El relevo de la danza en Gipuzkoa
Siete intérpretes guipuzcoanos menores de treinta años comparten sus inquietudes mientras comienzan su carrera en diferentes compañías europeas
Internet ha formado parte de las vidas de estos jóvenes nacidos entre 1996 y 2004 desde temprana edad, y eso les ha facilitado disponer de mayor información para guiar sus pasos profesionales. Sus valores, preocupaciones y objetivos son diferentes a los de sus predecesores. Pertenecen a la llamada generación Z y también en la danza, su disciplina, se percibe el cambio de planteamiento vital y profesional. Siete bailarines veinteañeros, el relevo de la danza en Gipuzkoa, comparten aquí sus inquietudes.
Quién es quién. El año pasado Iker Rodríguez (Donostia, 1998) recibió el Premio Revelación de Gipuzkoa mientras barruntaba «abrir un nuevo capítulo en su vida» que le llevó a abandonar la Compañía Nacional de Danza e iniciar su trayectoria como freelance. Establecido en los Países Bajos, su próximo destino es la Bienal de Venecia con el coreógrafo Wayne McGregor, siempre movido por la posibilidad de «reformular los límites convencionales de la danza: mover el cuerpo es un derecho intrínseco del ser humano».
También esa es la modalidad escogida por Gaizka Morales Richard (Elgeta, 1997) para su carrera. «Mi plan es intentar desarrollarme como freelance y tratar de encontrar la estabilidad. No estoy dispuesto a sacrificarlo todo por un contrato estable, porque cada vez valoro más mi vida personal», afirma desde Colonia, adonde le ha llevado un proyecto con el coreógrafo Sagí Amir, tras su paso por la Dresden Frankfurt Dance Company.
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Sahatsa Ramírez (Ordizia, 2003. 20 años) Arles Youth Ballet Company (Francia)
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Gorka Durán (Villabona, 2004. 20 años) Hessisches Staatsballett de Wiesbaden (Alemania)
En la misma línea, el benjamín de este elenco de jóvenes bailarines, Gorka Durán (Villabona, 2004), recién fichado por el Hessisches Staatsballett de Wiesbaden, apuesta por la satisfacción que le produce bailar. «Mi única meta ahora mismo es priorizarme a mí, seguir siendo feliz bailando y continuar viviendo de lo que me gusta, que es bailar», revela. Coincide en ese objetivo con el veterano del reportaje, Julen Rodríguez Flores (Ibarra, 1996), bailarín del Malandain Ballet Biarritz, quien asegura estar en el momento de «disfrutar de la danza y de los años que pueda vivir de ella, e intentar bailar los estilos y con coreógrafos que me gustaría tocar en algún momento, aunque me quedaré en Biarritz hasta la próxima jubilación de Thierry Malandain».
En su tercera temporada en la Ópera Nacional de Grecia, Manex Alberdi (Osintxu, 1999) confiesa su aversión a las metas. «No tengo ninguna ni en la vida ni en la danza: se trata de sentirse a gusto, hacer lo que se quiere e intentar mejorar cada día para dar lo mejor de uno mismo y llegar hasta donde se pueda», revela.
Sahatsa Ramírez (Ordizia, 2003), hija del músico Pello Ramírez, acaba de aterrizar en el Arles Youth Ballet Company, después de su debut en la producción de 'El lago de los cisnes' del Ballett Dortmund. Su objetivo es «vivir de la danza, nutrirse de distintos coreógrafos y bailarines, y aportar al mundo de la danza todo lo que pueda para que crezca y se expanda». Y para Alejandro Polo (Pasaia, 1997), solista del Ballet del Teatro Nacional croata de Rijeka, su mayor aspiración sería convertirse en coreógrafo. «Me encanta salir al escenario y ser bailarín, pero disfruto casi más de la experiencia de poder trabajar con otros bailarines y crear yo la pieza», explica.
Danza contemporánea. Lejos del cliché estereotipado del ballet con cisnes, príncipes, tul y zapatillas de punta, el grupo masculino se define como contemporáneo. «Soy un bailarín que se ha formado y tecnificado su cuerpo bajo el lenguaje de la danza clásica, pero me siento más cómodo en los lenguajes contemporáneos», apunta Rodríguez. «El cuerpo humano tiene posibilidades infinitas en cuanto a movimiento se refiere y no me gusta quedarme en la superficie. Me gusta el trabajo físico, el reto técnico y el trabajo corporal, e investigar el movimiento y la articulación del cuerpo en su máxima posibilidad», detalla Morales.
