Monte de Piedad: empeñar desde joyas a colchones y dentaduras
La institución nació en 1879 en San Sebastián para que las familias pobres pudieran salir adelante sin tener que recurrir a los usureros
La Real Academia Española (RAE) define el término 'empeñar' como «dejar algo en prenda como garantía del cumplimiento de un compromiso o de la devolución de un préstamo», y 'usura' como «ganancia, fruto, utilidad o aumento que se saca de algo, especialmente cuando es excesivo. interés, lucro, abuso, codicia, especulación». Para que una cosa no llevara a la otra comenzaron a surgir en el siglo XVIII por toda España los conocidos como Montes de Piedad. Su origen se sitúa sobre todo en Italia, promovidos por los predicadores franciscanos a partir de 1462.
La primera oficina del Monte de Piedad en Gipuzkoa se inauguró el 4 de agosto de 1879, después de fundarse el 1 de abril de ese mismo año la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de San Sebastián (C.A.M.). En 1896 nació su principal rival, la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa (C.A.P.). El objetivo era facilitar la colocación a pequeños capitales y salir al paso de necesidades que las familias pobres satisfacían a costa de su ruina al pagar intereses exorbitantes a los prestamistas.
El Monte de Piedad se convirtió en la primera gran obra social de la C.A.M.. Durante años tuvo más gastos que beneficios. Un ejemplo fue que necesitaba contar con locales para almacenar los objetos empeñados y debía contratar a personal especializado en la tasación, conservación y desinfección de los objetos pignorados. Sobre esto último, en 1885 y 1892, tras sendas epidemias de cólera, se prohibió el embargo de enseres sospechosos de propagar el contagio (colchones, ropas de cama o de vestir), hasta que en 1893 el Monte de Piedad adquirió una estufa de desinfección y dedicó una habitación especial para desinfectar la ropa de color.
Como prueba del carácter social de la institución destaca que se dispusiera de una sala para las máquinas de coser empeñadas, a donde podían acudir las mujeres a trabajar durante el horario de apertura de la institución. También se ayudaba a todas aquellas personas que no lograran respuestas sociales a sus más acuciantes problemas, como enfermedades o accidentes laborales. Fue normal que muchos ciudadanos pudientes dejaran mandas testamentarias para desempeñar los lotes más humildes, o proporcionar limosnas con igual fin.
Los responsables del Monte de Piedad fueron conscientes desde el inicio de su actividad de la posibilidad de que los objetos empeñados fueran robados y de que su legítimo dueño los reclamara, con la lógica pérdida económica para la institución. La solución a esto la proporcionó una ley de 1889, que obligó a los reclamantes a pagar la cantidad y los intereses que se hubieran establecido al efectuar el empeño.
Objetos robados
En 1908 se produjo un caso muy curioso. Fue publicado en el periódico 'El Puebo Vasco'. Un hombre acudió a una conocida zapatería de San Sebastián y pidió que le dejarán llevar a su casa dos pares de botas de mujer para que se los probrara su esposa. Al no tener noticias del potencial cliente el dueño del establecimiento dio parte al jefe de vigilancia de la capital. Este se personó en el domicilio del acusado y comprobó que uno de los pares los calzaba la mujer, pero faltaba el segundo. Había sido empeñado en el Monte de Piedad, por la cantidad de cinco pesetas, vendiéndose después la papeleta de empeño por otras dos pesetas a un inviduo que se comprobó no sabía nada del caso y entregó las botas a las autoridades. El ladrón terminó en la cárcel de Ondarreta. También se produjeron casos como prendas robadas de un vehículo. Un viajante denunció la desaparición de una trinchera que valoró en 250 pesetas y el ladrón, utilizando una identidad falsa, lo empeñó por diez pesetas.
En 1901 todavía se remarcaba que con el Monte de Piedad de San Sebastián se quería «contribuir eficazmente a la resolución del gran problema social, al mejoramiento de la clase obrera». Con esta iniciativa se logró acabar con las casas de empeño y con los usureros, al ir abriendo sucursales en los barrios e incluso en aquellas calles donde se sabía que actuaban. Las oficinas estaban abiertas hasta avanzada hora de la noche, funcionando también todos los días festivos del año. Con el paso de los años solo quedó abierta la de San Sebastián. Se podían solicitar préstamos a bajo interés, con la garantía de alhajas de oro, plata, monedas, valores de curso corriente, enseres domésticos e incluso dentaduras postizas y dientes de oro. Estos dos últimos volvieron a ser objetos empeñados en muchas ocasiones durante la posguerra.
