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June Yamaguchi, Nicole Warren, Khadija Kaoubea y Maribel Castillo, tras la charla sobre la igualdad. Morquecho

«Aquí hay más igualdad pero sigue habiendo machismo»

8-M. Día Internacional de la Mujer ·

Cuatro mujeres relatan a DV la percepción que tienen sobre la realidad guipuzcoana respecto a las costumbres de sus países de origen

Estrella Vallejo

San Sebastián

Sábado, 9 de marzo 2019, 07:30

Hace unas décadas, tampoco demasiadas, la llegada de la mujer a un mercado laboral eminentemente masculino estuvo acompañada de reproches y miradas de desaprobación. Los hombres acusaban a las mujeres de estar ocupando puestos de trabajo y, por tanto, de dificultarles la posibilidad de encontrar un empleo. Una idea que ahora puede resultar implanteable, pero que años después de aquello –hace todavía menos tiempo– volvió a repetirse. Solo que en vez de señalar la figura de la mujer, fue al inmigrante al que se le atribuía –y aún atribuye– la responsabilidad de copar unas plazas que limitan la empleabilidad de la gente local. Qué decir tiene si además de ser una persona extranjera, es mujer.

June Yamaguchi (Japón), Nicole Warren (Inglaterra), Khadija Kaoubea (Marruecos) y Maribel Castillo (Colombia) son cuatro ejemplos de mujeres que después de muchos años viviendo en Donostia se han desprendido de costumbres machistas que en sus respectivos países resultan aún incuestionables. Reconocen que aquí queda mucho camino por recorrer, y sobre todo la japonesa, la marroquí y la colombiana –en Inglaterra hay menor diferencia con Euskadi en materia de igualdad–, confiesan haber aprendido a desarrollar una mirada crítica hacia ciertos hábitos que antes de trasladar su residencia ni siquiera se planteaban. Cada una a su manera, coinciden en que hay que seguir avanzando, porque todavía hoy las mujeres siguen asumiendo roles que les posicionan un peldaño por debajo del hombre.

El asunto sobre el que reflexionar es tan amplio que hay que empezar por una idea. ¿Qué es lo que más les llamó la atención en materia de igualdad cuando aterrizaron en Gipuzkoa? Resoplan. Khadija Kaoubea (Marruecos, 39 años) llegó a San Sebastián hace 18 años y el listado, dice, es interminable. «El contraste es enorme. Allí la mujer está considerada, pero siempre menos que el hombre, no tiene la misma libertad que aquí», señala.

Maribel Castillo (Colombia, 44 años) asiente con la cabeza. «El hombre latino es muy machista, mujeriego, toma tragos, a la mujer la discrimina y la considera insignificante. El hombre en Gipuzkoa ayuda en casa y respeta a su mujer», resume rápidamente.

La impresión de June Yamaguchi (Japón, 46 años) va por los mismos derroteros. En su caso, más que el entorno familiar –que también– llamó su atención la presencia de la mujer en el ámbito laboral. «Hay muchas mujeres con cargos importantes. Directoras de banco, políticas... Las mujeres están muy presentes aquí. En Japón cobran menos que los hombres y una vez tienen el primer hijo desaparecen del mundo empresarial», explica esta japonesa que lleva casi 20 años residiendo en la capital guipuzcoana. En su caso también se repite la película de que es el hombre el que mantiene a la familia, lo que obliga a la madres a asumir el rol de mujer mantenida y sumisa. «Puedes trabajar con un contrato temporal sin superar una cifra para que no incremente el pago de impuestos», una medida, dice, que de manera indirecta limita la presencia femenina en las empresas.

No obstante, que la comparativa de Gipuzkoa con países menos avanzados en materia de igualdad sitúe al territorio en buena posición, no significa que no haya vías de mejora, y no tanto en lo que respecta a la regulación de medidas de conciliación, sino en lo que se refiere a la mentalidad de la población. Nicole Warren (Inglaterra, 40 años) ya lo percibió hace una década cuando llegó de Londres. En su ciudad natal existe un menor reparo a la hora de que «sea el hombre el que sacrifique su carrera profesional y cuide de los hijos si la proyección de la mujer es mayor». Aquí, apunta, existe la norma, «pero en la práctica los casos son muy puntuales».

Mirada crítica

Estas cuatro historias están protagonizadas por mujeres que han residido buena parte de sus vidas alejadas de su hogar, lo que les ha permitido tomar distancia y desarrollar una mirada crítica que enciende sus alarmas cada vez que regresan a casa, fundamentalmente en el caso de Khadija, Maribel y June.

La primera destaca la forma que tienen en Marruecos de dirigirse a las mujeres. «A la mayoría, sus maridos no les dejan estudiar ni seguir con sus carreras, así que se convierten en amas de casa, pierden su libertad y ya no se mueven de ahí. Si tu padre te dice que dejes la empresa porque no le parece bien, tienes que aceptarlo. Igual que si tu marido te dice que dejes de estar con una amiga, lo dejas».

