Tras años de búsqueda, Aritz, de Donostia, encontró a su familia biológica en 2017. dv
Adopciones | Padres biológicos

«He encontrado a mis padres»

Aritz pudo localizar a su familia biológica tras una larga búsqueda. En ese proceso está inmersa María que, como, una veintena de guipuzcoanos, solicitó su expediente de adopción el último año

Macarena Tejada

San Sebastián

Viernes, 10 de junio 2022, 06:37

María supo desde pequeñita que era una niña adoptada. No recuerda la edad que tenía cuando sus padres, de la mejor forma en la que ... pudieron, le dieron la noticia. Pero lo que nunca va a olvidar es que su adopción «siempre fue un tema tabú» en casa, «algo que había que mantener en secreto. Lo he llegado a vivir hasta como un peso». Quizá por eso, «a lo largo de la infancia» tuvo «una pequeña mochila» de la que no conseguía desprenderse. Un día, en la escuela, la profesora les contó un cuento en el que el protagonista era un niño adoptado. «Era como yo. Entonces procesé lo que me pasaba», asegura. Se vio completamente reflejada en el protagonista del libro, que también era más inseguro, con más miedos, e incluso tenía dificultades para concentrarse.

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Hasta hace poco María, natural de Donostia, no estaba preparada para conocer su historia, sus raíces, aquellas de las que nunca ha escuchado hablar. Al fin y al cabo, insiste, «nosotros, antes de ser adoptados, hemos sido niños abandonados». Y esa «herida psicológica» no es fácil de sanar. Es más, hace solo nueve meses que decidió comenzar la búsqueda activa de su familia biológica, coincidiendo con el nacimiento de su primer hijo y la lectura de un artículo sobre el derecho reconocido por ley de las personas adoptadas de conocer sus orígenes, al que llegó «de forma fortuita». Aquí, matiza, volvieron los fantasmas. El llamado conflicto de lealtad. «Pero esta idea hay que desterrarla. Tenemos derecho a construir nuestra identidad. Pensamos en el dolor que podemos causar a nuestros padres, pero no consideramos las dificultades que nos puede generar el no conocer de dónde venimos». Como María, una veintena de personas solicitaron su expediente de adopción el último año en Gipuzkoa, según datos del departamento de Políticas Sociales.

«Cuando tuve a mi primer hijo sentí mucho miedo de morir. No podía desaparecer y que esta criatura se quedara sola»

maría

Cuando llegó por primera vez a la cita con el programa de gestión de apoyo a la adopción de la Diputación de Gipuzkoa, ya tenía su expediente sobre la mesa. «Fue muy impactante. Eran papeles amarillos, de hace años. Incluso había un cheque de cien pesetas que entregaban a todos los niños abandonados». En ese momento no lo sabía, pero ahí constaban los datos, con nombre y apellido, de su madre biológica. A pesar que ella siempre había pensado que «estaría muerta», aún vive, aunque reside en otra comunidad autónoma. Todavía no han conseguido dar con ella, pero María, con ayuda del servicio de adopción de la Diputación, ya ha escrito las preguntas que necesita que su madre le responda. «Quiero conocer su historia, que es mi historia», sentencia.

Ante la posibilidad de llevarse «una decepción» y que la mujer que un día le abandonó le vuelva a fallar, todavía no sabe si quiere conocerla en persona. «Tenía miedo de que fuera invasiva. Yo no busco ni una madre, ni una tía, ni una amiga», dice, «solo saber de dónde vengo y así ver si puedo llenar ese vacío que tengo». Decidirá sobre la marcha si dar el paso de encontrarse con ella físicamente, aunque «me apetecería más conocer a posibles hermanos».

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Tiene el apoyo de toda su familia en esta búsqueda, si bien sus padres «no están preparados» para ello. «La gestión emocional de los padres adoptivos es muy complicada». Por eso, han decidido no volver a tratar este tema en casa. Porque, argumenta María, tanto para las personas adoptadas como para los padres adoptivos los sentimientos en este aspecto suelen estar siempre a flor de piel. Por ejemplo, cuando ella tuvo a su primer hijo, sintió «mucho miedo» a que ella pudiera morir, «a desaparecer de este mundo y que esta criatura se quedara sola». Son pequeños traumas que aún a día de hoy aparecen, como «cuando el médico nos pregunta por nuestros antecedentes familiares. Hay que ser capaz de decir 'los desconozco, soy adoptada'. Hasta hace poco no era capaz y decía que mi familia era sanísima».

