Entusiasmo.
Habrá que admitirlo: brilla por su ausencia. Llevamos demasiadas citas electorales en las que muchos no votamos a la opción más ilusionante, sino a la ... menos mala. Las campañas suelen ser además contraproducentes: a medida que avanza la campaña la opción menos mala nos va pareciendo peor. Pero los más veteranos nos resistimos a caer en el vicio de la abstención. Aprendimos lo que repetían nuestros padres: «Tras tantos años sin votar ahora no hay que desperdiciar ninguna ocasión».
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Aburridos.
Es lo que queríamos los vascos después de tantos años agitados para mal: aburrinos políticamente. Era terrible que cada cita con las urnas pareciera un órdago. Deseábamos ser como los suecos, por ejemplo. Ahora Suecia está también movida, por conflictos ciudadanos y la amenaza de los excesos de Putin, así que ya no es modelo. Envidiar a los luxemburgueses sería pasarse en lo del aburrimiento. Pensemos en votar como suizos, a pesar de lo de Orson Welles en 'El tercer hombre': «En Suiza tuvieron 500 años de democracia y paz. ¿El resultado? El reloj de cuco».
Gabarra.
La campaña parecía previsible pero fue sacudida por dos acontecimientos bien distintos. Uno se resume en la palabra «gabarra» y los gestos de candidatos que parecieron de vodevil, pero no nos extendamos más: les imagino saturados. El otro fue la muerte del lehendakari Ardanza, despedido este miércoles con los honores que merece. Aquí no importa repetirme en el elogio al lehendakari de los 'puentes entre distintos', en tiempos bien difíciles y nada suizos.
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