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La historia de amor y la fuga de un cautivo irundarra y una reina musulmana

En pleno estreno del film de Amenabar sobre Cervantes, recuperamos otra historia marcada por la seducción y el deseo de huir del esclavismo. Pero en esta ocasión los protagonistas son un guipuzcoano y una reina musulmana

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 7 de octubre 2025, 00:06

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En 1584, Catalina Infante, una joven que vivía en Málaga, tuvo que demostrar que en Irun había una casa que le pertenecía. En realidad, la propiedad era de su bisabuelo, un irundarra que había abandonado su localidad natal hacía más de 70 años y que llevaba al menos 20 años muerto. Aun así, la casa seguía siendo suya. Y, ahora, Catalina quería recuperarla.

Sin embargo, Catalina no conservaba el título de propiedad. De manera que, si quería reclamar la casa, debía demostrar no solo que era descendiente del irundarra, sino que era su única heredera. Así que recurrió a la vía que se empleaba en la época: presentar ante la justicia a tres personas que testificasen que Catalina era sucesora de Esteban Pérez de Yerobi.

La primera persona en declarar fue un antiguo soldado. Su testimonio era relevante porque había conocido a Esteban Pérez de Yerobi en Melilla, hacia 1540. El testigo echó la vista atrás y rememoró el momento en el que Esteban entró en la fortaleza donde él estaba de soldado, pidió audiencia al alcaide y le contó una historia increíble. Según narró, había sido capturado por los musulmanes y vendido como esclavo a la reina de Fez. Pero lo relevante de aquella historia no fue su cautiverio que, por otro lado, era algo habitual en esa zona del mundo, sino lo que dijo después. Esteban Pérez les aseguró que la misma reina de Fez lo había liberado porque se había enamorado de él.

Las sultanas.

La segunda persona en testificar fue un amigo de Esteban Pérez quien corroboró la historia del cautiverio, su posterior liberación, su matrimonio con la reina musulmana y la descencendencia que tuvo. También dijo que Esteban era de Irun, donde tenía propiedades.

La tercera relató que había presenciado el nacimiento de Catalina; así que, nadie podía discutirle de dónde había salido. Además, como amiga de la familia, había oído en numerosas ocasiones la historia de los bisabuelos de Catalina.

Al juez le bastaron aquellas tres versiones para certificar que Catalina Infante era descendiente de Esteban Pérez de Yerobi y escribió en un documento la filiación que le habían proporcionado: Catalina era hija de María Carlos, esta era hija de Francisco Pérez Carlos y este de Estaban Pérez de Yerobi, natural de Irun, y de Juana Carlos, reina de Fez. Con aquel papel firmado por la autoridad, la joven pudo reclamar la herencia de su bisabuelo.

¿Pero qué había de cierto en la transmisión de esa memoria familiar? ¿Quién era Esteban Pérez de Yerobi? ¿Y quién era la reina de Fez?

Esclavo en Argel.

El cautivo enamorado

Esteban Pérez de Yerobi había nacido en Irun a principios del siglo XVI. A pesar de ser hijo de uno de los ferrones más importantes de la zona, decidió buscarse un modo de vida lejos de Gipuzkoa. En aquella época, los jóvenes podían progresar combatiendo en alguna de las causas que defendía Carlos I y su madre Juana I de Castilla. Una de ellas era la guerra contra los turcos y el control de la costa africana.

Aunque se desconoce en qué momento y dónde fue apresado Esteban Pérez de Yerobi, es probable que fuera capturado durante algún enfrentamiento por la toma de un enclave de la costa africana. En aquellos años, el norte de África era un escenario de disputa entre los turcos otomanos, el sultanato de Fez y las potencias europeas. En ese contexto bélico, raptar a personas adversarias estaba a la orden del día.

Aunque no existe un registro oficial de las personas cautivas, se sabe que fueron miles las que durante el siglo XVI fueron secuestradas. Mientras los musulmanes apresaban cristianos, estos capturaban musulmanes. Unos y otros convertían a los cautivos en esclavos. En realidad, este sistema de secuestro fue un auténtico mercadeo de personas del que se beneficiaron corsarios, comerciantes y mediadores.

Esteban Pérez fue un cristiano más, apresado por los musulmanes. Sus captores lo trasladaron al reino de Fez y lo vendieron como esclavo a una de las esposas del sultán. A partir de ese momento, si Esteban Pérez quería liberarse debía pagar a su dueña el número de ducados que habían establecido por su liberación.

