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Historias de Gipuzkoa

Del 'fracaso' de la Primera Vuelta al Mundo al descubrimiento del tornaviaje

La apertura de la navegación oceánica: Elcano y Urdaneta

Martes, 5 de noviembre 2024, 06:53

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El pasado octubre se cumplieron 459 años desde la recalada de la nao San Pedro al puerto mexicano de Acapulco, situado en la costa pacífica del subcontinente norteamericano. La nao procedía del archipiélago de las Filipinas, de donde había zarpado cuatro meses antes bajo la capitanía de Felipe de Salcedo –nieto de Miguel López de Legazpi- y la dirección del cosmógrafo Andrés de Urdaneta (Ordizia, c. 1508 – Ciudad de México, 1568). Con esta arribada a puerto de un barco, aparentemente, un mero acontecimiento de carácter puntual, quedaba demostrada, de forma definitiva, la validez de las teorías de Urdaneta acerca de la circulación general de las corrientes de las masas de agua y de aire en el Océano Pacífico. Era un descubrimiento de enorme trascendencia histórica para el desarrollo de las rutas de navegación, primero, marítimas y, después, aéreas que siguen hoy todavía vigentes. En efecto, se trata de un descubrimiento del que se sigue beneficiando toda la humanidad, que, en gran parte, es tributaria de las exploraciones oceánicas desarrolladas en el Océano Pacífico, en parte importante, protagonizadas por algunos de los navegantes vascos más grandes de todos los tiempos. Un descubrimiento que, como veremos, exigió un alto coste en vidas humanas.

La escuela de Elcano

Se podría afirmar que todo comenzó con la fracasada expedición desarrollada al mando de Fernando de Magallanes. Es probable que alguien se haya sentido extrañado ante la aplicación de un adjetivo tan peyorativo a la expedición de la que derivó la Primera Vuelta al Mundo de la historia. Sin embargo, es la expresión que mejor se acerca a los hechos, ya que la mencionada expedición, iniciada en septiembre de 1519, fracasó estrepitosamente a la hora de materializar su objetivo principal: el descubrimiento de una nueva ruta de navegación que hiciera factibles las relaciones comerciales entre Castilla y las Islas Molucas más allá de la ruta que se desarrollaba a lo largo de las costas de África y Asia, asignada por el Tratado de Tordesillas, en exclusiva, a los portugueses.

Bien es cierto que la mencionada expedición dio lugar al descubrimiento de un paso navegable entre los océanos Atlántico y Pacífico a través del Estrecho de Magallanes –bautizado, así, en honor al mencionado capitán general de la expedición-, así como al conocimiento de la extensión real que el último de los citados océanos tenía entre la costa occidental americana y el lejano oriente. Sin embargo, no fue capaz de hallar solución al problema del retorno y, por tanto, no logró el establecimiento de una ruta de navegación factible. Esta fue la causa que impulsó a Juan Sebastián de Elcano (Getaria, c. 1487 – Océano Pacífico, 1526) a emprender la vuelta al mundo con la mitad de los restos de la expedición de Magallanes, es decir, con la nao Victoria y sus tripulantes. La otra mitad, la Trinidad, comandada por el entonces capitán general Gonzalo Gómez de Espinosa (Espinosa de los Monteros, 1479 – Sevilla, c. 1540), protagonizaría el primer intento de tornaviaje, es decir, de regresar siguiendo la dirección opuesta a la empleada para llegar hasta las Molucas.

A pesar de la Primera Vuelta al Mundo materializada por Elcano, permanecía irresoluto el problema del tornaviaje, es decir, del retorno desde las Molucas navegando de vuelta en dirección Este a través del Pacífico, sin entrar en la demarcación portuguesa. Todo parece indicar que Elcano intuía la solución al problema: había que aumentar en latitud navegando hacia el norte hasta encontrar corrientes y vientos procedentes del oeste. Es lo que trató de realizar Gonzalo Gómez de Espinosa en su intento frustrado de tornaviaje, con toda probabilidad, siguiendo las indicaciones de Elcano. El propio Elcano emprendió en 1525 un segundo viaje a las Molucas con Jofré de Loaisa como capitán general de la expedición, que tenía por objetivo el establecimiento de la tan ansiada ruta de navegación entre el mencionado archipiélago y los territorios pertenecientes a la Monarquía Hispánica.

