Rulo y la Contrabanda pusieron el broche de oro a la primera jornada del Miramar Gauak, con un concierto plagado de emoción, simpleza y puro ... rock de autor. Hicieron del escenario un refugio íntimo pero vibrante, idóneo para una audiencia que buscaba reencontrarse con la voz rota de un cronista sentimental que compone para abrirse al mundo.
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Con las primeras notas de 'Mi cenicienta', que actuó como reclamo para los asistentes rezagados, Rulo demuestra que no necesita reinventar el rock & roll para conectar. Fiel a un sonido sólido y ajustado, que sienta las bases de un repertorio al que no le afecta el paso de los años.
Prueba de ello es el ritmo de la batería, que incita a contonearse ligeramente, y de las guitarras con garra pero en su justa medida, que ayudan a soltarse un poco más a medida que avanza la noche.
Uno de los momentos más coreados llegó con 'Noviembre', un clásico moderno de rock urbano que ya es un himno intergeneracional. Rulo interpretó la pieza con una mezcla de nostalgia y entrega renovada. No hubo artificio: solo una voz que aún conserva ese temblor tan suyo, capaz de sostener una letra en el filo de la melancolía sin caer en lo cursi.
En el ecuador del concierto, la agrupación comenzó a jugar con la intensidad de sus temas, alternando entre baladas y canciones con nervio. Ni muy lento pero tampoco muy rápido, todo en su justa medida para mantener a la audiencia con la mirada fija al escenario.
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La recta final fue una sucesión de aciertos: 'Como las mareas', 'Heridas de Rock & Roll' y la interpretación de 'P'aqui p'alla' -tributo a su antigua banda La Fuga- mantuvieron partícipes al público, coreando a pleno pulmón y con los brazos en alto.
En tiempos donde las coreografías y la sobreproducción reinan en los escenarios, Rulo y la Contrabanda siguen demostrando que la simpleza de una canción sincera y bien contada puede ser el mayor espectáculo del mundo.
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