Creo recordar que varias veces en esta columna he dicho lo mucho que me gustaban las esculturas en piedra del románico y del gótico. Para ... mí, la piedra le daba seriedad, coincidiendo con Goethe que consideraba infantiles los colores en las estatuas. También les conté que me quedé un poco sorprendido, no me atrevo a decir decepcionado, al saber que aquellas estatuas, en su época, estaban coloreadas. Las reconstrucciones de algunos pórticos góticos, me recordaron a los templos hinduistas con sus «dioses» de colores que, hasta cierto punto, me parecían casitas de muñecas.
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Mis profesores me enseñaron a apreciar las estatuas níveas de Praxíteles o Fidias. Y me enseñaron la proporción ⅓ que usaron aquellos escultores y que después he usado en mis fotografías. Mi sorpresa ha sido enorme al conocer que aquellas estatuas en blanco mármol no se presentaban así al público sino que estaban coloreadas. El tiempo ha hecho que se pierdan los colores. Pero, el microscopio permite ver lo que había y, de vez en cuando, se desentierran estatuas con los pigmentos originales. Las estatuas estaban pintadas.
He visto una exposición con reproducciones de famosas esculturas griegas ahora coloreadas y, ¿saben ustedes?, cada vez me parecen menos infantiles. El mundo es de color, no es blanco y negro. Por ejemplo, la Artemisa de Pompeya, coloreada, es espléndida. Con los años me voy acercando a la niñez y me gustan los colores vivos.
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