 2 pesetas por cada compra. No es de extrañar que fueran de los que más protestaron por el nuevo reglamento. Otras críticas de los productores fueron el certificado veterinario acreditando el buen estado sanitario de la vaca, la medida contra la alholva y la cantidad de grasa y de extracto seco de la leche.
En los diez meses que trascurrieron entre la aprobación de reglamento municipal de la capital y el visto bueno dado por la Diputación, el 9 de diciembre, se multiplicaron los desacuerdos y protestas protagonizados por sindicatos agrarios y baserritarras de toda Gipuzkoa. La idea de convocar una huelga de la leche fue ganando adeptos. Además, lo que también encendió la mecha fue que la Alcaldía de San Sebastián anunció como plazo improrrogable hasta el día 10 de diciembre para la inscripción, pago y adquisición de matrícula para la venta de leche. Además, el alcalde en funciones, Adrián Navas, estableció cinco puntos de venta en la ciudad y señaló que el precio sería de 30 céntimos/litro, «el usual». Ante la posibilidad de que no se cumplieran sus requisitos y los baserritarras llevaran a cabo un boicot las autoridades locales ordenaron la compra de gran cantidad de leche condensada. Este último producto no debía ser muy conocido entre los ciudadanos, ya que se dieron instrucciones a los vecinos de la capital para que avisarles de que no necesitaba ser hervida ni azucarada.
La 'huelga de la leche' estalló el 10 de diciembre, viernes, y se prolongó durante cuatro días. Se acusó a los dirigentes del sindicato Alkartasuna Fernando Alcain Usandizaga y Domingo Carrillo Gorrochategui de ser los principales instigadores de unas protestas que tuvieron amplio eco mediático tanto en la prensa local como en la madrileña.
El gobernador accidental de Gipuzkoa declaró la huelga ilegal. Lo justificó en que al tratarse de un artículo esencial debía haber sido comunicada por escrito con cinco días de antelación, explicitando los motivos. Se ordenó a la Guardia Civil y a los Miqueletes que guardaran el orden y comenzaron las detenciones y las encarcelaciones.
El primer día de paro apenas llegaron a Donostia lecheras de la zona occidental (Hernani, Astigarraga, Lasarte, Usurbil, Urnieta, Andoain…), pero sí vinieron bastantes «acobardadas y temerosas» de la zona oriental (Loiola, Pasaia, Errenteria, Oiartzun…).Todo apuntaba que las coacciones y los vertidos de leche en los caminos por parte de los piquetes de huelguistas empezaron a multiplicarse. Incluso se llegaron a quemar forrajes del ganado de baserritarras que no secundaban la huelga.
El segundo día de paro apenas llegó leche a la capital. El alcalde se vio obligado a importarla de pueblos del interior de Gipuzkoa. Incluso de importó en camiones de caseríos de Bizkaia y de Navarra. La huelga también afectó a las hortalizas y a las frutas. A medida que pasaban las horas fue subiendo la tensión y aumentaron las detenciones. Al menos seis «agitadores» ingresaron en la prisión de Ondarreta, según los periódicos. Incluso, estallaron ciertos focos de violencia. Un diario madrileño llegó a publicar que desconocidos habían incendiado un caserío en el barrio de Aiete, matando a un criado, extremo este último que no se confirmó oficialmente.
Con el fin de calmar los ánimos, el regidor donostiarra publicó un bando en euskara y castellano. El texto aseguraba que no hacía falta ningún certificado veterinario, que la limpieza y la riqueza de la leche eran las habituales, las que ellos mismos tenían por costumbre. No se mencionaba nada sobre la alholva. La patente se mantenía, pero se especificaba que valdría para el año 1916 y que en ningún caso se incrementaría.
El diálogo entre autoridades locales, políticos, sindicatos agrarios y baserritarras se fue instensificando y el acuerdo estaba cada vez más cerca. Poco a poco las lecheras de la zona oriental comenzaron a llegar a Donostia y se intensificaron las negociaciones entre las autoridades políticas, sindicatos agrarios y baserritarras. El tercer día llegaron muchas caseras a vender sus productos a la capital, pero ante la sorpresa general se abstenían de matricularse. El alcalde hizo llamamiento a los vecinos para que presionaran a sus proveedores lácteos para que se matricularan. Mientras tanto, los precios seguían por las nubes.
El cuarto día ya había 105 inscripciones, al día siguiente 238, el 17 ya iban por 590, cerca de tres cuartas partes del total de vendedores de leche. La huelga se había acabado, aunque lo cierto es que el conflicto sigue en parte sin estar resuelto aún hoy día.
El político conservador y diputado provincial Vicente Laffitte se erigió como el facilitador del acuerdo, aunque para algunos jugó a dos bandas en medio del conflicto por intereses personales y políticos. Se creó una comisión para que estudiara la aplicación del reglamento municipal. Para la casi totalidad de los medios de comunicación y para el propio Ayuntamiento de San Sebastián los baserritarras habían sido empujados a la huelga por «agentes externos».
Por último, en el relato sobre estos paros las mujeres no fueron ni mencionadas. Los agentes protagonistas del conflicto eran masculinos, al igual que los socios de los sindicatos, los detenidos y los negociadores. Era un mundo de hombres. La prensa aseguró que las lecheras siempre quisieron volver a su actividad cotidiana y que su mayor temor en esos días era que los huelguistas o ciudadanos enfadados por la escasez y alto precio de la leche les vertieran las marmitas en plena calle o en el camino tras salir de sus caseríos.
Esta huelga no fue el único conflicto de este tipo vivido en Gipuzkoa en 1915. En octubre más de 250 mujeres protestaron en Azkoitia. Se personaron ante el alcalde para denunciar la diferencia del precio de la leche antes de las 8 de la mañana (17,5 céntimos la 'txantxilla' de medio litro) y la mitad a fines de la mañana. Pedían un precio único y si no amenazaban con dejar de vender en el municipio.
En Tolosa la situación era parecida. Entre 1914 y 1920 se produjeron fuertes debates municipales y conflictos sociales relacionados con el precio de la leche que tuvieron su reflejo en la calle. Los concejales de izquierda apostaban, entre otras medidas, por la tasa y las multas, las inspecciones y los análisis, el que no se sacara leche de la villa, y el que la granja de Fraisoro dejara de producir mantequilla y vendiera su leche en Tolosa. Por su parte, los ediles nacionalistas y el alcalde tradicionalista demandaban que la tasa afectara también a las materias primas de los labradores, como las habas, al maíz, a la paja o a los abonos.
No faltaron episodios más violentos protagonizados por trabajadores urbanos contra baserritarras productores de leche por la creciente carestía del preciado blanco alimento se produjeron en esa década, como el estallidos de petardos de dinamita en caseríos de Deba y Eibar. También fue significativo el cso de Villabona, donde los obreros acudían a los mercados antes de fichar en sus fábricas para reconocer los géneros que bajaban las caseras e impedir la entrada de «acaparadores» que llevaban la leche a San Sebastián.
Visto lo visto, Evaristo mundo visto, parece que las cosas no han cambiado mucho en 110 años en cuanto a la relación entre el mundo rural y el urbano. ¡Es la leche!
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