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Vista de San Sebastián en 1838. Por Henry Wilkinson
Historias de Gipuzkoa

Historia de un jubilado inglés en San Sebastián: James Joll

Un jubilado de la famosa Royal Navy reclamó su pensión por los servicios prestados tras protagonizar diversas hazañas guerreras en Donostia

Martes, 24 de junio 2025, 07:00

San Sebastián, los británicos y el Turismo selectivo

Desde hace más de un siglo San Sebastián ha pugnado por convertirse en uno de los destinos predilectos de esos viajeros y visitantes que hoy agrupamos bajo la palabra (odiada y amada) de «turista».

La pequeña plaza militar y comercial a la sombra de Urgull se convertirá así desde 1876 en un destino de referencia para esos que ya se empezaba a llamar «turistas». Se trataba de visitantes de alto rango social en general. Como los que frecuentaban Mónaco, o Niza, o Cannes. Esas ciudades-balneario con las que quería competir la capital guipuzcoana.

Y esa que podemos llamar tradición del Turismo donostiarra, se ha mantenido en el tiempo. Pese a que algunas voces airadas dicen que a la ciudad ha llegado, también, ese Turismo masivo tan denostado últimamente.

Así, pese a que tras la Segunda Guerra Mundial las vacaciones -y la jubilación- se convierten no en un privilegio sino en un derecho masificado, San Sebastián distaría mucho de haberse convertido en algo similar a lo que se ve en puertos como Benidorm y otras ciudades costeras del Mediterráneo, donde muchos turistas de procedencia nórdica deciden, además, disfrutar finalmente de su jubilación, instalándose permanentemente y no solo en vacaciones.

La Legión Auxiliar Británica a su paso por Vitoria. Por J. W. Giles Museo Zumalakarregi

El hecho de que eso no ocurra en San Sebastián puede deberse a factores como el clima, demasiado parecido -la mayor parte del año- a aquel del que huyen por ejemplo los turistas y pensionistas británicos que pueblan esas otras latitudes peninsulares. También muy probablemente influyen factores económicos, pues San Sebastián sigue siendo esa ciudad cara que escandalizó, hace un siglo, a líderes bolcheviques como Leon Trotski que, de avatar histórico en avatar histórico, acabó en aquella pequeña Babilonia burguesa que le mostró su mejor y más caro rostro en el Hotel María Cristina.

Sin embargo los archivos, como es habitual, conservan excepciones históricas que confirman esas reglas también históricas respecto al destino final, en la Península, de turistas y pensionistas británicos. Es el caso de la pequeña historia de James Joll padre que nos cuentan dos breves -pero sustanciosas- hojas conservadas en el archivo de protocolos oñatiarra. Esa villa guipuzcoana con una universidad que recuerda mucho a las que aquel pensionista británico del 1830 pudo frecuentar o conocer en su día.

La Primera Guerra Carlista y la extraviada pensión de James Joll

Esas dos hojas se redactaron el 1 de julio de 1838 en San Sebastián, en la oficina del escribano -equivalente a nuestros notarios actuales- Martín de Altolaguirre. En realidad tienen una extensión de apenas un folio y medio y en ellas abundan las fórmulas jurídicas idénticas a las de otros miles de protocolos notariales que llenan las estanterías de muchos archivos como el oñatiarra o el general de Tolosa.

Aun así ese folio y medio narra toda una parte de la Historia guipuzcoana, y británica, de esa época que escritores como Pío Baroja gustaban de llamar «romántica».

El vapor Salamander ante el puerto de La Coruña. Obra atribuida a Joseph Schranz

Así descubrimos que James Joll es un marino de guerra afincado en San Sebastián en esos momentos en los que la Primera Guerra Carlista daba sus últimos compases. Y que se había presentado -con la formalidad debida- ante Martín de Altolaguirre, para que éste le expidiera un poder legal con el cual autorizar a James Joll hijo la reclamación al Tesoro de Su Majestad Británica -o «donde corresponda»- de las cantidades que se le debían de «su pension ó asignacion señalada» por los servicios que había prestado en la Marina de la dicha Majestad Británica.

