Borrar
En Zorroaga, las visitas con las familias se han organizado en uno de los accesos, con la distancia de seguridad que obliga el coronavirus. Lobo Altuna

«Qué alegría volverte a ver, ama, pero qué pena no poder abrazarte»

La reanudación de las visitas en residencias casi tres meses después desata las emociones, a pesar de las rigurosas medidas, entre ellas, la prohibición de tocarse

Arantxa Aldaz

San Sebastián

Martes, 9 de junio 2020, 06:11

Comenta

Mari Carmen Ayerbe, sentada en silla de ruedas con sus cien años de vida encima, apenas habla. Pero cuando su hija, María Jesús Belza, le entona una de sus canciones favoritas, 'Muchacha de risa loca', «una canción colombiana», precisa, la anciana sigue el verso, tararea y se produce esa conexión misteriosa que despierta al cerebro, pero sobre todo al corazón. María Jesús llora, «pero de emoción». «Qué alegría verte, ama -continúa diciéndole sin parar, aprovechando al máximo la media hora de visita-, pero qué pena no poder abrazarte. Te mando besos de parte de todos, mándame tú otros para que yo se los lleve también a Javier, Lurdes y Miguel Ángel -sus otros tres hijos-», y la mujer los lanza desde su lado de la mesa, con gesto enlentecido. A su lado, en uno de los pasillos de la residencia Zorroaga, una docena de visitas más, separadas por biombos, componen el retablo de la dureza de la pandemia en los centros de mayores.

Tras casi tres meses de confinamiento sin contacto con el exterior -las residencias se cerraron el 13 de marzo-, los reencuentros permitidos desde ayer en Gipuzkoa desataron los sentimientos en los centros de mayores, que recuperaron en parte y de manera muy limitada el contacto con las familias. La obligatoriedad de mantener la distancia física dejó en suspenso los abrazos y los besos. Hubo que conformarse con verse a dos metros de distancia. Las visitas, con cita previa, duran media hora y solo pueden cursarse una vez a la semana, por un único familiar. Con la mascarilla, algunos mayores no reconocieron a sus hijos, que ya iban preparados para ese choque, pero que costó igualmente asimilar.

En Zorroaga, como decidieron hacer también en otros centros, dieron prioridad a los residentes con mayores limitaciones, que lo han tenido más difícil para las comunicaciones por videollamada en todo este tiempo, que no han entendido la situación, porque han perdido la memoria, la noción del tiempo. «Mi ama me ha visto con la mascarilla y no sabía que era yo. Ya lo esperaba, te vas mentalizando, pero...». Mirari Terradillos habla de su madre, Vene Pérez, con «la tranquilidad y la confianza en el centro» de haber recibido información de manera frecuente durante la pandemia. En Zorroaga no han sufrido contagios. «Le he visto bien, y quizá hayan sufrido menos porque no sabían si la ausencia era reciente, si había pasado muchos días». Ella y su familia visitaban a diario a su madre, hasta que el pasado 13 de marzo los centros se cerraron.

Aquellos viajes juntos

Aquel viernes que todos recuerdan, Esperanza Oller tuvo igualmente que interrumpir su rutina de visitas a su marido, Alfonso Lafuente. «No me olvido de ese día». Le grita desde su lado de la mesa, porque el hombre, aquejado de parkinson, apenas oye. «Alfonso, que vengo la semana que viene otra vez». Él abre sus ojos que parecen salirse de las órbitas, una mirada de las que hablan. «Tenía 55 años cuando se prejubiló, y al poco empezaron los síntomas», cuenta su mujer. Hoy lleva un año en la residencia. «No le dije que le ingresábamos. No pude. Solía dejarle en un centro una vez al año para que yo pudiera descansar algo. Y uno de aquellos ingresos ya fue definitivo». Han sido grande viajeros. Kenia, Argentina, Egipto... «Creo que ya él sabía cómo iba a evolucionar y entonces aprovechó». Cuesta imaginarlo, hoy sujeto el cuerpo a su silla para controlar los movimientos que le provoca el parkinson. Trata de decir algo. «Pregunta cuándo es la merienda», traduce su mujer.

Juan Carlos Cuesta Medina visitó a sus padres, José Luis y Ángeles Lobo Altuna

El volumen en la sala va subiendo de decibelios. Las trabajadoras del centro tienen que hacer de intérpretes para trasladar lo que los mayores tratan de hablar con un hilo de voz y lo que les trasladan sus familias. «Que tenemos una gripe muy mala y hay que llevar mascarilla», se acerca Pablo García, de Zorroaga, para colocar la protección a Ángeles Medina. «Para muchos es la primera vez que tienen que llevar mascarilla. No conocen lo que es», porque en el centro, salvo los casos de aislamiento, no ha sido necesario su uso por parte de los residentes. La comunicación en las circunstancias de gran dependencia de muchos de los residentes no ha sido fácil. «No es solo llamar o sentarse aquí y que hablen entre ellos -explica García-. Hay un trabajo para estimular, para motivar, y también después, porque muchos se quedan afectados», y ahí es donde interviene el trabajo de todo el equipo, como se ve en las visitas.

Desescalada

  • Residencias Ayer se reanudaron las visitas de familias, limitadas a una a la semana, con cita previa y sin contacto físico. A partir del 22, se permitirán dos familiares por visita

  • Centros de día Ayer reabrieron con limitación de aforo y medidas de seguridad

  • Centros de menores Se reanudaron ayer las visitas con las familias biológicas

Juan Carlos Cuesta, el hijo de Ángeles, agradece el reencuentro. Tiene también a su padre, José Luis, ingresado en el centro. Sufre alzhéimer, y apenas gesticula desde la silla de ruedas. Su madre, cuenta él, sufrió un derrame que también le deterioró. Los dos viven juntos en la residencia. «Realmente en las videollamadas les hemos visto bien, han sido con frecuencia suficiente. Siempre es mejor verles aquí, pero sobre todo para ellos», porque además solían hacer la llamada a tres bandas para que también se sumara su otra hija, Ana, que vive en Londres.

«Agradecidos»

«Esa sonrisa me vale para el resto de la semana», se despide María Jesús Belza de su madre. Le colma de besos con la mano. «Cuando nos dejen vendremos todos y te vamos a dejar apachurradita del abrazo, y brindaremos por estar todos juntos de nuevo», le intenta contagiar de ánimo. «Estamos agradecidos de lo bien que están cuidados, después de todo lo que se ha visto por ahí», dice después María Jesús, que pide que la crisis del coronavirus sirva «para que conciencie a mucha gente, a los políticos, que los cuidados de los mayores sean un objetivo importante, que los cuidadores tengan trabajo permanente, porque será en beneficio de toda la sociedad, y de los residentes los primeros».

La despedida deja un profundo silencio. Ya están en la puerta preparadas las familias para el siguiente turno, para las siguientes emociones y los no abrazos de esta extraña anormalidad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco «Qué alegría volverte a ver, ama, pero qué pena no poder abrazarte»

Coronavirus en Gipuzkoa: la reanudación de las visitas en residencias desata las emociones, a pesar de las rigurosas medidas