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«No hay datos sobre la antigüedad de las argizaiolas, pero se sabe que las más antiguas que se conservan datan de hace más de 400 años», asegura Fernando Hualde, investigador e historiador navarro, que junto al fotógrafo tolosarra Joseba Urretabizkaia han recopilado por primera vez en un libro 600 ejemplares de estos instrumentos utilizados para «iluminar el alma de los difuntos», y que todavía en un rincón de Gipuzkoa, en Amezketa, cada 2 de noviembre vuelven a prenderse en la iglesia, que conserva también sus reclinatorios, «también pertenecían a cada familia, era como su espacio».
Son piezas únicas, guardadas durante décadas y que han pasado de generación en generación en las familias, sobre todo guipuzcoanas, hasta que el rito de llevar la llama desde el hogar del difunto a la parroquia se fue extinguiendo. Pero «son un tesoro etnográfico, de la cultura vasca, que hemos querido recuperar y dar a conocer» a la ciudadanía, que no sabe de este patrimonio cultural suyo. Urretabizkaia explica que muchas de ellas estaban guardadas en Gordailua, el gran 'almacén' cultural de Gipuzkoa, donde se conservan y restauran piezas de todo tipo. Otras pertenecen al Museo San Telmo, que tiene una colección de argizaiolas; otras son de la parroquia de Amezketa, donde se conservan más de un centenar, de familias particulares, de coleccionistas como Bittor Larrañaga, de Bergara, del Museo vasco de Bizkaia, del Museo Etnológico de Navarra que está en Estella o incluso de Lurdes, donde «nos dijeron que había algunos de estos elementos, que son muy peculiares».
El trabajo de búsqueda de argizaiolas y otras piezas relacionadas con ritos funerarios desarrollado por ambos ha permitido la publicación de un libro, 'Argizaiola', que presentarán a la prensa mañana y a la ciudadanía el viernes en Altzo Azpi, en la parroquia de San Salvador de Olazabal, que acoge una de las exposiciones principales de Ipuskoa 1000, el aniversario del descubrimiento de la primera referencia escrita de la denominación de Gipuzkoa que se conmemora este año.
Se trata de una edición numerada de 500 ejemplares, que los interesados que acudan podrán adquirir en la presentación, y que continúa la labor de recuperar la memoria cultural y etnográfica vasca.
El fotógrafo tolosarra destaca que «por vez primera en la cultura vasca se recopila en un solo libro una muestra gráfica de más de 600 argizaiolak, paños, fuesas y hacheros», que son todas piezas «directamente asociadas a los ritos funerarios, costumbres y tradiciones de nuestra cultura milenaria vinculada a la muerte». Una «unión del fuego y el difunto que viene desde la prehistoria», apunta Hualde, quien asegura que no hay datos para datar el uso de las argizaiolas o el resto de elementos para estos ritos, pero recuerda que ese vínculo es ancestral.
Aunque el libro recoge imágenes de diferentes herramientas, «se centra, de manera muy especial en la argizaiola, un elemento en el que se conjugan y entremezclan la madera y la cera, y con esta última, el fuego», explican los autores. Recuerdan que «antaño las mujeres de la casa se servían de estos elementos para trasladar el fuego del lar del hogar a la sepultura familiar en la iglesia» de la localidad. «Era un elemento excepcional de la religiosidad popular que se empleaba en días señalados para que a los difuntos de la familia no les faltase la luz en su tránsito hacia la otra vida, hacia una vida eterna», indican.
Los autores recalcan que todas las argizaiolas que aparecen en la publicación «han sido utilizadas». Son auténticas, reales, honraron a algún difunto. No son piezas de museo, aunque ahora se conserven en algunos de ellos. «Y detrás de cada una de ellas –continúan–, no solo hay un simbolismo y un trasfondo religioso, sino que hay también toda una filosofía de vida, un espíritu trascendental, una manualidad, un oficio, una transmisión generacional... La argizaiola representaba a la casa, al solar familiar, a la línea sanguínea; es genealogía pura hecha de madera; es fuego, y como tal es luz para llegar a la otra vida», informan los investigadores y autores de este libro de coleccionista. «Son piezas hechas para manos de mujer, no en vano la cultura vasca ha delegado en ellas, y sólo en ellas, la responsabilidad de iluminar a las almas de quienes nos precedieron», añaden.
Y, ambos remarcan que «por primera vez, las páginas de un libro nos acercan a esta peculiaridad desde una visión gráfica, con más de 600 imágenes de argizaiolas y el resto de elementos», que permite «sumergirnos en un aspecto de nuestra etnografía cuya llama se nos estaba apagando para siempre... y que es mucho más apasionante de lo que imaginamos». Y es que Urretabizkaia lamenta que «tesoros» etnográficos «muy nuestros» como las argizaiolas, que sobre todo se utilizaron en Gipuzkoa, se olviden o queden almacenados sin que el público pueda apreciarlos y conocerlos.
La idea de este libro surgió en Gordailua, el fondo patrimonial y artístico de la Diputación foral, con apoyo de Caja Laboral, cuenta Urretabizkaia. «Porque cuando Amezketa se pierda, quedará la colección recogida en este libro», se felicita, mientras explica algunas de las piezas encontradadas.
«Todas son de madera, de cerezo, roble, algunas más simples y otras con decoraciones talladas» de manera más elaborada o no según la familia, dice. «Pero no por su estatus social ni económico, los dibujos no indican categoría ni nada», añade Hualde, «sino el tiempo que ha tenido alguien para hacer algo bonito». «Es como las cucharas de pastor, que podían ser más funcionales, sencillas, sin dibujos, pero había otros pastores a los que les gustaba hacer algo más tallado, más elaborado».
Este volumen tan especial se puede entender como una continuación del que el pasado año los mismos autores publicaron sobre la cera, las abejas y su vinculación con las argizaiolas y los ritos funerarios. «Hubo un tiempo en que cuando una persona fallecía, antes de avisar al médico o al sacerdote, lo primero era acudir a las colmenas y comunicárselo a las abejas para que produjeran más miel y cera», contaba entonces Hualde, que ahora continúa con esta nueva lección de historia cultural y social guipuzcoana que «no se puede perder».
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Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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