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Historias de Gipuzkoa

José Francisco Navarro Arzac, un donostiarra en lo más alto de la Gran Manzana

Se cumplen 200 años del nacimiento de José Francisco Navarro Arzac, inventor y hombre de negocios que promovió bancos, navieras, trenes, aseguradoras y edificios en Nueva York

Borja Olaizola

San Sebastián

Lunes, 13 de marzo 2023, 07:04

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Gipuzkoa ha sido siempre tierra de emprendedores. Basta retroceder unas décadas para toparse con nombres como los de Victorio Luzuriaga, Esteban Orbegozo o Patricio Echeverría, creadores de grandes empresas que proporcionaron empleo y riqueza a todo el territorio. En esa lista de ilustres empresarios guipuzcoanos, sin embargo, hay un nombre que destaca por encima de todos y del que paradójicamente no se sabe mucho: el de José Francisco Navarro Arzac, un donostiarra que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y que llegó a amasar una de las mayores fortunas de los Estados Unidos. El 200 aniversario de su nacimiento, que se cumplirá el próximo día 21, constituye una buena excusa para repasar algunos de los episodios más destacados de su azarosa existencia.

A diferencia del prototipo del empresario guipuzcoano, que solía estar especializado en un solo sector, tradicionalmente el del acero, Navarro Arzac tocó todos los palos que se pusieron a su alcance: no solo fundó bancos, líneas de navegación, aseguradoras, constructoras, compañías de tren o empresas cementeras, sino que aún tuvo tiempo para patentar algunos de sus inventos, entre ellos el contador de agua. En palabras de Javier Goicolea Zala, miembro ya fallecido de la Bascongada de Amigos del País, «fue una persona notable en muchos aspectos, un hombre único. Durante toda su carrera activa sus intereses se centraron principalmente en la creación y desarrollo de nuevas y productivas empresas, muchas de las cuales son hitos de la industria americana».

El metro elevado que construyó estuvo activo hasta 1938 en el centro de Nueva York. Fotos: 'Un vasco en América. José Francisco Navarro Arzac'

Cabría pensar que una figura tan singular hubiese dejado un generoso reguero de testimonios escritos sobre su trayectoria y sus andanzas empresariales. Quien quiera aproximarse a su vida, sin embargo, debe conformarse con el libro 'Un vasco en América. José Francisco Navarro Arzac', escrito en 1998 por el matrimonio formado por el californiano Eric Beerman y Conchita Burman, su esposa. La publicación, editada en 1998 por la Bascongada de Amigos del País, es la principal fuente de información de la que se nutren estas líneas y también la guía más completa para rastrear las coordenadas vitales de este audaz donostiarra.

Navarro Arzac nació el 21 de marzo de 1823 y fue bautizado un día después en la parroquia de San Vicente de la Parte Vieja donostiarra. Como descendiente de un antiguo capitán general de la Armada, tuvo la oportunidad de formarse como guardiamarina en la Real Academia Naval de Cádiz. En 1839 terminó sus estudios en la ciudad andaluza y cruzó por primera vez el Atlántico rumbo a La Habana, donde un hermano de su padre tenía un taller mecánico.

Esbozo del proyecto para el ferrocarril elevado, que se construyó en 1878.

El primer ferrocarril

La capital de Cuba vivía una época de efervescencia económica con la construcción del primer ferrocarril que se tendía en suelo español (la isla era aún colonia). El joven José Francisco empezó a trabajar en el taller de su tío sin perder de vista a los técnicos e ingenieros de las compañías estadounidenses que habían viajado a La Habana para instalar el tendido ferroviario. Consciente de que el nuevo medio de transporte representaba el futuro, el donostiarra alternó su trabajo en el taller con clases para completar su formación en la Universidad de La Habana, donde también aprendió inglés. En 1840 viajó por primera vez a Estados Unidos y se instaló en Baltimore. Perfeccionó sus estudios de ingeniería y su dominio de inglés, al tiempo que trabajaba en una naviera.

No tardó mucho en montar su primera compañía en suelo estadounidense: la marítima Hermanos Mora y Navarro, dedicada al comercio del azúcar con Cuba

Un par de años después regresó a Cuba y se colocó en las obras del ferrocarril que se construía en Cárdenas. Allí desarrolló su primer invento, un capuchón que se ajustaba a las chimeneas de las locomotoras a vapor para evitar los incendios que provocaban sus chispas. Con la venta de la patente del parachispas creó su primera empresa, dedicada al comercio marítimo. El inquieto ingeniero donostiarra ya intuía que Estados Unidos ofrecía mayores posibilidades profesionales que Cuba, así que liquidó su patrimonio en la isla y se instaló en Nueva York.

No tardó mucho en montar su primera compañía en suelo estadounidense: la marítima Hermanos Mora y Navarro, dedicada al comercio del azúcar con Cuba. El éxito de la empresa le permitió ampliar la línea de negocio con la creación del banco Mora y Navarro. También le abrió las puertas de las mejores familias de la ciudad, circunstancia que el donostiarra aprovechó para casarse con Ellen Amelia Dyckers, hija de un acaudalado financiero de origen holandés relacionado con los Vanderbilt, por entonces la mayor fortuna de los Estados Unidos. La buena marcha de su negocio, unido a la red de contactos que le proporcionó su matrimonio, hizo que la trayectoria profesional del joven ingeniero donostiarra adquiriese un renovado impulso.