En el caso del país de esta mujer que durante muchos años trabajó en Casa Tiburcio, es la religión la que marca los límites. Aquí, confiesa, es diferente. Si bien indica que ha sentido en muchas ocasiones las miradas de recelo por practicar el islam, lo que quizás en Euskadi templa esa 'desconfianza' es que esté casada «con un cristiano de Donosti», pero ese hecho entre sus paisanos es lo que precisamente despierta incomprensión. «Tenemos un acuerdo de que cada uno pueda practicar libremente su religión», apunta como ejemplo de una cuestión que en Marruecos sería impensable. Han transcurrido muchos años de relación, pero su familia sigue viendo «raro» que su marido recoja la casa o friegue los platos después de comer. «En mi país eso queda feo». No obstante, defiende que aunque «la raza mora es la raza mora, se ha avanzado mucho» y al mismo tiempo señala que «aquí hay más igualdad pero sigue habiendo machismo también».

Cuando la japonesa regresa al país nipón y cuenta a sus amistades algunos de los logros que ha conseguido la mujer vasca «me dicen que esto es un paraíso», exclama. June Yamaguchi lleva años trabajando como guía turística y cuando sus compatriotas nos visitan aprecian a simple vista unas costumbres en materia de igualdad que chocan por completo con las suyas. «Alucinan cuando ven a un abuelo empujar el carrito de un bebé y hacerse cargo de sus nietos, o cuando ven a un padre con las bolsas de la compra. Se ve la participación del hombre en las tareas domésticas y eso es síntoma de que la mujer está bien valorada, o mejor al menos que en mi país». En Japón, resume, hay normas que promulgan la igualdad, pero en la práctica son inexistentes.

Pone como ejemplo algo tan vanal y cotidiano como hacer el desayuno. Es tarea de las mujeres. Su madre se levanta a las cinco de la mañana para que su padre tenga el arroz cocido, el pescado, las verduras y la sopa preparadas cuando se despierte para ir a trabajar, «y si está frío mi padre se enfada». «Aquí cada uno se hace lo suyo, y me parece mucho más lógico, pero es cierto que cuando vivía allí ni si quiera me planteaba que no estuviera bien».

Otro ejemplo es la asistencia al parto de un hijo. En el país del sol naciente es cosa de mujeres. Cuenta la historia de un japonés que trabajó como gerente en una empresa de Hernani. «Le llamaron al trabajo para decirle que su segunda hija estaba en camino, y sus compañeros empezaron a decirle qué hacía todavía en el trabajo, que se fuera corriendo. Les hizo caso y fue la mejor experiencia de su vida, pero en Japón el trabajo está por delante de tu familia y de tus asuntos personales», explica.

El peso de las tradiciones

En muchas ocasiones las tradiciones se convierten en una losa tan pesada que pese a no compartir las formas, acaba primando el respeto a la familia y a las tradiciones. No obstante, Maribel está concienciada de que el servilismo tan característico de los latinos, y sobre todo de las latinas, puede ser en su cultura sinónimo de respeto, pero que hay que aprender a limitarlo. «Con los años una va tolerando menos a ese hombre que te quiere pisotear», defiende esta mujer que afirma haber tenido la «suerte» de trabajar para Eduardo Chillida, lo que le ha «abierto muchas puertas».

La mayor conciencia social resulta innegable y para Nicole se debe en buena medida al reflejo que tienen las cuestiones de género en los medios y en movimientos como #Metoo, que se ha terminado convirtiendo en un eslogan a nivel mundial en defensa de los derechos de la mujer. «Ahora se habla más, sale en la prensa y eso te hace ser más consciente de que las mujeres soportamos cosas que no deberíamos. Si haces el trabajo igual que un hombre, ¿por qué no ganar el mismo sueldo? Cuando leo esas cosas me enfado, porque yo tengo una empresa y ni se me ocurre hacer eso».

Entre los retos de futuro, esta inglesa que dirige junto a su marido la escuela de cocina Mimo Food, están las tareas domésticas de forma completamente compartida. «Cuando hablo con mis amigas coincidimos en lo mismo, que llegamos a casa después de trabajar y seguimos con nuestro otro trabajo que es la casa y los hijos. El hombre ayuda, pero no al mismo nivel». Y en este sentido subraya que «en esos casos en los que no puedes ir a por tu hijo porque tienes una reunión, te da pena, y tienes un sentimiento de culpabilidad que los hombres no tienen, o no al menos al mismo nivel».

El reto, ya sea en Marruecos, Inglaterra, Colombia, Japón o, de forma más local, en Gipuzkoa, es seguir avanzando. ¿Es posible? Tienen sus dudas. Khadija lo ve factible, aunque hará falta mucho tiempo. «Por mucho que las mujeres estudien en buenos colegios, al llegar a casa la religión manda y eso ralentiza el proceso», reconoce. Maribel pinta el panorama algo más oscuro. «A los hombres no les gusta que las mujeres aspiremos a mejores trabajos y tengamos más estudios. Pero como siempre, depende del dinero que tengas para poder ser independiente». El aspecto positivo que ve la colombiana es que gracias a la inmigración, muchos latinos se van contagiando de costumbres más igualitarias. Algo que, por ejemplo, no sucede en el caso de los magrebíes, «porque se relacionan entre ellos, mantienen las mismas costumbres y así es imposible que se cambie nada», lamenta Khadija.

Para la japonesa, el camino por el que se está transitando en Gipuzkoa es el acertado, pero advierte de que hay que tener cuidado con no caer en los radicalismos para no desdibujar el mensaje. «No hay que buscar la igualdad de forma radical, sino con armonía, poco a poco. Así es como se consigue una sociedad mejor», concluye.

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