Sin embargo, el destino negó al primer circunnavegador del Planeta hacerse, también, con la gloria del descubrimiento del secreto del tornaviaje. Esta estaba reservada para Andrés de Urdaneta, que navegaba como hombre de confianza de Elcano en el momento de su fallecimiento en mitad del Pacífico el día 6 de agosto de 1526. Urdaneta escribió en su diario que el primer propósito de Elcano no era dirigirse a las Molucas, sino ascender en latitud hasta la altura de Japón. Sin duda, trataba de encontrar por esas latitudes los vientos y las corrientes propicias para realizar el tornaviaje. Un propósito que sería truncado por su muerte. En esas circunstancias, la expedición, con Urdaneta a bordo, se encaminó directamente a las Molucas, donde acabaría por malograrse. Con posterioridad a estos hechos, hubo otras expediciones que trataron de descubrir la ruta del tornaviaje, pero todas fracasaron en su intento. Concretamente, fueron las expediciones de Álvaro de Saavedra Cerón (1527-1529) y la de Ruy López de Villalobos (1542-1544).

Obelisco de Magallanes de Mactán (izquierda), Capilla con la cruz de Magallanes de Cebú (ariba) y Monumento de Legazpi de Cebú (derecha). Euskal Itsas Museoa

Esos conocimientos de Elcano no es que fuesen de naturaleza sobrenatural. Todo lo contrario, pero es innegable que fue el primero en deducir que el funcionamiento de los vientos y de las corrientes marinas del Pacífico debía corresponderse al mismo patrón que funcionaba en el Atlántico, es decir, que debía producirse con arreglo a un sistema de circulación global, general para todo el Planeta. Un funcionamiento, cuyo conocimiento había permitido las navegaciones llevadas a cabo desde varios siglos antes por los europeos a lo largo y ancho del Atlántico, como es el caso del primer viaje de ida y vuelta a América protagonizada por Cristóbal Colón (1492-1493), del avance portugués a lo largo de las costas africanas a partir de inicios del siglo XV, así como de las expediciones a las Islas Canarias a partir del siglo XIV, entre las que cabe citar a la emprendida en 1377 por el vizcaíno Martín Ruiz de Avendaño. En todas estas expediciones la ruta de retorno precisaba de singladuras que se engolfaban en el océano, con rumbo oeste, noroeste para alcanzar las latitudes en las que predominaban los vientos del oeste necesarios para regresar a Europa. Era la ruta de retorno que los portugueses denominaban «volta do mar», perfectamente conocida por los navegantes vascos que ya para el siglo XIV operaban desde Cádiz coaligados en la congregación que, tiempo después, sería conocida como Colegio de Pilotos Vizcaínos de Cádiz.

El planteamiento teórico del sistema de circulación general por Urdaneta

Andrés de Urdaneta no solo sobrevivió a su mentor, Juan Sebastián de Elcano, sino que arribó en 1526 a la isla moluqueña de Tidore junto con los restos de la expedición de Loaisa y Elcano. Allí permaneció ocho años en constante enfrentamiento con los portugueses, hasta que acabó aprisionado y trasladado a Portugal junto con un puñado de supervivientes en 1534. ¡Eran los segundos en completar la vuelta al mundo! Hecho, pocas veces realzado por los historiadores. Más allá de la gloria derivada de este logro, que otras potencias marítimas europeas no consiguieron emular hasta mucho más tarde –en 1580 los ingleses, en 1601 los holandeses, o en 1768 los franceses-, esta dilatada estancia en Indonesia resultaría capital, no solo para la carrera de navegante de Urdaneta sino para el futuro de la humanidad. En efecto, adquirió todo un conjunto fundamental de conocimientos geográficos, oceanográficos, náuticos y culturales que, sumados a los heredados de Elcano, le permitieron años más tarde el planteamiento teórico y su puesta en práctica de la solución al problema del tornaviaje.