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Gaizka Morales Richard (Elgeta, 1997. 26 años) Freelance
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Iker Rodríguez (Donostia, 1998. 25 años) Freelance
Por su parte, Alejandro Polo se ve como «un bailarín con base clásica y con mucho interés en desarrollar su faceta más contemporánea; mi lenguaje artístico es el ballet, pero ahora me encuentro más satisfecho trabajando en proyectos de danza moderna». Rodríguez Flores confiesa su preferencia por el contemporáneo y considera que es un bailarín «bastante enérgico, dinámico y tónico, pero también abierto a las emociones en la pieza». Reacio a definirse -«no me gusta ponerme etiquetas: soy bailarín y punto»-, Gorka Durán muestra su predilección por el estilo «contemporáneo y bastante fluido» y por la improvisación. En una posición intermedia se encuentra Alberdi. «No soy un bailarín clásico puro y duro. Me encanta la clase de ballet y trabajar en la técnica, para luego usarla en creaciones más neoclásicas o contemporáneas», explica. Ramírez pone el contrapunto al definirse como una «bailarina tanto clásica como neoclásica», que se identifica con los roles de «mucho carácter y fuerza expresiva como Mercedes en 'Don Quijote'».
Carrera lejos de casa. Tienen en común con la generación precedente haberse visto obligados a salir de Gipuzkoa para completar su formación. «Me da rabia asumir que para tener una carrera artística que se concibe como exitosa, sí que has de salir de Gipuzkoa. Estamos lejos de ofrecer a todos los artistas herramientas suficientes para desarrollar una carrera de éxito dentro de nuestras fronteras», se expresa así de rotundo Rodríguez. «Hoy día sigue siendo necesario salir de Gipuzkoa para acabar de formarse porque no existe una formación de grado profesional en nuestro territorio», señala Polo. «Hay muchos sitios con una calidad bastante buena para comenzar tu formación aquí, pero cuando hay un objetivo más profesional, sigue siendo imprescindible salir», añade Morales. «Me duele decirlo, pero si te quieres formar en danza clásica, sí necesitas irte fuera y elegir el destino según cuáles sean tus elecciones o qué tipo de bailarín quieras ser», coincide Julen Rodríguez Flores.
En la misma línea se expresa Durán: «Para tener una carrera profesional en una compañía grande, sí es necesario irte. En general, para un mercado más amplio en el mundo de la danza, tienes que salir de Gipuzkoa, porque aquí no hay tantos medios». Y Sahatsa Ramírez se duele de que «en una tierra que ha dado grandes talentos a nivel mundial como Lucía Lacarra, Igor Yebra, Itziar Mendizabal o Aitor Arrieta, lamentablemente no haya ninguna compañía» que ofrezca la posibilidad de dar el paso profesional, «a pesar de los buenos bailarines que hay».
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Alejandro Polo (Pasaia, 1997. 26 años) Solista del Ballet del Teatro Nacional de Rijeka (Croacia)
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Manex Alberdi (Osintxu, Bergara, 1999. 24 años) Ópera Nacional de Grecia (Grecia)
Todos ellos, por tanto, pusieron rumbo al extranjero, aunque tomar la decisión de irse de casa, de su tierra, no les costó tanto como a sus predecesores. «No fue nada difícil, porque estaba lleno de ilusión, ganas y motivación para empaparme de danza», asegura Durán. Tampoco a Julen Rodríguez Flores le costó mucho. «No tenía mucha cabida en Alegia - (donde se crio este ibartarra)- y necesitaba salir». «Sinceramente lo recuerdo como una época muy emocionante», añade Polo. Y para el donostiarra Iker Rodríguez «esa primera maleta queda un tanto lejos, pero mentiría si dijera que fue un duelo complicado. En mi interior prefería estar en Madrid». Y tampoco Gaizka Morales lo dudó: «Para mí no fue nada difícil; fue una decisión tomada desde la intuición».
Por el contrario, Manex Alberdi sí sintió la experiencia como «muy difícil por dejar todo, aunque sólo fuese la distancia entre Osintxu -en su Bergara natal- y Madrid. Fue duro dejar la vida que tienes y empezar una nueva».
Apoyo institucional a la danza. Acostumbrados a una vida profesional nómada, mientras desarrollan su trayectoria en diferentes compañías europeas no quitan el ojo a la situación de la danza en Euskadi. En general, reclaman una compañía profesional con apoyo institucional, aunque su diagnóstico atisba otras aristas también necesarias para que prospere este arte escénico en el territorio.