Es decir: James Joll padre resultaba así ser un jubilado de la famosa Royal Navy que había recalado en San Sebastián. ¿Cómo había sido posible algo, en apariencia, tan atípico?

El mismo documento nos da la respuesta. James Joll reclamaba su pensión por servicios prestados desde el 1 de abril de 1837. Una fecha delatora del modo en el que este pensionista inglés acabó afincado -al menos momentáneamente- en los comienzos del verano donostiarra de 1838.

En 1836 había llegado a esas latitudes la llamada Legión Auxiliar Británica. Se trataba de una fuerza militar variopinta, compuesta de veteranos de las recientes guerras napoleónicas, gentes que huían de alguna clase de problema en Gran Bretaña -por ejemplo aprendices descontentos con sus maestros- y aventureros más o menos variados. Con esas tropas el gobierno de la ya aludida Majestad Británica, trataba de ayudar a la monarquía constitucional de España a consolidarse y aniquilar a sus oponentes absolutistas, más comúnmente conocidos como «carlistas».

Uniformes de oficiales de Marina británicos en 1834

¿A qué obedecía esa generosa, pero disimulada, ayuda? Pues tan sólo a la Política inveterada de Gran Bretaña de nunca intervenir directamente en el continente europeo, salvo para evitar que en él se formase un bloque compacto que pudiera dañar sus insulares intereses.

Es lo que había ocurrido durante las guerras napoleónicas, donde la España insurgente de Cádiz fue la tabla de salvación de una Gran Bretaña aislada -en todos los sentidos- frente a una Europa que, de un modo u otro, estaba totalmente en manos del imperio napoleónico desde 1807 y hasta el 2 de mayo de 1808.

El resultado final de esas guerras napoleónicas había puesto a Gran Bretaña y España en el bando de los vencedores, pero en una situación nada cómoda para ninguno de esos dos países. Gran Bretaña, con las miras puestas en expandir su luego célebre Imperio Británico, se había dormido (por así decir) en los laureles de Waterloo, permitiendo que potencias como Austria, Rusia y, sobre todo, Prusia formaran en Europa un bloque absolutista que sólo podría desear (antes o después) la destrucción del, para esa Europa, anómalo sistema parlamentario británico.

Así la revolución liberal francesa de 1830, la situación similar en Portugal y finalmente en la España posterior a la muerte de Fernando VII, fueron para esa Gran Bretaña el mismo soplo de alivio que la revolución española de 1808.

Esta vez la presencia de una Francia parlamentaria, evitó que la intervención británica en España tuviera que ser tan sangrienta e intensa como la de 1808 a 1814. Pero no dejó de llegar. Especialmente al principal frente de esa nueva guerra que esta vez sí era realmente una guerra civil entre españoles.

El resultado fue esa Legión Auxiliar Británica, apoyada por la luego famosa Legión Extranjera francesa que vino en apoyo de la misma causa. A eso se sumaron al menos dos modernos vapores ingleses cedidos a la Marina liberal española: el Salamander y el Phoenix, que intervinieron en las acciones que a partir de 1836 tuvieron como marco la hoy incomparable bahía de La Concha. Evidentemente marinos británicos tripulaban ambos vapores de guerra. Marinos como James Joll padre, que el 1 de julio de 1838 pedía su justa recompensa y pensión por esas hazañas guerreras en San Sebastián.

Para ello había recurrido a un notario donostiarra y a James Joll hijo, hombre de negocios que vivía en Inglaterra (a diferencia de su aventurero padre) y recibía de ese modo autorización para gestionar esos pagos que debían llegar a este pensionista británico instalado en San Sebastián, pionero -accidental- de un modo de vida que más de un siglo después se haría mucho más popular en Gran Bretaña.

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