Las primeras subastas
El primer local del Monte de Piedad estaba en una esquina de la Plaza de la Constitución. Los empeños se podían hacer todos los días no feriados, de 9 a 12 de la mañana y desde las 3 a las 8 de la tarde. El cliente recibía la papeleta de empeño, un documento que servía como justificación de sus derechos de recobrarlo pagando el préstamo del mismo. Se empeñaban objetos diversos, algunos de gran valía, que si no eran retirados por los que los habían depositado en sus oficinas, salían a subasta en un local de la C.A.M, que estaba situado en la calle del Príncipe, vía que después se llamó de Pi y Margall, luego Hermanos Iturrino y, por último, Arrasate.
A una de esas subastas asistió a principios del pasado siglo Angel María Castell, periodista de 'La Voz de Guipúzcoa'. Narró que el salón estaba lleno de bancos y no se dejaba al público que permaneciera de pie. Acudieron «prenderas que buscan mercancías para la reventa; patronas que van buscando gangas para amueblar la casa; futuros cónyuges que hacen su nido; personas de dinero que van a adquirir joyas; aburridos sin trabajo que pasan las horas bajo techo en vez de andar cogiendo frío y agua por esas calles de Dios; desdichados que van a despedirse de lo que un día en doloroso apuro empeñaron y abrigan la esperanza de la cantidad del empeño y de los réditos...».
«La sesión la presidía un consejero de la Caja. Próximos a él, en una especie de tribuna, un oficial y un auxiliar pluma en ristre, y más abajo Francisco Salcedo, el popular pregonero del Ayuntamiento de San Sebastián. '¡Silencio!', grita el presidente y repite el oficial y por último Salcedo. Este lee las condiciones en que se va a verificar la subasta. Lee después los objetos del lote que va a salir a subasta, el precio y luego dice el «quién da más». Cuando dice 'a las dos', el presidente toca el timbre y por la puerta de la izquierda aparece un hombre que recoge las prendas subastadas, y por la puerta de la derecha otro hombre deposita un nuevo lote».
«Un celador, tras gritar «¡silencio!» lleva las papeletas de adjudicación a los mejores postores. Las mujeres se levantan de su asiento y avanzan hasta el escaño para examinar la clase del objeto subastado y se vuelven cuchicheando. «¡Cuántos lotes de los subastados estarían empapados de lágrimas! ¡Cuántos dolorosísimos dramas de miseria podrían contar si hablasen aquellas paredes y aquellos bancos y aquellos mostradores que en un día de subasta parecen el aparato de un teatro Guiñol!», finaló Castell.
Joyas, ropa, colchones, muebles...
Las subastas eran cada vez más numerosas y populares. En los años 30 se llegaban a realizar tres al mes, un día el de alhajas, y los dos siguientes ropa y colchones y muebles.
Nunca faltaba la picaresca. En 1955 en El Diario Vasco se denunciaba a «grupos que de un modo habitual, casi profesionalmente, se dedican a acudir, como postores, a las subastas de Monte de Piedad. Acuden a ellas puestos perfectamente de acuerdo para no pujar un céntimo más de lo marcado. Si alguien,no perteneciente al'clan', eleva la cifra, le advierten enseguida que no se moleste porque no se la dejarán. Esos maniobreros saben bien cuál es el valor de cada cosa. Si no les hacen caso los particulares, les dejan hasta que les resulte gravoso y por lo tanto una pérdida». Exigía prohibir el ejercicio de esa industria a los que han hecho una profesión de su actuación para restar unas pobres monedas a quienes, por carecer de todo, tuvieron que empeñar sus ropas...» Nos parece inhumano y estimamos que no se puede ni se debe consentir», señalaba el periodista.
En la década de los 70 todavía se realizaban hasta treinta empeños al día. Normalmente a primeros de mes había más operaciones. La mayoría de los que acudían eran gente modeste y la causa del 90% «una mala administración». Un gran número se había ido arruinando poco a poco y deseaban mantener a toda costa eso del «quiero y no puedo». Algunos enviaban a sus criados a empeñar porque les daba vergüenza que les vieran en ese lugar. El 96% de lo que se empeñaba eran joyas, el resto ropa y efectos personales como cubiertos, bandejas y soperas de plata, relojes de bronce y madera. También se recibieron transistores y hasta hace pocos años antes muchos tocadiscos y libros de estudiantes. También se empeñaban máquinas de escribir, prendas de caballero, sobrecamas, ropa de cama, cortes de tela. En esa época se realizaban al año seis subastas al año, en lo que salían al mercado 1.200 lotes. El 90% de los empeños se retiraban antes de su vencimiento. A finales de esa década ya solo se aceptaban joyas.
