Gané cien euros... porque no tenía nadie contra quién apostármelos si llegaba o no el escapado, Van Moer. Estaba convencido de que sí. Un minuto ... a seis kilómetros de la línea de meta, la impresión de que el pelotón se había descuidado... Tuvieron que apretar de lo lindo para alcanzarle a doscientos metros de la raya.
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No me extraña que Cavendish se emocionara tanto. Un corredor de capa caída las últimas temporadas, a punto de retirarse, repescado a última hora por Lefevere para el Deceuninck gracias a que él mismo se financió el contrato a través de otra casa comercial, llamado para sustituir a última hora al lesionado Bennett en este Tour... Estoy convencido de que en su fuero interno había llegado a pensar que no iba a correr más la ronda gala.
Después de tantas vicisitudes, seguramente este triunfo le ha hecho más ilusión que los treinta anteriores. No apuraría tanto como para escribir que más incluso que ganar el Mundial o la Milán-San Remo, pero verle cómo rompió a llorar refleja la importancia a nivel personal de este éxito.
Desde luego, yo no viví de esa manera mi última victoria en la Vuelta a España, a pesar de conseguirlo en el velódromo de Anoeta, en casa. Fue embarullada, ni siquiera tuve tiempo de levantar las manos. Mayor satisfacción guardo de la primera, en la última etapa de mi estreno en la carrera.
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La protesta mínima de los ciclistas nada más iniciarse la etapa me parece correcta como aviso. Ahora bien, los ciclistas y los equipos conocían desde hace tiempo el recorrido de las primeras etapas en Bretaña. Poseen asociaciones para trasladar sus quejas a la organización del Tour. Al parecer, no lo hicieron. Esperar a que se produzcan las caídas no es la mejor manera de evitarlas. Todos los accidentes no se han debido a la estrechez de la carretera. Insisto: donde entran seis corredores entran seis, no ocho.
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