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Trinchado de una ballena amarrada al costado de un ballenero vasco. Grabado del siglo XVIII.
Historias de Gipuzkoa

El fundido a bordo de la grasa de ballena, una revolución con sello vasco

El vecino de Ziburu François de Soupite sistematizó esta técnica durante los inicios de la década de 1630

Martes, 18 de junio 2024, 06:44

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Acaba de regresar de Islandia la delegación de Albaola que ha asistido a diferentes actos, entre los que cabe destacar la inauguración del primer módulo del Centro Vasco Baskasetur, impulsado por la Basque Association in Iceland, la asociación islandesa para la recuperación de la historia común de Islandia y los pescadores vascos. Cabe señalar que en el contexto de esta inauguración se ha celebrado el simposio internacional '1615', en el que ha intervenido como ponente Xabier Agote, presidente de Albaola. Esta nueva institución museográfica se alza en la localidad islandesa de Djúpavik, localizada en el fiordo donde en 1615 naufragaron tres barcos balleneros donostiarras, dando inicio a un periplo que concluyó con el asesinato de buena parte de sus tripulantes, encabezados por Martín de Villafranca, capitán de una de las tres desdichadas naves.

Masacrados de forma cruel y faltos, incluso, de una cristiana sepultura, su recuerdo se transformó en una sombra del pasado. Ahora, transcurridos ya más de cuatro siglos, estos tristes sucesos constituyen un revulsivo muy efectivo para promover, no solo la hermandad entre pueblos, en otros tiempos, enemigos, sino la investigación y la puesta en valor de la enorme trascendencia histórica de las actividades desarrolladas por los pescadores vascos. Confiemos que iniciativas como el hermanamiento entre la Basque Association in Iceland y Albaola, es decir, entre islandeses y vascos, contribuya a aplacar la sed de revancha de esas atormentadas sombras.

François de Soupite y su revolucionaria técnica

Sucesos como el de Islandia se encuadran en el contexto de crisis que vivieron las pesquerías balleneras vascas durante las décadas iniciales del siglo XVII. Un contexto al que hemos hecho alusión en anteriores ocasiones y que, en resumidas cuentas, se originó a raíz de la dura competencia extranjera. Una competencia, en parte, desencadenada, paradójicamente, por algunos balleneros vascos que no dudaron en transmitir sus conocimientos, trabajando a cambio de cuantiosas sumas al servicio de las grandes compañías privilegiadas de pesca inglesa, neerlandesa, o danesa. Una vez se hicieron con esos conocimientos dio comienzo una cruenta guerra de todos contra todos, en la que se enfrentaron pescadores ingleses, escoceses, franceses, neerlandeses, daneses y vascos, así como los habitantes de Islandia. Este conflicto, además de las consabidas bajas humanas, desencadenó la expulsión de los balleneros vascos de sus estaciones ubicadas en las costas de Brasil, Islandia, norte de Noruega (en torno al Cabo Norte) y Spitsberg (archipiélago de Svalbard). Este resultado era letal para la actividad ballenera que precisaba de estaciones en tierra firme para las labores de fundido de la grasa de la ballena.

Este contratiempo, lejos de desencadenar el ocaso de los balleneros vascos, fue el detonante para el desarrollo de otra de las más importantes contribuciones del País Vasco a la Historia Marítima universal. Nos referimos a la sistematización del procedimiento del fundido a bordo de la grasa de ballena, es decir, al nacimiento del buque-factoría ballenero. Una innovación, capital en la historia ballenera, íntimamente vinculada a un nombre propio: François de Soupite, armador ballenero vecino de Ziburu (Labourd).

Purificación de saín sobre la cubierta de un ballenero vasco_ Trasvase de la grasa a las barricas (arriba) y extracción de las impurezas (abajo). Grabado del siglo XVIII.

