El músico, en el interior de su casa en el Albaicín de Granada.

Partitura provenzal

su relación con Pablo Heras Casado, un joven músico que dirige las mejores orquestas del mundo

BORJA OLAIZOLA

Sábado, 19 de julio 2014, 10:01

Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) ha sido siempre un espíritu libre. Su entrega incondicional a la música le ha llevado a protagonizar una carrera profesional de vértigo que ha culminado este año con su elección como mejor director de orquesta en los Estados Unidos. Al que parece ser el nuevo amor de Anne Igartiburu, según ha publicado esta semana 'Lecturas', no le han gustado nunca las ataduras y por eso su trayectoria ha sido un constante ir y venir de una orquesta a otra. Cuando el 'The New York Times' le hizo una pregunta al respecto en una doble página que le dedicó antes de uno de sus estrenos, el granadino respondió: «Supongo que soy un romántico. Siempre estoy cambiando de orquesta, cambiando de país, cambiando de repertorio, cambiando de todo. No es que sea inconsistente, solo espero el momento oportuno».

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De confirmarse lo que insinuaban las fotos de la pareja, parece que ese momento podría haber llegado. En las imágenes se veía al músico y a la presentadora caminando abrazados por una calle de Marsella, ciudad elegida como centro de operaciones por Heras-Casado para desarrollar su trabajo en el Festival de Aix en Provence, uno de los grandes certámenes de música clásica del verano. Según la publicación, Igartiburu viajó a la ciudad francesa el pasado 27 de junio en compañía de su hija mayor, Noa, a la que adoptó cuando estaba casada con Ygor Yebra y que ahora tiene 14 años. Madre e hija se han alojado en una mansión de Marsella en compañía del músico, al que han acompañado en excursiones y paseos durante los ratos libres que le dejaban ensayos y conciertos.

La relación con Igartiburu, que tiene ahora 45 años, ha colocado por primera vez a Heras-Casado en el centro de la diana de la prensa rosa. El músico es hijo de una familia humilde. Vivió su primera infancia en Barcelona, donde una de sus profesoras de preescolar se dio cuenta de que tenía un oído excepcional para la música, y se trasladó siendo aún niño a Granada. Su padre, policía nacional, le compró a los 9 años un piano a plazos haciendo un considerable sacrificio económico y luego hizo todo lo posible para procurarle instrucción musical. Compatibilizó los estudios en el colegio público del barrio del Zaidín, donde la familia se afincó, con las clases de música en el conservatorio. Se licenció en Historia del Arte, pero su verdadera vocación era la música: empezó cantando en un coro infantil y en cuanto tuvo oportunidad puso primero en marcha un grupo de música antigua, Capella Exaudir, y luego otro especializado en melodías contemporáneas, llamado Sonora.

Dotado de un raro talento para asimilar músicas de todas las épocas y de una mezcla explosiva de inquietud y determinación, el joven granadino apostó fuerte y se lanzó al ruedo de la dirección de orquesta. Su primer reconocimiento internacional fue en el Festival de Lucerna de 2007. Desde entonces su carrera ha sido un torbellino: ha dirigido a las mejores formaciones del mundo, de la Filarmónica de Berlín a la de Nueva York, y se ha consolidado como uno de los conductores de orquesta más prometedores de la escena internacional. Su elección como mejor director de 2014 en EE UU ha sido el último espaldarazo en su fulgurante trayectoria.

«Mi centro sentimental»

Aunque pasa la mayor parte del año fuera de España debido a sus compromisos, regresa a Granada siempre que puede. Hace unos años adquirió y rehabilitó un carmen en pleno Albaicín. Allí celebra acontecimientos como las Navidades con su familia más directa, sus padres y su hermana, con los que mantiene una estrecha relación, y se reúne con sus amigos de toda la vida. «Granada -decía en una entrevista en el 'Ideal'- es mi centro emocional, sentimental y estético. Pasear por sus piedras es para mí lo más bonito del mundo y, cuanto más conozco el mundo, más lo aprecio».

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Quienes le conocen dicen que es una persona asequible que hace gala de la misma humildad que le acompañaba en sus tiempos de cantante en el coro infantil. Cuando hace tres años dirigió a la Filarmónica de Berlín, probablemente la más conocida de todas las orquestas, decía lo siguiente: «Algunos de sus músicos llevan 40 años en la formación; han vivido la era Karajan, la era Abbado, algunos de los mejores directores de la historia. Cuando perciben que eres humilde y honesto, desaparecen las barreras de edad».

Enfrascado en su trabajo en el Festival de Aix, donde dirige un montaje de la ópera de Mozart 'La Flauta Mágica' que se estrenó con excelentes críticas el pasado día 2, Heras-Casado permanecerá en Marsella al menos hasta el próximo martes, cuando está programada su última representación en el certamen. Luego viajará a Nueva York para ensayar con la Orquesta Saint Lukes, de la que es director titular, su participación en otro festival de verano el próximo 3 de agosto. Atrás quedarán unas jornadas relajadas en el soleado y luminoso sur de Francia, toda una invitación para una futura partitura en la mejor tradición de la música provenzal.

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