Alberto Arregui, un tenor en el desembarco de Normandía
Hijo de un mendaroarra afincado en Chile, estudió música en Alemania y formó parte de las tropas americanas movilizadas el Día D
Chileno descendiente de vasco que estudia música en Alemania hasta que se integra en el Ejército de EE UU para derrotar a los nazis. El texto condensa en estilo telegráfico parte de la trayectoria vital de Alberto Arregui, un apasionado del 'bel canto' que iba para tenor y que terminó enfrentándose como artillero a las tropas de Hitler en algunos de los episodios más memorables de la II Guerra Mundial, entre ellos el desembarco de Normandía y la liberación de París. La de Arregui es una de las biografías de los descendientes de vascos que combatieron con los aliados que ha rescatado la Asociación Sancho de Beurko, la misma que propició el homenaje que tributó el pasado 1 de marzo el Estado de Texas a los soldados vasco-americanos que tomaron parte en la contienda.
Alberto Arregui nació en 1913 en Chile, país al que había emigrado su padre, originario del caserío Belozaki de Mendaro. Francisco, que así se llamaba su progenitor, fue uno de los miles de vascos que abandonaron a principios del pasado siglo su hogar en busca de un porvenir más amable en Sudamérica. Como la mayoría de sus paisanos, Francisco Arregui cruzó el charco siguiendo la estela de unos familiares, en este caso unos primos que se habían establecido en Santiago de Chile. La capital chilena era por entonces uno de los principales centros de recepción de emigrantes vascos, especialmente guipuzcoanos. El mendaroarra no tardó en acomodarse al nuevo continente con la ayuda de sus primos y en 1910, apenas dos años después de su llegada, se casó con otra chilena descendiente de familia española. El matrimonio tuvo tres hijos, pero el fallecimiento de la madre en el alumbramiento del último de ellos, una niña, quebrantó la felicidad de la familia.
Tras la muerte de su mujer, Francisco Arregui se trasladó con su hija pequeña a Perú y dejó a sus dos hijos, Alberto y Eduardo, internos en el Colegio de San Ignacio de Santiago de Chile. Cuando los dos hermanos crecieron, la familia se volvió a reagrupar en Lima, ciudad en la que el padre había montado una fábrica de sombreros de fieltro. Dotado de un sensible oído y de una poderosa voz de tenor, Alberto se decantó por los estudios musicales. Tras realizar cursos de canto en Lima, viajó a Europa con la intención de ampliar y perfeccionar sus conocimientos musicales. Recaló en la ciudad belga de Amberes, a donde llegó en 1939 en vísperas del inicio de la II Guerra Mundial.
Puso a salvo a la hija de un judío belga viajando con ella hasta la frontera de Irun haciéndose pasar por su marido
Alberto Arregui tuvo oportunidad de conocer de primera mano los estragos de la invasión nazi. Su hija Marita, cuyo testimonio consiguieron recabar los historiadores de la Asociación Sancho de Beurko, evocaba el impacto que debió causarle la feroz persecución de los judíos belgas. La mujer contó que su padre ayudó al menos a una mujer judía a escapar de los nazis. Lo recordaba al hilo de un retrato que aún conserva. Es un cuadro, precisaba, que Emil Kammerer, un judío belga, le obsequió en reconocimiento por haber puesto a salvo a su hija, a la que acompañó hasta Irun haciéndose pasar por su marido. Dado que la invasión de las tropas de Hitler había interrumpido la actividad académica en la universidad de Amberes, Arregui se trasladó a Hamburgo con intención de seguir allí sus estudios musicales.
Notificación de la Gestapo
El joven vasco-chileno, que era capaz de desenvolverse en cinco idiomas, alternó en la ciudad alemana sus clases de música con un trabajo en el Consulado de Chile. Fue precisamente una recepción organizada por la delegación chilena la que desencadenó su expulsión de la Alemania nazi. En el acto intervino el alcalde de Hamburgo, que terminó su discurso invitando a los presentes a sumarse al saludo nazi con el brazo en alto. Arregui se resistió a secundar el gesto y al día siguiente recibió una notificación de la Gestapo en la que se le conminaba a abandonar el país.
El contacto directo con la barbarie nazi debió dejar en el joven tenor un profundo sentimiento de rechazo. Tan hondo que poco después de su regreso a América se trasladó a Nueva York con la intención de alistarse en el Ejército de EE UU para luchar contra las tropas de Hitler. Aunque no era ciudadano estadounidense, la imperiosa necesidad de reclutas derribó todos los obstáculos y en septiembre de 1943 Alberto Arregui fue admitido a filas. Un periódico militar saludaría así su ingreso: «Sus experiencias en Alemania y su observación de las condiciones en Europa le convencieron de que el nazismo debía ser aplastado y que debía ayudar a los aliados luchando con ellos».
Fue expulsado de la Alemania de Hitler tras resistirse a hacer el saludo nazi durante una recepción oficial
Tras recibir adiestramiento en Oklahoma, el joven vasco-chileno fue destinado a un batallón de artillería. Viajó con sus nuevos compañeros a Europa para participar en los preparativos del desembarco aliado en el continente. Permaneció en Inglaterra, desde donde fue movilizado para formar parte del mayor despliegue militar de la historia, el llamado Día D. El batallón de Arregui fue la primera unidad de artillería que desembarcó el 6 de junio de 1944 en Utah Beach, una de las playas de Normandía más castigadas por el fuego de las defensas alemanas.
El soldado vasco-chileno recorrió durante once meses los frentes más activos del conflicto en suelo europeo apoyando como artillero a la infantería estadounidense. Su batallón, que fue también uno de los protagonistas de la liberación de París, intervino activamente en las batallas más allá del Rin, cuando las tropas del II Reich, acorraladas y exhaustas, se replegaban ya hacia Berlín. Apenas un año después de su precipitada salida de la Alemania de Hitler, regresaba al país para procurar la derrota de los nazis.
Invasión de Japón
Tras la caída de Berlín, el batallón de Alberto Arregui regresó a Estados Unidos, donde recibió órdenes de prepararse para una invasión de Japón. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, sin embargo, precipitaron la rendición de los japoneses y el fin del conflicto. El joven tenor fue licenciado con honores y un abanico de condecoraciones, aunque no llegó a obtener la ciudadanía estadounidense. A su vuelta a la vida civil, se incorporó al negocio familiar en Lima, donde se casó, tuvo dos hijos y vivió hasta el fin de sus días. Murió en 1980 en la capital peruana a los 67 años.
Arregui formó parte de la 'Greatest Generation' (generación grandiosa), nombre con el que se conoce en Estados Unidos a los cientos de miles de soldados anónimos que lo sacrificaron todo para alistarse en el Ejército y combatir el totalitarimo. Con una discreción que se acomoda al carácter guipuzcoano que a buen seguro heredaría de su padre, nunca hizo alarde de su participación en la guerra. «Mi padre era muy reservado sobre todo lo que se refería a la guerra y lo que ocurrió durante aquellos años», confesó su hija Marita a los historiadores de la Asociación Sancho de Beurko. «Lamentablemente muchas cosas quedaron sin decir y ahora más que nunca desearía que hubieran sido respondidas».
La reconstrucción de la trayectoria vital de Alberto Arregui ha sido posible gracias al proyecto 'Fighting Basques': Memoria de la Segunda Guerra Mundial' de los historiadores Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla, una iniciativa que ha sacado a la luz en los últimos ocho años fragmentos de una realidad desconocida hasta hace muy poco: el papel desempeñado por los soldados vascos en la II Guerra Mundial.
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