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«En Euskadi reconozco un impulso muy importante de la cultura. Tenemos el hardware, pero nos falta el software: tenemos el Kursaal, el Victoria Eugenia, el Principal y otros teatros, pero no existe una estructura que los llene de manera habitual, como una compañía estable con su propio repertorio y sus estrenos», apunta Polo. «Aunque hay algunas escuelas de iniciación a edades tempranas, hay una gran carencia por no haber una compañía profesional para seguir trabajando a un nivel más profundo, ya que no hay continuidad ni opciones», abunda Ramírez. «El Estado invierte enormes cantidades de dinero en formación y luego estos bailarines son aprovechados en otras partes del mundo. Gipuzkoa debería tener un conservatorio y una compañía, bien de autor o de repertorio, para dar salidas laborales a esos bailarines», añade Rodríguez Flores.
Porque, como asegura Gaizka Morales, «hay muchísimos bailarines con talento en Euskadi, que podrían hacer cosas muy interesantes si hubiese más apoyo. El problema viene por un lado desde las instituciones y el dinero que se invierte en cultura, y por otro, desde la educación, ya que no se educa para ver arte y darle el valor que tiene». «La danza requiere pasión, dedicación y apoyo para prosperar y, a veces, no tiene el apoyo necesario para que tenga su sitio en Euskadi», abunda Durán.
En la misma línea, Iker Rodríguez anima a «reflexionar sobre qué ve nuestro público, qué oportunidades tiene de empaparse, cuánta y de qué tipo es la oferta. Pero también hay que reflexionar sobre las oportunidades y condiciones de los artistas. Pido más implicación en la gestión cultural». Manex Alberdi apunta también a la educación, mientras reclama extender la oferta a los pueblos. «La educación debería dar a conocer la danza desde pequeños y dar la oportunidad de ir a los teatros».
Forma de expresión. En vísperas del Día Internacional de la Danza, que se celebra mañana lunes, su última reflexión va dirigida hacia este arte. «Para mí, la danza es expresión, es mi manera natural de comunicarme y también es catarsis. Es el método por el que mis sentimientos e ideas florecen y crecen. En un mundo en el que las palabras lo llenan todo, es un espacio artístico en el que el cuerpo reivindica el espacio y se empodera», lo define Alejandro Polo.
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Julen Rodríguez Flores (Ibarra, 1996. 27 años) Malandain Ballet Biarritz (Francia)
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Ane Arrieta (Newport, Rhode Island, 1998. 25 años) Martha Graham Dance Company (EE UU
«La danza surge desde la consciencia del acto de mover el cuerpo. Es una herramienta natural que nos conecta con nuestro cuerpo y con todo un nuevo mundo de lugares dentro de nosotros. En definitiva, la danza es el mejor examen para entender y entenderse a uno mismo», añade Iker Rodríguez. Gaizka Morales describe esta expresión artística como «libertad. Ese momento de ser plenamente consciente de tu ser, del aquí y ahora, es casi mágico. Es un arte muy especial, porque es efímero y eso lo hace muy real, porque tiene sentido en el momento presente». «La danza es una forma de expresar tus sentimientos», reflexiona Manex Alberdi, «pero también es algo físico, en lo que pones el 100% de ti y de tu cuerpo, de tus posibilidades. Es un lujo poder ganarme la vida haciendo lo que me gusta. La danza fue, ha sido y sigue siendo mucho para mí».
Para Sahatsa Ramírez es más, es «una filosofía de vida. Una forma de conectar y expresarme a través de mi cuerpo, mente y emociones». Mientras, la definición de Rodríguez Flores está condicionada por su relación con la danza a través del tiempo. «Al principio, era un sentimiento de pertenencia al grupo, por esos momentos especiales de bailar un aurresku o fandango en corro. Cuando eres profesional, es un trabajo, pero me gusta porque sigo encontrando huecos para disfrutarla y seguir haciéndola mía».
Por último, Gorka Durán, la vive como «una manera de conectar con mi cuerpo y emociones o incluso un medio para conectar y contar historias y comunicarse con otros de una manera única. La danza me brinda un espacio seguro para conectar con mis sentimientos y procesarlos. Además es una forma de comunicarse sin palabras, y de conectar con los demás de manera más auténtica y significativa». Ésta es la carta de presentación de siete jóvenes intérpretes llamados a escribir las próximas páginas de la danza de Gipuzkoa. El futuro está en sus pies y en sus cerebros.
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