Ahora bien, el rescate dependía de un factor fundamental: la presencia de un mediador en territorio musulmán. Para ello, además de liquidez, la familia del cautivo necesitaba tener contactos para nombrar un negociador. A la larga, la disponibilidad de dinero y de mediador determinaba el tiempo del cautiverio. En definitiva, alcanzar la libertad era una cuestión de desigualdad.

No obstante, las personas cautivas o esclavas contaban con otras dos vías para liberarse. Una era la de escapar aprovechando un despiste del carcelero. Otra, la que usó Esteban Pérez de Yerobi: la del enamoramiento. Al menos eso es lo que contaron las personas que lo conocieron.

Una reina en el exilio

A pesar de que fueron varias la personas que aseguraron que la reina de Fez se enamoró de Esteban Pérez de Yerobi, la situación política por la que atravesaba su reino parece indicar que el tema fue algo más complejo.

Por aquel entonces, Fez era la capital de un sultanato que abarcaba una buena parte del actual Marruecos. Turcos, castellanos y portugueses buscaban alianzas con los nobles musulmanes de aquel reino. Por eso, cuando había disputas dinásticas, no dudaban en entregar dinero y armas a una facción para desbancar a la otra. A cambio, la dinastía vencedora quedaba comprometida a respaldar los proyectos expansionistas de quienes la habían llevado al poder.

Ahora bien, la dinastía destronada debía huir del reino si quería salvar la cabeza. En esos casos, solían escapar a las zonas controladas por las potencias que les habían apoyado. Pues bien, eso es lo que le ocurrió a la reina de Fez.

Precisamente, hacia 1540, cuando Esteban Pérez se convirtió en esclavo de una de las esposas del sultán, Fez atravesaba uno de esos conflictos dinásticos. Ante la incertidumbre, la reina decidió abandonar a su esposo y su tierra. Sabía que el apoyo a Carlos I le aseguraba un exilio en algún territorio de la Monarquía Hispánica. Por otro lado, la compañía de Esteban Pérez era una garantía para llegar a suelo cristiano. Así que, enamorada u oportunista, la monarca musulmana decidió emprender viaje hacia un lugar seguro.

Por su parte, Esteban Pérez no podía más que aplaudir el plan. Para él ayudar a huir a aquella mujer era la vía para alcanzar la libertad. ¡Cómo no enamorase de la persona que le quitaba los grilletes!

Desde Fez, la pareja emprendió viaje hacia Melilla, una de las localidades que estaba en manos españolas. Una vez allí, Esteban Pérez fue el garante de corroborar que la mujer que lo acompañaba era la mismísima reina de Fez. Ante semejante personalidad, las autoridades les aseguraron que tendrían un pasaje en uno de los barcos que zarpaba hacia Málaga.

Como era de esperar, Carlos I recibió a la reina musulmana con los brazos abiertos. Al fin y al cabo, le había sido fiel en su lucha contra los turcos. No solo la acogió y le ofreció un lugar donde vivir, sino que la recompensó con un sueldo vitalicio. Eso sí, le impuso la obligación de renunciar al islam y convertirse al cristianismo. La verdad es que, en un momento en el que los musulmanes eran expulsados de la Península, no habría estado bien visto que la reina de Fez conservara sus creencias. Y es que el rey era hospitalario hasta cierto punto.

Pero el bautizo de una mujer de sangre real no podía celebrarse de cualquier manera: debía estar apadrinado por personas de su misma categoría. Entre los posibles padrinos, dos nombres eran los más adecuados: Carlos I y su madre, Juana I de Castilla. Por eso, cuando el clérigo volcó el agua bendita sobre la cabeza de la joven, recibió el nombre de Juana Carlos.

Una vez bautizada, la antigua reina musulmana se casó con Esteban Pérez de Yerobi y establecieron su residencia en Mijas. Enamorados o no, lo cierto es que el antiguo esclavo y su captora formaron una familia y tuvieron dos hijos. A esos hijos mestizos, en recuerdo de su origen, los llamaron Francisco Carlos y Gaspar Carlos. La siguiente generación también conservó el segundo nombre de Carlos, aunque en la tercera se perdió. Y es que la memoria suele borrar lo que incomoda: se mantuvo vivo el recuerdo de la reina, pero no el de la musulmana.

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