Con su regreso desde las Molucas no concluyó la azarosa vida de Urdaneta que le llevó a trasladar su residencia a México (entonces Nueva España). Fue en 1538 cuando zarpó de Sevilla acompañando al conquistador Pedro de Alvarado que pretendía realizar una nueva expedición desde México hasta las Molucas que nunca llegó a organizarse. Después de intervenir en la organización de varias expediciones marítimas y tras diversas vicisitudes, en 1553 tomó el hábito de San Agustín e ingresó en el convento de los agustinos de Ciudad de México.

En 1559 Felipe II ordenó a Luis de Velasco, virrey de Nueva España la organización de una expedición de conquista de las Filipinas que debía contar con la participación intelectual de Urdaneta. En suma, para entonces Urdaneta había conseguido establecer la solución teórica al problema del tornaviaje. En la correspondencia que dio lugar esta petición real se constata que Urdaneta era plenamente consciente de las causas que desencadenaron el fracaso de todas las expediciones precedentes. Esgrimía razones de peso como la inadecuación de las embarcaciones utilizadas –demasiado pequeñas para viajes oceánicos tan largos y, por tanto, incapaces de transportar todos los víveres necesarios en navegaciones tan dilatadas-, así como la ignorancia de la estacionalidad de los vientos y de las corrientes, factor vital que él sí conocía.

Vista de Manila en el siglo XVIII. Euskal Itsas Museoa

El descubrimiento del tornaviaje a partir de las teorías de Urdaneta

Es así como en 1564, siendo ya un hombre mayor para los parámetros de la época, salió del convento para embarcarse con destino a las Filipinas en una nueva expedición transpacífica, bajo la capitanía de su paisano Miguel López de Legazpi (Zumarraga, c. 1502 – Manila, 1572). Urdaneta no dejó nada en manos de la improvisación. En una época en la que se navegaba por estima, ya que carecían de medios efectivos para medir la longitud, los cálculos de Urdaneta fueron asombrosamente precisos. La expedición, compuesta por cinco naves, zarpó del puerto de La Navidad (México) el día 21 de noviembre de 1564 y tras navegar durante dos meses en la inmensidad del Océano Pacífico, el día 21 de enero de 1565 Urdaneta anunció la proximidad de la isla de Guam –situada a más de 6.500 millas marinas (más de 12.000 km) desde la costa mexicana-, la cual sería avistada al día siguiente. Apenas un mes más tarde, el 13 de febrero llegaron a las Filipinas y tras explorar varias islas recalaron en Cebú, donde decidieron asentarse. Tras realizar las reparaciones necesarias, el día 1 de junio de 1565 zarpaba de Cebú la nao San Pedro cuyo cometido era regresar a México poniendo en práctica las teorías de Urdaneta relativas al tornaviaje. Era una nao construida en México siguiendo las estipulaciones marcadas por Urdaneta, es decir, se trataba de un magnífico ejemplar de la principal tecnología naval de la época: los buques oceánicos de diseño vasco de los que ya nos ocupamos en un artículo precedente.

Una vez más se hizo evidente la genialidad de Urdaneta cuyos cálculos acerca de la distancia a la que se hallaban en cada momento desde el continente americano fueron absolutamente certeros, tal como manifestó, admirado, el piloto de la nao. Urdaneta demoró varios meses la partida desde Filipinas en espera del monzón de verano que aprovechó para navegar rumbo al nordeste hasta alcanzar los 39º de latitud norte. Allí el día 4 de agosto hallaron la corriente de Kuro Shivo que les conduciría a México. Avistaron tierra el 18 de septiembre –la isla de Santa Rosa, en California-, pero avanzaron costeando hasta Acapulco donde tomaron tierra el 8 de octubre. Quedaba así resuelto, de forma definitiva y práctica, el enigma del tornaviaje.

Las consecuencias históricas de este descubrimiento son de enorme trascendencia y, pronto se pondrían de manifiesto. Mientras Legazpi conquistaba las Filipinas, se puso en marcha la carrera oceánica conocida como «Galeón de Manila» que hasta 1815 unió el citado archipiélago con México. Durante siglos fue una de las principales rutas comerciales entre oriente y occidente por la que circulaban la plata mexicana, las sedas y porcelanas chinas, las especias, etc.

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