Final del Manomanista: sin espectadores y sin duchas, pero con historia

Todo será extraño esta tarde en el Bizkaia de Bilbao, donde ni siquiera abrirán la entrada principal. El restringido acceso al recinto se realizará por la puerta contigua utilizada a diario por los trabajadores del edificio. Pero en su interior, aunque su exterior refleje la normalidad de cualquier domingo de confinamiento en el barrio de Miribilla, se disputa la final del Manomanista, una competición arraigada en lo más profundo del deporte y también de la cultura vasca.

El envoltorio de la final de hoy no corresponde a lo que vivirán dentro de la cancha Erik Jaka y Jokin Altuna, obligados a abstraerse del silencio que reinará en la enormidad del Bizkaia. Juegan una final manomanista como aquella entre Atano III y Miguel Gallastegi de 1948 en un Municipal de Bergara entregado a ambos. O como la que Joxan Tolosa ganó en 1989 a Retegi II en un Anoeta –todavía no se denominaba Atano III– lleno hasta las cartolas y con pelotazales que seguían el partido sentados en las escaleras. O como las de Martínez de Irujo y Olaizola II en sus distintas versiones que inculcaron a los protagonistas de hoy su pasión por este deporte y por un Manomanista que de momento les ha repartido más alegrías que disgustos.

Jaka y Altuna III compiten a puerta cerrada ante un centenar de personas que acuden a trabajar y ante miles de pelotazales que se plantarán delante de los televisores en sus casas, ni siquiera en la sociedad o en el bar, para disfrutar de la cita más esperada del año, esa para la que otras veces hace falta rascarse el bolsillo si se quiere ver en vivo. En 2020 ni siquiera ha existido la oportunidad de pensarse si acudir o no a Bilbao.

El coronavirus ha hurtado a los pelotaris hasta la ceremonia de ponerse los tacos en la intimidad del vestuario mientras mascan la tensión, doman los nervios en la medida de lo posible y escrutan en sus cerebros por dónde puede discurrir la final. Las restricciones que imperan en los recintos deportivos bajo techo les obligan a cumplir ese rito en los asientos que ocupan habitualmente los espectadores. Esparadrapos, tijeras, hornillo, pegamento verde... Todo a la vista en un momento de máxima concentración que exige el respeto absoluto del resto. También hoy.

Final sin espectadores, sin duchas –prohibido utilizarlas al final del partido–, sin el apretujón al campeón de los seguidores más exaltados, pero con historia. Por ser la primera a puerta cerrada y también porque llega 65 años después de la última entre dos pelotaris guipuzcoanos, la del 15 de mayo de 1955 en Bergara, donde Joxe Arriaran arrebató el cetro del Manomanista a Miguel Soroa para enfundarse la primera de sus dos txapelas. El lizartzarra Jaka y el amezketarra Altuna III, pelotaris de Tolosaldea como el elduaindarra Soroa, han roto una racha con visos de convertirse en eterna. Esta nueva y fecunda generación de la que también forman parte Irribarria, Rezusta, Albisu, Artola y compañía rompe barreras.

Estamos además ante la quinta final consecutiva del Manomanista con presencia guipuzcoana. Irribarria irrumpió en 2016, perdió la de 2017, cedió el testigo a Altuna III en 2018, lo recuperó el de Arama en 2019 y esta vez la presencia va a ser doble. Esta hornada de manistas conseguirá para la pelota de este territorio la cuarta txapela en cinco ediciones. Ni ellos mismos son todavía conscientes de las páginas que llevan rubricadas y a buen seguro escribirán en los próximos años.

Jokin Altuna persigue su segunda txapela manomanista tras la que se llevó a su casa de Amezketa en 2018. De paso volvería a la senda de los títulos después de caer en sus dos últimas finales, ambas del Cuatro y Medio, ante Ezkurdia. Es la sexta que protagoniza en Primera a sus 24 años, en una carrera precoz.

Erik Jaka se ha plantado en la primera de una trayectoria pausada en comparación con la de su entrañable amigo, convertido por una hora en feroz contrincante. Intentará capear la presión de lo que hay en juego para imponer su agresividad, su remate y su cada día mejor defensa ante un genio que no desatiende nunca su lámpara. Le funciona porque la cuida y la mima con sumo cariño.