Edificio original de La Equitativa, compañía de seguros en cuya fundación también participó.

Contadores de agua

A la vez que construía el que sería el primer barco a vapor con casco de hierro de Estados Unidos para su flamante naviera, Navarro Arzac fundó en colaboración con Henry Hide la aseguradora The Equitable, que en España se conocería como La Equitativa, una de las primeras compañías de seguros de Estados Unidos. Sus intereses en el sector del comercio marítimo se ampliaron con la creación de otra naviera para transportar el correo entre EE UU y Brasil.

Dotado de una curiosidad insaciable, recurrió a su ingenio para inventar los contadores de agua al contemplar los trabajos para la renovación de la red de abastecimiento de Nueva York. Una vez registrada la patente, fundó una nueva compañía para suministrar contadores al departamento de obras públicas de la ciudad. Sería la Hydraulic Machine Company, que con el tiempo se transformaría en la Ingersoll Rand, un conglomerado empresarial que aún hoy sigue suministrando herramientas neumáticas para obras públicas.

Uno de los ingenios patentados por el empresario donostiarra.

Su buena estrella en los negocios tuvo también su reflejo en su vida social. Navarro Arzac se convirtió en uno de los principales contribuyentes para la construcción de la catedral de San Patricio. También se hizo edificar una segunda residencia en Rumson, una localidad a la orilla del mar a unos 50 kilómetros de Manhattan que acogía palacetes y mansiones de las familias neoyorkinas más acomodadas. Pese a que su patrimonio le situaba ya entre las veinte mayores fortunas de Estados Unidos, el donostiarra estaba lejos de acomodarse. En 1878 acometió una de sus aventuras empresariales más audaces: la construcción del Ferrocarril Elevado Metropolitano de la Sexta Avenida, una obra de gran envergadura que hizo de Nueva York la primera ciudad del mundo con un tren elevado. La línea funcionó hasta 1938, año en el que sería derribada.

Luz y cemento

Otra de las empresas que acometió en esa época fue la construcción de los Navarro Apartments, una promoción de ocho edificios de otras tantas alturas en el mejor emplazamiento de Nueva York, frente a Central Park, que equipaba comodidades nunca vistas en una vivienda: agua caliente central, calefacción por vapor de agua, luz eléctrica y hasta sótanos accesibles a los carruajes. Las casas, ya demolidas, fueron también las primeras viviendas residenciales en incorporar ascensores.

Imagen de los Navarro Apartments, ocho edificios de otras tantas plantas que levantó frente a Central Park dotados de comodidades inéditas.

El inquieto donostiarra tampoco fue capaz de mantenerse al margen de otro de los grandes avances de su época: el desarrollo de la iluminación eléctrica pública. Poco después de que Thomas Alba Edison asombrase al mundo al iluminar una parte de Manhattan en 1882, Navarro Arzac se asoció con el inventor en varias compañías para desarrollar la luz incandescente. El propio Edison, con el que llegó a tener una estrecha relación, le cedió sus derechos sobre la patente de su invento para las Antillas y provincias de España en Ultramar. Ambos formaron la Edison Spanish Colonial Light Company.

En la etapa final de su trayectoria profesional se centró en otro de los grandes adelantos técnicos del XIX: el cemento portland, la base del hormigón. Introdujo una serie de mejoras en la producción del conglomerado y puso en marcha varias fábricas que se fusionaron en 1899 en la Atlas Portland Cement Company, que llegó a ser la mayor cementera de EE UU y que suministró material para construir proyectos de la envergadura del Canal de Panamá o el Empire State.

Navarro Arzac se mantuvo al frente de su conglomerado empresarial incluso después de cumplir los 80 años

Navarro Arzac se mantuvo al frente de su conglomerado empresarial incluso después de cumplir los 80 años. Puede que su entrega a los negocios fuese una forma de olvidar el golpe que padeció cuando el primero de sus tres hijos, John, falleció en 1877 con solo 18 años. Siempre se sintió vinculado a su país de origen. Prueba de ello es que mantuvo su nacionalidad española pese a que episodios como la guerra entre España y EE UU a cuenta de Cuba le colocaron en una situación incómoda. Llegó a viajar con su familia a San Sebastián en 1867, pero el súbito fallecimiento del padre de su esposa hizo que su estancia fuese mucho más breve de lo previsto.

El empresario donostiarra murió en su mansión de Nueva York en febrero de 1909 por una complicación pulmonar cuando estaba a punto de cumplir 86 años. Todos los periódicos neoyorquinos publicaron extensas necrológicas lamentando el fallecimiento. Quizás el mejor apunte sobre su persona, sin embargo, lo hizo la mujer de su hijo Tony, la actriz Mary Anderson, una celebridad en su época, que en sus memorias escribió: «Mi suegro, vasco por nacimiento, cuyo aspecto físico era como Víctor Hugo, su personalidad un 'charmer' y como visionario, un genio (...). José Francisco Navarro Arzac siempre fue un hombre adelantado a su tiempo y nunca realizó cosas triviales».

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