Brillo de espadas en la noche donostiarra: la muerte de Pedro Francisco Oberlant
Ser comerciante en el siglo XVII era una profesión de riesgo en la actual capital guipuzcoana
Según contaba el profesor Carlo Maria Cipolla en su 'Historia económica de Europa', en el volumen dedicado a la Edad Media, la profesión de comerciante resultaba ser entonces bastante arriesgada. Y el comerciante en sí, lejos de la imagen de personajes timoratos, encerrados en sus gabinetes tan sólo para contar monedas, encajaba más bien con la de lo que hoy llamaríamos hombres de acción. El profesor Cipolla con su gráfico estilo decía que solían ser individuos aventureros, de recio carácter. En especial cuando marchaban de una feria a otra con sus carros de mercancías y grandes cantidades de efectivo en metal.
Esa certera impresión de Carlo Maria Cipolla, en realidad, puede llevarse más allá de la Edad Media y de esos comerciantes que se veían obligados a viajar por caminos erizados de rufianes y salteadores.
La actual capital guipuzcoana, cuando aún ni siquiera tenia título de ciudad, fue escenario, en más de una ocasión, de incidentes en los que las armas blancas, a la orden del día entre los guipuzcoanos de aquella época, como hidalgos de nacimiento que eran en su mayoría, se volvieron a cruzar en el camino de algún que otro comerciante.
Un documento del Archivo General guipuzcoano, el AGG-GAO CO CRI 53,4 fechado en el año 1662, nos dice que así le ocurrió a Pedro Francisco Oberlant (Houerlant, en su forma original). Un comerciante de la ciudad de Tournai que, como muchos otros vecinos del Flandes llamado «español», hacía negocios en tierras vascas. Una noche donostiarra él y otro compañero fueron asaltados por unos desconocidos que, tras asestar a Oberlant seis o siete estocadas mortales, desaparecieron.
La historia de los Oberlant, comerciantes de Tournai en tierras vascas
Cuando Pedro Francisco Oberlant dejó este mundo y ya no podía contar nada sobre sí mismo, su primo Pedro Oberlant (bien conocido hoy en la Universidad de Gante y en la del País Vasco) fue el encargado de dejar una curiosa narración póstuma sobre él que quedó recogida no en un diario, ni en un libro de memorias, ni en una biografía al uso, sino en un documento judicial. En su caso una demanda presentada ante el corregidor guipuzcoano para que se hiciera justicia por la muerte de Pedro Francisco.
En esa demanda Pedro Oberlant contaba así lo sucedido a su primo Pedro Francisco: decía éste que se llama a sí mismo «mercader flamenco», natural de la ciudad de Tournai, que a su noticia había llegado en Bilbao, donde residía, que su «primo carnal», Pedro Francisco, había sido asesinado hacía unos días cuando paseaba por San Sebastian en compañía de Enrique de Mercier, asimismo «mercader flamenco».
Los dos, decía Pedro Oberlant, habían sido seguidos y espiados mientras daban ese paseo después de anochecer, para ser atacados alevosamente recibiendo Pedro Francisco aquellas seis o siete estocadas que lo habían dejado muerto sobre el suelo de una calle donostiarra para acabar así enterrado en la iglesia de Santa María.
Pedro Oberlant continuaba ese relato de un modo casi emotivo señalando que acudía al tribunal por ser él el único pariente vivo y cercano, pues Pedro Francisco había perdido ya a sus padres y tan sólo tenía como familia a un hermano cuyo nombre transcribe el documento como «herrasmos houerlant». En realidad se trataba de un Erasmus Oberlant que sonaba extraño en los vizcaínos oídos del escribano que recogía las dolidas -y también algo emocionadas- palabras de Pedro Oberlant en ese documento redactado en Bilbao a 18 de septiembre de 1662 dando poder para seguir la instrucción del caso a los procuradores Miguel de Careaga y Atanasio de Çorrobiaga.
Careaga hizo un relato más detallado que el de Pedro Oberlant. Decía así que Pedro Francisco, mercader flamenco, pero hidalgo bien conocido y mozo honrado alejado de toda clase de pendencias, paseaba la noche de 23 de agosto por las calles donostiarras según uso y costumbre de vecinos y moradores de San Sebastián. En esos momentos, cuando caminaba en compañía del que Careaga llama «Enrique Masier», se verá asaltado en la confluencia entre la Calle Mayor y un callejón estrecho y oscuro por «algunos desalmados» que, en efecto, le asestarán varias estocadas mortales. Saliendo estos de improviso de tan proceloso callejón que estaba cerca de las casas de don Joan de Leyza emplazadas en la Calle Mayor donostiarra.
La primera estocada, dice Careaga, llegó por la espalda, atravesando limpiamente a Pedro Francisco, saliendo el filo cerca del ombligo. Tras esto siguieron otras seis estocadas que finalmente resultaron ser mortales de necesidad. Y así, contra este homicidio alevoso y a traición, reclamaba Miguel de Careaga justicia.
Pronto habrá sospechosos. El primero en declarar sobre lo ocurrido será Lucas de Alçubide, preso en la cárcel municipal que aporta tan sólo una confusa relación sobre quiénes podían haber causado la muerte del mercader de Tournai en plena Calle Mayor donostiarra.
Por lo demás este proceso seguirá el curso habitual en casos así. Se obtendrán nuevas declaraciones y no habrá un o unos culpables claros, pero se insinuará que la muerte pudo venir por alguna cuestión amorosa. Así al menos se lo preguntarán a Mariana de Salaberria llevada a la cárcel a declarar. De ella no se sacará en claro si hubo embozados en la noche de autos, pero sí admitirá que alguna vez cuando el malogrado comerciante flamenco pasó ante su casa, bromeó con ella aunque no llegó a (según la expresión de la época) requerirla de amores ni tener con la declarante relación «ilícita» alguna.
Vía de investigación que acabará en la puesta en libertad sin cargo alguno contra la acuciada Mariana de Salaberria, que sí reconocerá que un muchacho le había dado recado de que don Pedro de Sius la esperaba a las puertas de la iglesia de San Vicente, cerca de donde ella vivía, aunque añade que jamás acudió a dicha cita.
De todo eso, sin embargo, llegarán noticias a los magistrados de Tournai, de esa muerte misteriosa de Pedro Francisco Oberlant que dejaba como único heredero legítimo allí a su hermano Erasmus. Receptor final de todos los libros, papeles, mercancía y dinero que Pedro Francisco había dejado tras de sí antes de poder hacer testamento a causa de su tan repentina muerte, quedando como custodio de ese legado Pedro de Surmont. Otro mercader flamenco residente en San Sebastián en esos momentos.
Por otra parte las últimas páginas del documento resultan demoledoras en su sencillez, como epitafio para la muerte de Pedro Francisco Oberlant.
Así el 25 de diciembre, en la que ya es calificada como ciudad de San Sebastián, el maestro zapatero Domingo de Olanberro pagará la fianza de su aprendiz Fermín de Aduriz para que pueda salir de la cárcel donde el corregidor había decidido retenerlo como sospechoso del asesinato, aunque sin poder condenarlo en firme. Tal y como lo atestiguaba el hecho de dejarlo salir justo el día de Navidad de 1662 de la prisión con tan sólo pagar una fianza de la que se hacía responsable Olanberro, patrón del taller de zapatería en el que Aduriz trabajaba como oficial.
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