En 1983 se llegaba a realizar una subasta por valor de seis millones de pesetas en joyas pertenecientes a 183 personas que los habían empeñado trece meses antes «para volver a dar resplandor en las fiestas, cenas de alto copete o paseos a la luz de la luna», según se remarcaba en la prensa. Al día anterior se formaba una larga cola de interesados frente a la sala de cultura de la institución.
Renovado impulso en 1990
En 1990 se produjo un hito importante para esta institución. La C.A.M. se fusionó con Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa (C.A.P.), naciendo la nueva entidad Gipuzkoa eta Donostiako Aurrezki Kutxa, o simplemente Kutxa. Al Monte de Piedad ya no acudían personas con los objetos más corrientes, solamente lo hacían con los más valiosos. En diciembre de ese año la institución quedó integrada en la nueva organización. Se apostó por darle un renovado impulso. Sus promotores eran conscientes de que a pesar de los cambios socioeconómicos que se estaban produciendo en esa década aún existía la exclusión financiera. Con nuevas tecnologías y servicios, pero con idéntico espíritu, acudían desde los padres que echaban una mano a su hijo con la hipoteca o el alquiler, al jubilado en apuros, a la pareja en paro que necesitaba dinero porque habían tenido un bebé, a los que querían irse de vacaciones en verano, y a los que tenían gastos médicos, como los del dentista. No faltaban las personas que se encontraban en paro y aún no habían cobrado el subsidio por desempleo.
El oro se pagaba en función del número de quilates que tuviera y la joya en base al estado en el que se encontraba. Los brillantes eran difíciles de colocar en el mercado, por lo que no era recomendable dejarlos en prenda. Había quienes empeñaban sus joyas por seguridad, porque les salía más rentable que una caja de alquiler en una entidad de ahorro.
Se crea Servikutxa Joyas
En 1993 el Monte de Piedad desapareció como tal, para convertirse en una nueva marca, Servikutxa Joyas. Sus oficinas se ubicaron en el sótano de la sede de Kutxa en la céntrica calle Getaria. Además de los préstamos con garantía prendaria, se realizaban valoraciones de alhajas y también subastas periódicas a las que todo interesado podía acceder, bien presencialmente o bien a través de internet. Como siempre, era válido cualquier objeto de oro: relojes, anillos, pendientes, pulseras...
La institución sufrió un serio reves ese año. El 17 de agosto el Tribunal Supremo confirmó una sentencia que obligaba por primera vez a un Monte de Piedad a restituir las joyas robadas a sus legítimos propietarios sin que éstos tuvieran que abonar previamente el precio del empeño. La sentencia supuso la primera excepción al privilegio que amparaba a los Montes de Piedad para que el legítimo propietario de una cosa, aunque le haya sido robada, tenga que pagar el precio del empeño y los intereses si quiere obtener su restitución. La sentencia obligó a la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Guipúzcoa a restituir a tres de los propietarios perjudicados las joyas y a devolver a siete más las cantidades que debieron abonar para recuperar sus bienes.
Hasta principios del siglo XXI tradicionalmente los clientes del Monte de Piedad de Kutxa eran las amas de casa y las personas mayores de 65 años, pero luego el perfil de los que acudían a Servikutxa Joyas se extendió a todas las edades, destacando las personas de entre 18 y 35 años. En 2001 todavía se empeñaban las joyas de la familia, pero también los primeros transistores a pilas y hasta las sábanas. Un año después, con la entrada del euro, aumentó el número de clientes. A través de sus cuatro subastas anuales seguía desempeñando una importante labor social y económica dentro del entramado de la Caja de Ahorros. El préstamo no cubría todo el valor de la joya que se empeñaba, sino que se otorgaba el 70% del mismo. Los préstamos individuales oscilaban entre los 100 euros y los 20.000, que era el máximo concedido, aunque algunos clientes acumulaban varios préstamos hasta un total de 30.000 euros. No existía ningún límite para acumular préstamos. Esto se repitió en la siguiente década.
