«Acoger a un menor es una experiencia maravillosa que recomendamos sin dudar»
Rosa y Óscar tienen en común un hijo de 19 años y una hija de 11 en acogida. Son una de las 315 familias con las que cuenta la Diputación para atender a menores desprotegidos
Rosa Albarracín y Óscar Amilibia no se habían planteado nunca convertirse en una de las familias guipuzcoanas que tienen en acogida a un menor ... bajo la supervisión de la Diputación Foral de Gipuzkoa. «Ni siquiera sabíamos que existía esa figura», reconocen, pero desde que Ana, nombre ficticio, llegó a sus vidas hace diez años no pueden estar «más contentos» y no dudan en calificar la experiencia de «maravillosa». La pequeña tenía un año cuando empezó a formar parte del día a día de este matrimonio donostiarra y desde el primer momento la sintieron como «una más de la familia».
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Cuando Rosa cuenta cómo llegaron a pensar en formar parte de las 315 familias de acogida que hay en Gipuzkoa no esconde sus dificultades para tener hijos. Hoy presume de dos, uno biológico, Gorka, de 19 años, y Ana, «que es mía pero no», consciente de que su pequeña tiene otra familia, la biológica, con la que ella y su marido mantienen relación en beneficio de la menor. «A veces se nos olvida que está en acogida porque lleva con nosotros toda la vida, pero tenemos muy claro cuáles son las diferencias con respecto a un hijo adoptado».
La menor en acogida llegó a su casa cuando tenía un año de vida, lleva diez con ellos y conoce su situación «perfectamente»
Tras tener a Gorka, la pareja se planteó la adopción. «Pensamos en China pero estaba muy complicado», cuenta Rosa. Querían ampliar la familia y un día vieron en el periódico que podían ayudar a menores a través de la acogida. Rosa enseguida vio una oportunidad de ayudar, a Óscar le pesaban las dudas. «Me preocupaban las ideas preconcebidas», manifiesta. «No sabía cómo íbamos a poder atender a un pequeño que venía con una mochila. Me daba miedo que nos pudiéramos quedar solos en ese camino, y en lugar de ayudarle, por desconocimiento, hiciéramos los contrario», cuenta. Todas sus inquietudes se disiparon en una reunión informativa a la que Rosa insistió en acudir. «Estuve pico-pala, pico-pala para convencerle. Le dije que informarnos no nos comprometía a nada. El no ya lo teníamos, y quizá nos pudiera interesar», recuerda entre risas. En cuanto salieron, él quedó convencido. «La clave fue que comprobé que no te quedabas solo, que te acompañaban en todo momento en el proceso de acogida y durante el periodo en el que el menor está contigo», señala Oscar.
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La primera idea era que llegara a su casa a un niño de unos 5-6 años. «Gorka, tenía entonces 8 años, y se hizo a la idea de que tendría un compañero de juegos», rememoran. Y llegó Ana, con un año. «¡Casi le da!», se ríen. «Ahora están totalmente compinchados. No puedes decir nada a uno sin que salte el otro. Son un auténtico equipo». A Rosa y Óscar el bebé les enamoró desde el primer momento. «Era tan pequeña», rememoran. Con Rosa Ana enseguida congenió. A Óscar le costó ganársela, «hoy es la niña de mis ojos», reconoce mientras su pareja asiente y confirma lo que dice. «Es como con mi hijo, han hecho piña».
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La 'responsable de caso'
El caso de Ana fue el primero de acogimiento de urgencia, es decir que pasaba directamente de la familia biológica a la familia de acogida. Lo habitual es que desde el ente foral se busque una familia intermedia antes de que se encuentre una definitiva para tener un periodo de adaptación. «Nuestra experiencia salió bien y se ha repetido en otros casos», dice Rosa. En los primeros momentos la ayuda que les brindaron desde la Diputación fue fundamental. «La persona que teníamos de apoyo venía todos los días porque le puedes poner muchas ganas y entusiasmo pero te tienen que guiar», observa Óscar. «Los pequeños vienen con su propia historia, Ana era muy pequeña, pero hay que saber cómo actuar más allá de los cuidados y cariños».
Los temores iniciales se disiparon «al ver que no estábamos solos. Nos hemos sentido arropados todo el tiempo»
Las visitas con una 'responsable de caso' se mantienen durante todo el periodo de acogida. A día de hoy Lorea Barkaiztegi es su persona de referencia. Ella se encarga de hacer un seguimiento. «Nuestro papel es detectar faltas que pueda haber para activar recursos. Por ejemplo, si hubiera un malestar en la familia se puede activar la figura de un psicólogo», explica. La frecuencia de las citas depende de la propia necesidad de las familias y el menor. «Es nuestra persona de referencia, para nosotros y para Ana», manifiesta Rosa. «Nos viene muy bien que esté porque pueden surgir dudas».
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De los primeros días con Ana recuerdan «el dolor» que vieron en el primer encuentro con la familia biológica de Ana. Fue con sus abuelos, «veíamos cómo sufrían». Esos momentos eran «muy duros», reconocen. «Nos poníamos en su piel y entendíamos su dolor». Poco a poco se fueron haciendo a la nueva vida con uno más en la familia. El trajín que suponía tener un bebé en casa con otro hijo pequeño. «De pronto te das cuenta que va pasando el tiempo y que llevamos en esta aventura maravillosa diez años».
Ana conoce «perfectamente» cuál es su situación. Rosa y Óscar se han encargado de contarle todo. «Ella sabe que tiene dos familias. Que la biológica no ha podido hacerse cargo de ella, porque no ha podido y que tenía que haber otra que pudiera hacer todo lo que ellos no pudieron. Y que por eso estamos nosotros», cuenta Óscar.
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Recuerdan «el sufrimiento de sus abuelos» en el primer encuentro con la familia biológica, «eso fue lo más duro»
El matrimonio se llegó a plantear acoger a algún otro niño pero tenían ya dos a su cargo. «Parece que no, pero los años pesan y, como sucede con los biológicos, en el momento en que te das cuenta ellos han crecido y tú te has hecho mayor», bromean entre ellos.
Con todo, su vena solidaria no se ha quedado estancada. El último año han ampliado su familia en tres miembros más. Cuando el Gobierno Vasco abrió la lista de familias voluntarias para acoger a refugiados ucranianos por la guerra no le dieron muchas vueltas. «¡Qué vas a hacer! Echas una mano como te gustaría que te ayudaran si te pasara a ti», manifiesta Rosa. «Veíamos en televisión cómo salían del país y nos animamos». Así que desde hace casi seis meses en su casa vive un mujer ucraniana con sus dos hijos. «Se van adaptando pero te da mucha pena ver cómo sufren por su marido y padre, que se ha quedado en el país tal y como está la situación».
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