No he asimilado todavía las maniobras de Primoz Roglic, que actuó en contra de lo que marca la lógica. Me explico. En primer lugar dejó ... escapar el maillot rojo. Hubo un momento de la etapa en el que bajó al coche de su director. Desconozco qué derivó de la conversación, pero la ventaja de los escapados no paró de crecer. Después, atacó en primera persona en el puerto situado a unos quince kilómetros de la línea de meta cuando lo correcto era aprovechar la presencia de Kuss a su lado para imprimir un ritmo fuerte en la subida y desgastar antes a los rivales directos. Desperdició la posible colaboración de un compañero.
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Y por último, arriesgó en el descenso sin ninguna necesidad y sin la cobertura no ya del automóvil del equipo, sino incluso del neutro. Tuvo fortuna porque en la caída ni se hizo daño ni sufrió ninguna avería. Devolvió la cadena a su sitio y montó de nuevo en la bicicleta. Cualquier contratiempo físico o mecánico podía haber comprometido la victoria final del corredor más fuerte de la Vuelta. Entiendo que Alex Aranburu se la juegue porque había quedado descolgado y necesitaba jugar sus cartas en la bajada, ¿pero a dónde va Roglic?
Solo se explica su actuación como una rabieta. Una rabieta incomprensible, por cierto. Quizá no le gustó que equipos como Movistar, Ineos y Bahrain se desentendieran de la persecución del grupo de fugados. Quizá medió alguna razón que desconozco. Dudo de que fuera suficiente para actuar de esa manera. Hay veces que como director toca hacer de tripas corazón, pero si estuviera a mis órdenes, anoche le habría caído una reprimenda a Roglic en el hotel.
Llamó la atención que Mas pidiera por el micro socorro y levantar el pie a Superman López en el descenso del puerto. El colombiano fue superior a su líder para arriba y para abajo. Y gran actuación de Storer por cómo y dónde ha ganado dos etapas en una Vuelta que ya ha rentabilizado.
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