Un viaje por los cuadros de José Luis Zumeta
El pintor guipuzcoano fue uno de los integrantes del grupo Gaur y referente vasco del neoexpresionismo
«El color es emoción, y a través de las emociones se crea una energía que da sentido a todas las cosas», aseguraba José Luis ... Zumeta. El pintor, integrante del grupo Gaur y uno de los referentes del neoexpresionismo, vivía con intensidad, curiosidad y pasión. Su vida, como su obra, fue un viaje constante, movido por la necesidad de explorar más allá de lo conocido. Todo eso, mezclado con un instinto por el color lo convirtió en una figura clave de la vanguardia vasca y uno de los artistas más significativos de su generación. Su paleta, arriesgada y sin límites, conectaba la tradición artística del País Vasco con las nuevas tendencias y estilos artísticos que surgieron a nivel global. Su obra, repleta de colores que contrastan para crear una fuerte diferencia visual, llega hasta a mezclar grises con rojos y amarillos. De esta manera, en cada cuadro se mezclan los colores oscuros de la posguerra frente a los colores más vivos de París (lugar que le causó una honda impresión).
Su obra conectó la tradición artística del País Vasco con las corrientes más audaces del panorama global y así demostró que el arte podía ser un lenguaje universal cuando las palabras no eran suficiente. En sus lienzos buscaba expresar «la libertad» que encontró viajando y explorando. Recorrer su trayectoria es seguir un itinerario donde cada ciudad dejó huella en cada una de sus pinceladas.
Nacido en Usurbil en 1939, en un País Vasco marcado por la posguerra, Zumeta encontró muy pronto en el dibujo una vía de expresión. A los cinco años, al asistir a la escuela de La Salle en San Sebastián, ya destacaba en las clases de dibujo. Con 14 años trabajaba como aprendiz en una empresa gráfica, aprendiendo técnicas comerciales, pero poco después, en la Sección Artística de Gipuzkoa, pintaba al natural sin profesores, lo que le convenció ya de que quería ser artista. En 1958, con sólo 19 años, obtuvo la Medalla de Oro Nacional del Concurso de Pintura Joven de Madrid.
En 1959 viajó por primera vez a París, decidido a romper con el aislamiento cultural del franquismo. Alternó estancias en París con regresos a casa para ganar dinero y volver a marcharse. Allí se sumergió en el expresionismo abstracto norteamericano y las vanguardias europeas, influencias que filtró a su manera, manteniendo siempre los colores vivos. En las calles y galerías descubrió a Pollock, De Kooning, Dubuffet, Chagall, el grupo COBRA… y a compañeros vascos como Rafael Ruiz Balerdi y José Antonio Sistiaga, con los que más adelante compartiría el grupo Gaur.
En 1962 emprendió una nueva etapa en Estocolmo y Londres, y viajó a Dinamarca. La luz fría del norte y la energía industrial británica ordenaron su pintura, hasta entonces más impulsiva, en franjas horizontales de colores puros, antes de derivar hacia formas orgánicas. Una técnica que pronto derivaría en ondulaciones y formas orgánicas. En Suecia, el clima y su situación personal ralentizaron su producción, pero las experiencias ampliaron su disciplina.
En 1966, ya instalado en Gipuzkoa, participó en la fundación del grupo Gaur, junto a Oteiza, Chillida, Basterretxea, Mendiburu, Sistiaga, Ruiz Balerdi y Amable Arias. El colectivo simbolizó la resistencia cultural y la conexión del arte vasco con el internacional. En 1967 ganó el Primer Premio del Gran Premio de Pintura Vasca con Homenaje al Guernica de Picasso y reafirmó su compromiso ético y político. Sus obras abstractas de este período causaron escándalo en una sociedad acostumbrada al costumbrismo: un mural suyo en el Ayuntamiento de San Sebastián desató protestas por su radicalidad cromática.
Durante la década de 1970, su paleta se expandió a gran escala: murales cerámicos en Usurbil y Pasajes, relieves en espacios públicos y exposiciones en México y Nueva York. Eran años de exploración, donde la materia, el color y el espacio urbano dialogaban en igualdad. Participó en exposiciones de alcance nacional como Exposición 79 (Palacio Velázquez, 1976).
Sus composiciones narrativas no perdieron fuerza abstracta, y el color siguió siendo el motor de cada cuadro. Por lo que su obra se expandió y en 1980 expuso en la Fundación Joan Miró de Barcelona y en 1982 y 1983 llevó su obra a Alemania (Stuttgart, Biberach) e incorporó figuras deformadas con un tono crítico y humorístico. Además, en 1989 participó en la muestra Homenaje a las víctimas del franquismo en Madrid, Sevilla y Valencia.
Durante los 90 expuso en museos y galerías vascas (Windsor, San Telmo, La Brocha) y en 1999 volvió a uno de sus temas esenciales y presentó en Escocia (The Hangar, Evanton) una versión monumental del Guernica en cuatro lienzos, donde el horror de la guerra y la belleza del color conviven con la tensión.
Sus pinturas también se alimentaron de viajes más lejanos. A comienzos de siglo viajó a África, con paradas en Marruecos, Mauritania y Malí. Así llenó cuadernos de acuarelas y témperas con luz y tonos terrosos. A su vuelta, en 2000, expuso en espacios no convencionales para integrar el arte en lo cotidiano: el Almacén Uribitarte (Bilbao) y el mercado de San Martín (Donostia). En 2002 llevó su obra a Nueva York y consiguió cerrar un círculo iniciado décadas antes en sus sueños parisinos.
Últimos años y legado (2006-2020)
En sus últimos años, ya entrado el siglo XXI, Zumeta siguió pintando con la misma energía que en su juventud. Trabajaba rápido, casi sin bocetos, dejando que la forma siguiera al color. «Un pintor no se jubila nunca», decía. Murió en 2020, dejando un legado que hoy cuelga en museos como el de Bellas Artes de Bilbao, San Telmo o Artium, y que sigue dialogando con nuevas generaciones de artistas y espectadores.
Aunque su geografía artística es amplia, siempre hay un punto de partida y de regreso: Usurbil, el lugar donde los colores le enseñaron a pintar y al que siempre volvía.
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