La vida y quienes la vivimos no deja, no dejamos, de ser auténtcos 'Wunderkammern', 'Cuartos de maravillas,' aquellas habitaciones donde nobles y alta burguesía conservaban ... objetos exóticos.
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Sucedió en Bilbao pero a fe de todos que podría haberlo hecho en cualquier ciudad, villa, pueblo o pedanía de Gipuzkoa. Ya no hay bares ni tascas ni casas de comidas en el Bilbao Central. Quedan algunos establecimiento para el beber y el yantar normal en Zazpikaleak, San Francisco y Peñascal. Pero por la Alhóndiga hasta San Mamés todos son, como en Zabaleta Street (Donostia) y algún local de 'tapas y champagne' de Lapurdi, bistros, gastrotecas, cooperativas gastronómico-culturales, marrullerías futuristas y centenarios cafés hoy con servicio de catering.
Tan es así que entre el Guggenheim y la Intermodal el sábado 6 resultaba prácticamente imposible encontrar una posada donde hubiera un televisor normalillo para ver la Copa del Rey. Sí, claro, había locales último modelo con pantallones de increíble plasma. Pero proyectaban en bucle videos de pop electrónico. O de Jelly pop.
Amaneció el Día de la Madre. Si ver fútbol ya no era trending topic, se podía pensar que la ciudadanía pasaría olímpicamente de llevarle flores o pasteles de Belén a su progenitora. ¿No concluimos en que era pura falacia del marketing capitalista?
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Pues no. De pronto, la ciudad y hasta las salas donde sucedía el festival de cine fantástico se vaciaron. Todos, incluidos cineastas esperados en Cannes, habían quedado para comer. Con Mami.
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