Llamamos uva negra a un racimo de fruta de color morado y uva blanca a una variedad de tonos verdes con la que elaboramos un ... vino que, aunque se ve amarillo, insistimos en llamar blanco. El lenguaje es un pintor caprichoso que tiñe lo que vemos con matices que no le corresponden.
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La diferencia entre el color y el color nombrado no es un error cromático sino el vestigio de una herencia lingüística fosilizada. El mundo no está pintado sólo por la luz sino por la memoria de pueblos primitivos que conocían sólo tres colores con los que ordenaron y jerarquizaron el mundo. El blanco como luz y pureza. El rojo como sangre y latido. El negro como noche, misterio y transgresión.
Entre el ojo y la palabra siempre existe un pequeño abismo donde habita la imaginación. La caja negra de los aviones es de color naranja, el chocolate blanco es amarillo y existen rosas rojas, amarillas, blancas y veinte variedades más que no son de color rosa. El lenguaje no necesita acertar en el color para acertar en el sentido. La tez de los nativos americanos nunca fue roja y las pieles negras y blancas tampoco expresan colores, sino categorías sociales.
Estamos a medio camino entre el Black Friday y la blanca Navidad y ni el primero es negro ni la segunda llegará cubierta de nieve. Quizá el mundo no sea del color que vemos sino de aquel con el que lo pensamos y sentimos. Quizá vivir consiste en habitar esa distancia entre lo que el ojo ve y lo que el lenguaje sueña.
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