

Secciones
Servicios
Destacamos
La Guerra Civil del sargento Félix Urtubi Ercilla solo duró cincuenta días y toda su vida 32 años. No necesitó más para coronarse como el primer héroe de la aviación republicana. Carrera meteórica y aventurera con inmolación final que elevó a Félix a la categoría de mito de la República en guerra.
Los Urtubi eran gente acomodada de Aretxabaleta dedicada al negocio farmacéutico. El aitona de Félix fue el alcalde que dio la bienvenida a la Primera República en 1873, y su aita, Pablo Urtubi Errazquin, colaboraba en revistas culturales vascas. Gente liberal y culta, en suma, a la que quizá no sentara del todo bien que su primogénito renunciase a continuar con la tradición boticaria para hacer carrera en los cielos. En esa precoz pasión puede que influyeran sus paisanos Ansaldo Vejarano, seis hermanos con raíces familiares en Aretxabaleta dedicados todos ellos a la aviación (sobre el más célebre de los seis, Juan Antonio, hablamos en una entrega anterior de 'Historias de Gipuzkoa').
Tras el servicio militar, Félix se reenganchó como profesional mecánico y de ahí dio el salto a la cabina de pilotaje, tal como siempre soñó. No le faltaban cualidades, y de ellas ofreció repetidas muestras en exhibiciones aéreas y en concursos. En la Vuelta a España de Aviación Militar celebrada en 1934 quedó en un más que honroso tercer puesto. También conoció los riesgos del oficio, pues cerca estuvo de perder la vida en aterrizajes de emergencia. Esto nos pone ante un hombre arrojado y también peleador como así lo significa su segunda gran afición, el boxeo.
En la primavera de 1936, el sargento Félix Urtubi llegó a Tetuán con su esposa Matilde Ercilla, natural del barrio de Udala de Mondragón, destinado a las Fuerzas Aéreas de África. A un republicano como él no podía haberle caído peor plaza que aquella en que la mayoría de los oficiales simpatizaba con el golpe de Estado que se estaba urdiendo. De hecho, tras el 18 de julio el cuartel general de Tetuán se adhirió en bloque a la sublevación. Félix guardó silencio al tiempo que preparaba su deserción. La oportunidad se le presentó solo una semana después. En la mañana del 25 julio despegó formando parte de una patrulla de reconocimiento sobre el Estrecho al mando de un biplaza descubierto, marca Breguet XIX, acompañado en el asiento trasero por el teniente de Regulares Juan Miguel de Castro en misión de observador y al mando de la artillería. Sabedor de que su copiloto opondría resistencia a la fuga, Félix obró por las bravas: sobrevolando Algeciras, se volvió hacia el teniente y le disparó cuatro tiros.
De inmediato, puso rumbo hacia Madrid aun desconociendo si la ciudad había caído en manos de los golpistas. Al aterrizar en Getafe, desenfundó su pistola y se preparó para morir matando. No fue necesario: el caluroso recibimiento de sus compañeros se prolongó con su ascenso a teniente por méritos de guerra y con una amplia campaña de prensa en la que se celebró su evasión y se dio rienda suelta a teorías tan hiperbólicas como que se había deshecho del teniente Juan Miguel de Castro no a tiros, sino expulsándolo de la nave mediante una pirueta aérea (el llamado rizo o 'looping') que provocó su caída al mar. Todo valía para elevar la moral de guerra.
Pronto daría nuevo alimento a la propaganda bélica con otra aventura. El 18 de agosto, durante la campaña de Extremadura, volando en persecución de un avión alemán tuvo la mala fortuna de que el motor se le desprendiera en pleno vuelo. Saltó en paracaídas sobre territorio enemigo, donde podría haber sido fusilado al instante. Le salvó el encuentro con un campesino republicano que le proporcionó ropa y un borriquillo con aguaderas llenas de hortalizas para que, así disfrazado, lograse cruzar el frente y regresar indemne junto a los suyos. Otra vez había escapado del enemigo y su nueva hazaña también corrió en bocas. Lo llevaron a Madrid donde fue recibido con honores por el jefe del Estado Mayor, el vitoriano Hidalgo de Cisneros, y asediado a preguntas por los periodistas. En definitiva, que con sus reiteradas peripecias Urtubi 'se puso de moda'.
El de Aretxabaleta, cansado de tanto incienso y propaganda, pidió la pronta reincorporación al que consideraba su medio natural: los campos de batalla aéreos. Durante las siguientes semanas intervino en diversas operaciones ofensivas en torno a Toledo en pleno asedio a su alcázar.
Su último combate, y el que lo elevó definitivamente al martirologio de la causa, lo lidió el 13 de septiembre sobre los cielos de Talavera de la Reina. Allí se enfrentaron cazas italianos y españoles, entre estos un biplano monoplaza Nieuport pilotado por Urtubi. «La lucha en el aire fue encarnizada y durante treinta minutos las dos escuadrillas dieron un espectáculo casi cinematográfico a las decenas de milicianos que, desde tierra, seguían con atención la lucha», describe Alberto Laguna en el libro 'La guerra encubierta'.
El aviador republicano se batió en un duelo feroz con el Fiat CR. 32 de Vincenzo Patriarca, un neoyorquino de ascendencia italiana. En cierto momento, sin que sea posible inferir si lo hizo a propósito o arrastrado por la inercia del combate, el avión de Félix se lanzó directamente contra el enemigo, a la manera de un proyectil, como harían después los kamikazes japoneses durante la Guerra Mundial. Convertido en una bola de fuego, se precipitó contra el suelo. Su cuerpo quedó carbonizado.
Patriarca, que tuvo tiempo para abrir el paracaídas y salvarse, elogiaría ante la prensa norteamericana la valentía y el sentido de sacrificio de Urtubi. Menos comedidos se mostraron los periódicos republicanos que le despidieron con clamorosos titulares: «Así mueren los héroes», «Gloriosa muerte de un caballero del aire», «El gesto maravilloso de un aviador republicano», «El teniente Urtubi, gloria de la aviación popular»... Le fue concedido el grado de capitán a título póstumo. Desde entonces, se le ha considerado el primer kamikaze de la historia.
Le sobrevivió su esposa Mari Cruz y una niña de dos años, Matilde. Juan Miguel de Castro, el copiloto al que abatió a tiros en pleno vuelo, no llegó a ver el nacimiento de la suya. Las dos viudas tuvieron que sacar adelante a sus familias sin apenas ayudas. La burocracia franquista negó la pensión que le correspondía a la de Urtubi como funcionario que había sido del Ministerio del Aire durante diez años, y puso trabas a la de De Castro dudando de su fidelidad a la causa golpista.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Josemi Benítez
Claudia Turiel e Iñigo Puerta | San Sebastián
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.