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Bruce Springsteen hace las delicias del público de Anoeta con un concierto magistral. Iñigo Royo

El rock aún sirve

Después de la tormenta, Bruce vuelve solo y reenciende la electricidad del estadio

Elene Arandia

San Sebastián

Miércoles, 25 de junio 2025, 02:00

Volvió el trueno. No solo en forma de tormenta eléctrica que obligó a detener el concierto durante cuarenta minutos, sino como una descarga de rock en estado puro. Nueve años después de su gira de 'The River', Bruce Springsteen recalaba anoche en Anoeta a demostrar que el rock aún sirve. Canciones viejas, guerras nuevas: el de New Jersey sigue encontrando en este género el poder liberador que muchos ya daban por agotado. En una segunda ronda de este concierto, de despedida, puso de manifiesto que la historia del rock no está encerrada en vitrinas, y que basta una guitarra y una queja adolescente bien cantada para incendiar una noche.

Nada ha cambiado, o no lo suficiente. El concierto de anoche volvió a ser un aviso claro envuelto en guitarras. Bruce lanzó el mensaje sin rodeos: su país está en llamas y alguien tiene que contarlo. Muchas de estas canciones —'Death to My Hometown', 'Youngstown', 'Murder Incorporated' o 'Rainmaker'— nacieron en otro tiempo, con otros nombres al mando, pero las heridas siguen abiertas. Décadas después, ahora suenan igual de urgentes, igual de rabiosas, y vuelven a estar listas para incomodar. Las canciones apuntan ahora directo a Trump, sin rodeos, a quien volvieron a ser dirigidas como alegato feroz contra su administración. Las canciones regresan como si nunca se hubieran ido. Porque, en el fondo, no lo hicieron.

El grueso del repertorio se mantuvo, con ligeras variaciones en el orden de los temas, varios debuts sorpresa y mismo discurso, que, junto a algunas letras —las más políticas y afiladas—, volvieron a aparecer traducidas. 'Prove It All Night' y 'Atlantic City' fueron la gran excepción: protagonizaron el momento más divertido y álgido de la noche, con Springsteen brillando por partida doble en sus solos de Telecaster y armónica, acompañado por Jake en los coros. Pero tras la interrupción forzada por la tormenta, la vuelta fue apoteósica: el vendaval dio paso a un regalo inesperado cuando, de pronto y sin aviso, apareció solo en el escenario para rescatar 'Growin' Up', de su primer álbum, seguida por una electrizante interpretación de 'My Love Will Not Let You Down', que volvió a poner al estadio en pie.

El timbre áspero y el fraseo cargado de intención siguen siendo su huella dactilar. Aunque la afinación vaciló por momentos y el registro acuse los años, se abría paso nítida y hasta con matices propios del góspel. No hay artificio: cantó con el cuerpo entero, como si aún fuera 1978 y el mundo se pudiera salvar a gritos con una vitalidad que desarma cualquier objeción. A pecho descubierto, recuerda que el tiempo pasa para todos y que las imperfecciones humanizan una interpretación en la que la emoción se impone sin complejos.

En su figura se impone una serenidad sobria más visible que nunca en esta gira con la que celebra seis décadas en pie y ninguna intención de rendirse. En el segundo bloque se quitó una década de encima, y siguió adelante como si el reloj no fuera con él. La banda sonó impecable, con la firmeza de un motor bien engrasado —con Max Weinberg marcando el paso como un metrónomo humano—, mientras Bruce aguanta firme, sonrisa intacta, capaz de sostener tal jornada maratoniana con una entrega sin fisuras.

Se notó la ausencia de Van Zandt, pero ante todo destacó la sección de vientos y brillaron las prodigiosas líneas de bajo de Garry Tallent, el miembro más veterano. Melódico y contenido, no perdió el filo rockero y propulsivo mientras anclaba los temas al suelo y de paso los empapaba de un groove de escuela soul clásico, de esos que saben a Memphis y Detroit. La noche confirmó que el rock solo se hace más necesario y poderoso en estos tiempos que corren.

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