Aunque existen menciones documentales relativas a la práctica accidental, o eventual del fundido a bordo de la grasa de la ballena, fue François de Soupite quien sistematizó esta técnica durante los inicios de la década de 1630. su principal componente tecnológico era el gran horno que generaba la energía térmica necesaria para fundir la grasa en grandes calderas de cobre. Este horno, fabricado en ladrillo, se instalaba sobre la cubierta principal de madera de la embarcación, guarecido en el interior del castillo de proa, frente al palo mayor. Junto al horno se posicionaba el aparato para la purificación del saín, o aceite de ballena. A grandes rasgos consistía en un depósito lleno de agua, sobre el que se arrojaba el aceite recién fundido, extraído desde la caldera mediante grandes cucharones. Mientras el saín permanecía flotando sobre el agua, las impurezas, consistentes en trozos de carne y de piel de las ballenas, se hundían y eran expulsadas a través de un orificio situado en la base del depósito. El aceite ya purificado, se extraía, a su vez, por medio de un conducto superior y se almacenaba en las barricas que, una vez llenas, se apilaban en la bodega del barco. Eran los grumetes más jóvenes de la tripulación, dirigidos por el médico, o cirujano del barco, quienes se encargaban de estas labores de fundido de la grasa a bordo.

Otra acción que la técnica de fundido a bordo del saín precisaba de ser llevada a cabo en estos balleneros-factoría era la del trinchado de las ballenas. Los cuerpos de los cetáceos se amarraban mediante gruesas cadenas a un costado de la embarcación, sobre los que el equipo de carpinteros con el apoyo de los grumetes, armados de grandes cuchillas, cortaban en largas tiras la piel junto con la gruesa capa de grasa subcutánea. Estibadas sobre la cubierta, estas largas tiras se cortaban en fragmento adecuados para su introducción en la caldera de fundición. A medida que terminaban de extraer toda la grasa del lado expuesto, hacían girar el cuerpo del animal hasta despojarlo totalmente de su abrigo natural.

Peligros y ventajas

Todas estas operaciones entrañaban un serio peligro de incendio, siendo altamente inflamables, tanto el saín como la propia embarcación. Tanto es así que durante más de un siglo fueron los balleneros vascos los únicos que se atrevieron a hacer uso de esta técnica de fundido a bordo de sus embarcaciones. Los restantes pescadores continuaron apegados a tierra firme, observando de forma escrupulosa los viejos procedimientos de caza y de fundido de la grasa aprendidos de sus maestros vascos. Fueron los neerlandeses los que se percataron de que el nuevo sistema ballenero vasco, a pesar de sus graves riesgos, comportaba una serie muy interesante de ventajas que se enumeran más adelante. Temerosos, sin embargo, de adoptar la técnica en sus balleneros, procedieron a imitar una parte de los procesos que empleaban los vascos. Concretamente, fue el trinchado a bordo de las ballenas capturadas el único proceso que se atrevieron a emular. Las tiras de grasa con piel arrancadas de los cuerpos de las ballenas las envasaban directamente en barriles y, una vez que la embarcación hubiese conseguido suficiente carga, se dirigía a alguna de sus estaciones balleneras situadas en tierra firma, en Islandia, en la isla de Jan Mayen, o en Spitsberg. La estación enclavada en la última de las localizaciones era, de hecho, la principal y se denominaba Smeeremburg, que traducido significa «la ciudad del saín». Sin embargo, debió ser alto el coste que aquellos balleneros neerlandeses debieron pagar por tratar de aumentar sus beneficios haciendo uso de este proceso extraído del nuevo sistema ballenero vasco. En efecto, el hedor que debían exhalar aquellos despojos de ballena, putrefactos a partir de dos o tres días de haber sido almacenados en crudo en el interior de las bodegas de sus barcos, sería indescriptible e, indudablemente, supondría una importante merma en las condiciones laborales de aquellos pescadores que afectaría sobre su incentivo y efectividad laboral.

Purificación de saín sobre la cubierta de un ballenero vasco_ Trasvase de la grasa a las barricas (arriba) y extracción de las impurezas (abajo). Grabado del siglo XVIII.

En efecto, el sistema vasco de fundido a bordo de la grasa, a pesar de todos los riesgos y peligros, generaba importantes ventajas y beneficios muy a tener en cuenta. En primer lugar, permitió que los pescadores vascos se desvincularan la «Guerra de las Ballenas», es decir, de los enfrentamientos entre balleneros de distintas nacionalidades. Lo que se disputaban eran los supuestos derechos e, incluso, exclusivas que las distintas partes implicadas pretendían disfrutar para establecer factorías, o estaciones balleneras en determinados territorios localizados en torno al Ártico y, también, en Brasil. En suma, las pretensiones de los balleneros portugueses, neerlandeses, ingleses y daneses, es decir, de países cuyas retóricas nacionalistas siguen hoy día proclamando su carácter eminentemente marítimo, eran, sin embargo, de índole terrestre. Fueron los vascos, los únicos entre todos ellos, que, haciendo ascos a todo empeño por continuar luchando para procurarse algunos establecimientos balleneros en tierra firme, actuaron de acuerdo a unas lógicas genuinamente marítimas para alcanzar la optimización de la actividad ballenera iniciada siglos antes por sus antepasados.