«No es todo blanco o negro»

La historia de María se asemeja bastante a la de Aritz, aunque hace ya cinco años que este donostiarra afincado en Galicia encontró a su familia biológica. Tras un «largo proceso», que empezó en 2013 y finalizó en 2017, Aritz logró «por fin» conocer sus raíces, de dónde viene y por qué le dieron en adopción. «Siempre había pensado que era porque no me querían, hasta que me di cuenta de que podía no ser así», comenta. Es más, en la actualidad mantiene relación con su padre biológico, alguna hermana y varias tías, algo que nunca se hubiera imaginado.

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«Siempre había penasdo que mi madre me había dado en adopción porque no me quería. Luego me di cuenta de que no era así»

aritz

Ser adoptado es «un tema que nunca me importó», reconoce. Pero cuando con el tiempo entendió que «no era todo blanco o negro», decidió iniciar esa búsqueda sin saber qué se encontraría. Sin embargo, se puso un requisito a priori «muy importante» para él: «Me dije a mí mismo que iba a esperar a que mi padre muriera -su madre falleció hace tiempo- para no causarle ningún tipo de dolor». Otra vez más, como en el caso de María, Aritz también se enfrentó al conflicto de lealtad, que amenazó con retrasar la búsqueda. No obstante, en una charla a la que acudió tras haberse metido en un proceso de adopción con su mujer, se rompió «por completo. Ese día me quedé destrozado y lo único que pude hacer es hablar con mi padre sobre el tema. Despejé muchos fantasmas», sostiene.

No quería hacerle daño, pero tampoco quería herirse a sí mismo. «Me ayudó en todo lo que pudo y me dio muchos papeles que guardaba de la adopción». Los fotocopió y se los entregó de vuelta. «Eran suyos y le recordaban que él era mi padre, aunque fuera adoptivo», insiste. Con esta documentación Aritz estaba preparado para comenzar la búsqueda de su familia biológica. Dicho y hecho. Viajó a San Sebastián, donde tras «una odisea» de encuentros y después de recurrir a un abogado, Osakidetza le dio el nombre de la mujer que había dado a luz el día y la hora en el que él nació en ese mismo hospital. Su adopción fue «por la vía rápida» y no contaba con ningún otro registro oficial más que los papeles que le llevaban a Salud.

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Desgraciadamente, se encontró con que su madre biológica había fallecido tiempo atrás. «Desde Osakidetza me dijeron quién era y acto seguido que había muerto allí mismo. No era lo que necesitaba, pero sí la realidad». Resulta que «era muy jovencita» cuando se quedó embarazada y «se metió en las drogas» después de dar a Aritz en adopción. Eso es, al menos, lo que le contaron varias tías -hermanas de su madre- cuando les conoció en uno de sus viajes a Donostia. En esas conversaciones se enteró también de que su tío, con el primer familiar que se reunió en el gabinete de su terapeuta, «había estado de acuerdo con el entramado creado por varias hermanas de la caridad para convencer a mi madre a darme en adopción», lamenta. Ese es el motivo por el que en la actualidad no tiene «ninguna gana» de conversar con él. En cierto modo, se siente «culpable» de la vida que llevó su madre después de haberle perdido.

«Hay un antes y un después» de toda esta búsqueda, en la que también dio con su padre. «Mi madre había tenido relación con dos hombres. Pero todo apuntaba a uno. Le hicieron pruebas y salió que era mi padre. Él no sabía siquiera que había tenido un hijo con ella», por lo que la búsqueda de orígenes no solo le ha cambiado la vida a Aritz, sino que también a su progenitor, que ya ha conocido a su nieto, así como la de sus hermanas por parte de padre. «Sobre todo con una tengo mucha relación», se enorgullece, porque él, como la mayoría de niños adoptados, no tuvo hermanos.

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Ahora, ha recuperado parte de su vida. Esa que podía haber sido pero no fue. Y guarda en su baúl de los recuerdos, de aquellos que no sucedieron, fotos de su madre. Lo único que echa en falta es no haber escuchado su voz. De recién nacido lo hizo, incluso le dio pecho. Le hubiera gustado compartir una charla con ella, pero se conforma con saber de dónde viene, «para así poder definir mejor a dónde ir».

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