El Estudio Social Europeo entrevistó a 40.000 personas de 31 países en una encuesta sobre la mediana edad. Llegaron a la conclusión de que ... la juventud se apaga a los 35 y la vejez comienza a los 58 años. Sé que la edad es sólo un número pero da que pensar cuando coincide con las velas de tu tarta de cumpleaños. Este lunes, al soplarlas, sólo pedí un deseo. Que no se apague en mí el fuego del deseo.
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La vida actual es una fábrica de anhelos y nos ha habituado a desear lo que no tenemos. Es humano querer más cosas pero llega una edad en que entiendes que el deseo no es sólo una pulsión provocada por la escasez o la privación. La paradoja de este tiempo es que nos aburrimos de lo que tenemos y centramos nuestros sueños en lo que nos falta. Aunque no haga falta.
Desear no es sólo extrañar, también es apreciar y agradecer. Encuentras algo muy parecido a la felicidad en continuar deseando lo que ya tienes. Yo sé que estoy vivo porque sigue vivo mi deseo de viajar, de leer, de escribir, de reírme con mis hijas, de admirar la belleza, de encontrar una idea, de buscar territorios inexplorados en la piel de mi amada. Seré poco aventurero pero conservo esa ansia infantil por repetir lo que me gusta.
El deseo, como la fantasía, es un estado mental difícil de estimular en una sociedad tan explícita. Yo soplo las velas deseando que la rutina no mate la sorpresa y, como regalo, pido una cosa. Un colirio que refresque la curiosidad de mi mirada.
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