En segundo lugar, supuso un importante incremento del volumen de las capturas realizadas por los balleneros vascos. Éstos, a diferencia de los restantes pescadores vinculados a sus estaciones balleneras, en cuyas inmediaciones permanecían a la espera de la llegada de los cetáceos, no dependían de la presencia de tierra para desarrollar su actividad. En consecuencia, perseguían a las ballenas allá donde se dirigiesen en el curso de sus largas migraciones oceánicas.

En tercer lugar, suponía una importante disminución del tiempo que las expediciones precisaban para completar carga. De esta manera, podían regresar a casa antes de lo que hacían los restantes balleneros. En consecuencia, el saín vasco podía acceder a los mercados antes y, por tanto, en condiciones más ventajosas que las grasas de otras procedencias.

En cuarto lugar, posibilito la sistematización de las capturas de otras especies de cetáceos muy interesante desde el punto de vista económico, en especial, del cachalote. Los restantes balleneros, en cambio, hasta bien entrado el siglo XVIII continuaron capturando únicamente la ballena de los vascos (también conocida como ballena franca) y la ballena de Groenlandia.

Repercusiones históricas

En resumen, la aplicación del sistema vasco de fundido a bordo de la grasa suponía un importante incremento de la competitividad de los balleneros vascos. De esta manera, las comparativamente pequeñas flotas balleneras vascas continuaron compitiendo durante más de un siglo con las enormes flotas que constituyeron, en especial, las grandes compañías privilegiadas de pesca, sobre todo, en los Países Bajos y Gran Bretaña. Mientras cada una de sus flotas acumulaban cientos de balleneros, entre mediados del siglo XVII y el primer tercio del siglo XVIII, las de Lapurdi, Gipuzkoa y Bizkaia llegaron a contar, en sus mejores años, en torno a una cuarentena, una veintena y una docena de unidades, respectivamente.

Más allá de posibilitar la competitividad de la flota vasca a lo largo de más de un siglo, el sistema ballenero desarrollado por Soupite acabaría revolucionando la actividad ballenera a nivel mundial. En efecto, a mediados del siglo XVIII la actividad ballenera europea sufría una dura crisis, a raíz, sobre todo, de la drástica disminución de las capturas en el Atlántico norte, como resultado de más de un siglo de intensa caza. En estas circunstancias fueron los colonos de Nueva Inglaterra los únicos que se decidieron a emular a los vascos y constituyeron una cada vez más poderosa flota de balleneros dotados de la tecnología vasca de fundido a bordo de la grasa. Con esas embarcaciones llegarían a faenar en todos los océanos del planeta, capturando todo tipo de cetáceos, pero, en especial, cachalotes. La flota norteamericana pronto llegó a copar los mercados internacionales de saín y eclipsó a todas las restantes flotas europeas, que, a su vez, se vieron obligadas a adoptar el sistema vasco para poder continuar compitiendo.

Poco saben los norteamericanos que es de origen vasco la tecnología que hizo de ellos una potencia ballenera mundial, acontecimiento clave para entender, entre otros, su proceso independentista y la constitución de los Estados Unidos. Y poco sabemos, lamentablemente, de todo esto aquí, en el país que a lo largo de un milenio inventó y desarrolló todos los procedimientos de explotación de las ballenas hasta la irrupción de las cacerías industrializadas durante la segunda mitad del siglo XIX. Además de ser excepcionales las investigaciones sobre la historia ballenera vasca que abordan el siglo XVII, la mayor parte de nuestros conocimientos sobre la materia son deudores de los proyectos histórico-arqueológicos mayoritariamente desarrollados por equipos y en países extranjeros, como, por ejemplo, Canadá, o Islandia. Unos proyectos arqueológicos ligados a yacimientos enclavados en tierra firme, o en aguas inmediatas, que, como consecuencia, permiten la documentación de los vestigios de una tecnología, obsoleta ya en el siglo XVII, y que resultan inadecuados para documentar la más avanzada tecnología ballenera de la época, la que fue empleada por los vascos a lo largo y ancho de los océanos.

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