La historia de una comunidad se puede estudiar por sus silencios. Las cosas que la gente no dice tienen mucha fuerza. A menudo resuenan más ... que los gritos, otorgan poderes y acarrean consecuencias. Hay silencios familiares, personales y sociales que expresan, mejor que las palabras, quiénes somos.
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La mayoría silenciosa somos esa gran parte de la población que no expresa su opinión ante lo que ocurre en su entorno. Vemos en un informativo el desahucio de una anciana, un naufragio en el Mediterráneo, una violación a una mujer, una agresión a un homosexual y nuestra reacción natural es callar.
¿Por qué no alzamos la voz ante situaciones que consideramos inaceptables? No creo que éste sea un silencio cómplice movido por la maldad o el desinterés. Más bien, un silencio culpable de quien se sabe superviviente por haber conseguido pasar desapercibido, por no protestar y evitarse problemas. No me excuso. Como dijo Martin Luther King, llega un momento en que guardar silencio es una traición.
De todas las zonas de confort en las que he vivido, la que más vergüenza siento al recordar es la que habité en los años anteriores y posteriores al cambio de siglo. Cuando el asesinato fue adoptado como una estrategia de oposición política y las aceras de los pueblos se tiñeron de la sangre de sus concejales. Este 25 de junio, con 25 años de retraso, escribo estas palabras como muestra de respeto a los que sufrieron, como reconocimiento a los que no se callaron.
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