Inmigrantes, feriantes
En 2005 el Monte de Piedad vio el aumento como clientes de inmigrantes que necesitaban dinero para instalarse en Gipuzkoa y empeñaban las joyas de sus familias traídas desde sus países de origen, vendedores ambulantes, feriantes, temporeros... Ese año se dieron más de 4.000 préstamos con un importe de 2 millones de euros millones de euros. Ya no se tomaban los libros de los estudiantes como garantía, tampoco la ropa de ajuar. En los 60 y 70 se empeñaban radios de pilas o hasta relojes de cocina, pero años después se dejó de aceptar los pequeños electrodomésticos. La razón que aducía la institución eran que la sociedad fue cambiando, mejoró económicamente. Las radios, incluso los televisores o las máquinas de coser, dejaron de ser un lujo.
A principios del presente siglo seguían los clientes de toda la vida que recurrían a sus joyas para poder llegar a fin de mes. Y los herederos de esas alhajas que mantenían la costumbre porque saben que su familia así lo había hecho desde siempre. Pero no faltaban nuevos clientes como vendedores ambulantes que necesitaban una fuerte cantidad de dinero para hacer frente a la compra de mercancías. Feriantes y trabajadores ambulantes que tenían que seguir viviendo aunque la temporada de ferias, bolos, verbenas, hubiera terminado. Había incluso profesionales de joyería que se encontraban con un stock inesperado y no deseado.
Una señora de unos 75 años entregó sus joyas y cuando volvió a recuperarlas contó al responsable de Servikutxa Joyas que con el dinero había pagado a su hijo el carnet de conducir camiones y ahora tenía trabajo fijo.
El anillo de casada
También fue curioso el caso de una joven que, recién separada de su marido, empeñó sus joyas para poder reiniciar su vida como soltera. Cuando las recuperó, abrió el sobre, extrajo solamente el anillo de casada y, con desprecio, lo tiró en ventanilla diciéndonos que no quería volver a verlo nunca más.

En 2008 se produjo una crisis económica a nivel mundial. Su repercusión en Gipuzkoa provocó que las entidades financieras concedieran cada vez menos créditos a particulares, familias, empresarios y autónomos. Esto hizo que cada vez fueran más las personas que recurrían al empeño de joyas en Servikutxa Joyas. El servicio era demandado no sólo por los clientes guipuzcoanos, sino también por residentes en Bizkaia, Álava, Navarra y La Rioja, debido a la ausencia de una entidades similar en los territorios limítrofes.
Servikutxa Joyas ya no era un servicio dirigido a las clases más desfavorecidas, sino que se produjo un significativo aumento del interés por este servicio además de los sectores ya mencionados, entre los trabajadores autónomos, comerciantes y pequeños empresarios. De nuevo crecieron mucho los inmigrantes, en especial los latinoamericanos, dado que en sus países era habitual utilizar recursos similares a la hora de alquilar la primera vivienda. También los originarios de Marruecos tenían una marcada cultura del préstamo, del oro y de las joyas.
Compra de oro para fundir
En cuanto a las joyas empeñadas, en 2008 seguían siendo de todo tipo, si bien casi un 90% eran ya joyas familiares sencillas como cadenas, medallas y relojes. Los créditos eran muy competitivos frente a las cajas de ahorros y las casas de compraventa, debido al bajo coste de los intereses, que oscilaban entre el 5% y el 8,5%, y a los doce meses establecidos para el finiquito del préstamo.
En 2008 se celebraron dos subastas, como venía siendo habitual en los últimos años. No acudían solo particualres, también profesionales que compraban oro para fundir.
Como la crisis que no daba tregua, la tendencia de más clientes se mantuvo en 2009. Sin embargo, un año después se produjo un acusado descenso de la actividad. Habían comenzado a proliferar establecimientos por las calles de San Sebastián que se dedicaban a la compra de oro ya que había multiplicado por cinco su precio en los últimos ocho años.
Algunas tiendas también compraban papeletas de empeño de personas que habían recurrido a un préstamo de un Monte de Piedad y no lo podían pagar. Esto creó cierta tensión entre ambas actividades.
Entre 100 y 7.000 euros
A pesar de este enrarecido ambiente, según se publicó en DV, todavía se podían admirar las joyas expuestas en las vitrinas de Servikutxa. No faltaron casos en que a la hora de la tasación se han descubierto pulseras o anillos de oro falso, para inmensa decepción de su propietario». Los precios de salida de las alhajas que se subastaron oscilaban entre los 100 y los 7.000 euros.
A partir de 2011 Kutxa dejó la actividad bancaria a Kutxabank. Desde el 1 de enero de 2012, ejerció su actividad financiera a través del SIP Kutxabank junto con BBK y Caja Vital. Ese año siguió funcionando Servikutxa Joyas, pero a los meses se cerró la oficina, poniéndose fin al Monte de Piedad de San Sebastián.
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