Tuve un lapsus. Escribí que esperaba una gran etapa sobre los adoquinas. Error. Vuelvo a mi opinión original: soy contrario a introducir el pavés en ... el Tour. Me dirán que hubo emoción y tensión, la palabra más repetida al hablar de la carrera. Tensión es la mía, que me sube por las paredes. Para los partidarios de estas jornadas, tengo más elementos para que disfruten: un rebaño de ovejas en medio de la carretera, alguna vaca suelta, terminar al final del bosque de Arenberg en lugar de poner la meta a la entrada, regar la carretera justo antes del paso de la carrera y añadir un poco de barro. Si quieren eso, que lo hagan a lo grande.
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No. Considero improcedente pinchar o sufrir una avería y carecer de asistencia en un tiempo prudencial. Vingegaard cambió de bici con un compañero de 1,90, paró de nuevo para coger la de otro compañero de menor estatura y en ese momento apareció el coche del Jumbo con la de repuesto. Tardó el director. Y eso que era el primero de la fila tras el vehículo del presidente del jurado. Con el actual sistema de sujeción es imposible cambiar de rueda con un compañero salvo que lleves un taladro o una llave allen en el bolsillo.
Exhibición de poderío de Pogacar, si bien poco rentable. Que alguien de sesenta y pocos kilos rinda así en ese terreno es increíble. Roglic fue el más perjudicado después de comerse la bala de paja que movió otro corredor. El tiempo perdido por la caída le va a conceder libertad para moverse, si es que puede seguir en carrera con el hombro dislocado. Vingegaard salvó el día gracias a la ayuda de un Van Aert al servicio de sus líderes. El belga encontró la recompensa a su trabajo. Conserva el maillot amarillo. Su aportación impidió que Pogacar ganara más tiempo en la general.
Ganó Clarke en el agónico sprint del grupo de fugados, muy potente. Rodaron fuerte. Y Quintana es un artista en el llano. Nunca le pillan dormido. El mundo al revés.
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