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Los músicos que graban un disco y actúan en directo conforman un colectivo situado en una pirámide que sería imposible de sustentar sin otros muchos artistas que trabajan en el sector musical con el objetivo de que ese nuevo disco, las notas de un directo o una gira funcionen como es debido. De estos aspectos no tan visibles de la industria musical se encargan fabricantes de instrumentos, afinadores, restauradores, técnicos de sonido o representantes.
Sergio Callejo Luthier
Primero empezó a ajustar sus guitarras, luego la de sus amigos, y al final, Sergio Callejo ha hecho de su pasión su modo de vida. En su taller de Lorea, en San Sebastián, repara, ajusta y fabrica guitarras, estas últimas en la mayoría de los casos a demanda de sus clientes, que buscan «algo único y muy personalizado», asegura. Este luthier donostiarra compara su oficio con el de un sastre que hace un traje a medida, porque «alguien que viene aquí para que le fabrique o ajuste una guitarra viene con sus propias necesidades, por la fuerza que usa a la hora de tocar o por el estilo de música que interpreta, y para mí supone un reto satisfacer sus expectativas».
El cliente que acude a su taller para que le construya una guitarra es porque «no encuentra lo que él busca en instrumentos manufacturados». Por eso, en una primera entrevista «apunto un poco las especificaciones que quiere y necesita en su guitarra y sobre eso valoro más o menos los materiales que necesita y que él quiere». En este punto es importante concretar la madera que se utilizará, porque «cada vez está más complicado conseguir ciertas maderas por cuestiones de protección». Una vez concretadas todas las necesidades, comienza la labor de construcción, que se puede prolongar entre tres y seis meses. «Las guitarras acústicas o clásicas suelen llevar más tiempo que las eléctricas», aclara.
El proceso de fabricación sigue sus tiempos. «Primero hago una preforma de todo lo que es la guitarra, para que la vea el cliente y me dé el visto bueno de las dimensiones. Una vez construida, se hace un primer montaje sin barnizar, para que lo pueda tocar, y ajustar el grosor y la forma del mástil, que es una de las zonas más importantes del instrumento.Tras ajustarlo, se le da el último toque de lija, se barniza y se monta de nuevo». Un trabajo artesanal, que no siempre se valora. El precio de las guitarras que construye Sergio Callejo suelen oscilar entre los 1.600 y 6.000 euros. «La gente a veces solo se queda con el precio, pero no ve todo el trabajo que hay detrás». Entre los encargos más curiosos que le han hecho, recuerda que un cliente le trajo su guitarra para que se lo tintara con vino tinto, u otro que le pidió que lo ajustara «para que todos los sonidos sonaran con traste... pero a los tres meses volvió para que se la volviera a ajustar».
Callejo es uno de los pocos luthiers que continúa en activo. Y eso se lo agradece a los «maestros» que ha tenido. Cursó sus estudios musicales en Musikene, y durante esos años tocó en diversas agrupaciones musicales como Losdelgas. También acompañaba a otros artistas, como Amaia Zubiria. Pero desde siempre tuvo la inquietud de ajustar y reparar sus propias guitarras, y fue Javi Otxoa quien le dio la opción de trabajar con él en la tienda Music Leader de Egia ajustando guitarras. Fue entonces cuando decidió ampliar sus conocimientos, primero en Barcelona, en el taller del luthier Dionisio, y luego en Málaga, y junto a su amigo Miguel López Casbas fue perfeccionando en su tarea, hasta que en 2010 decidió montar su taller en Lorea y dedicarse de lleno a ello.
Durante estos quince años como luthier, Callejo calcula que habrá construido «unas 50 guitarras», casi todas bajo demanda, aunque también algunas a su gusto, para luego venderlas. Reconoce que al principio le costaba desprenderse de ellas, «quizá porque todavía seguía activo en la música». Ahora, disfruta viendo cómo sus guitarras suenan en los escenarios, «el algo muy bonito».
Alberto Loidi Afinador de pianos
Alberto Loidi afina, ajusta y restaura pianos. En su taller de Igara aguardan comprador más de una veintena de pianos (algunos Steinway, Blüthner y Bechstein construidos entre 1890 y 1945) que han sido reparados allí mismo. Otros tres, van y vienen por distintos escenarios del País Vasco y Navarra para que pianistas de renombre hagan sonar sus teclas. «Tenemos tres pianos de cola que solemos alquilar, tanto a la Euskadiko Orkestra o a muchos coros para los conciertos que puedan dar», explica.
Además de las tareas de restauración, Alberto se encarga de la afinación y mantenimiento de los pianos de Euskadiko Orkestra, Musikene, el Conservatorio Francisco Escudero, la Quincena Musical, la Sociedad Filarmónica de Bilbao o la Orquesta Sinfónica de Navarra, entre otros. Un trabajo «exigente» que requiere su presencia cada vez que se vaya a utilizar el instrumento. «Antes de cada audición, concierto o ensayo del pianista, hay que retocar el piano, seguro. Hay solistas que vienen con su piano y su afinador, pero son los menos». En el caso de las escuelas de música y conservatorios, donde los pianos tienen un gran uso, «se deterioran en apenas dos años y requieren un mantenimiento especial, antes de que se empiecen a romper las cuerdas».
Con más de treinta años de experiencia, es capaz de 'oír' cuándo un piano necesita de su ayuda. «Eso se aprende y luego se va perfeccionando», dice. En su caso, tras completar los estudios de piano en el Conservatorio de San Sebastián, en 1989 decidió ir a Londres donde se formó en afinación y restauración de pianos en la Guildhall University. Durante más de cinco años trabajó en Madrid, y después también en Santander y Navarra, hasta que «poco a poco» ha podido acercarse a casa.
En un principio solo se dedicaba a afinar pianos, «pero luego empecé a hacer pequeñas reparaciones, luego otras más complejas, y al final también a comprar pianos para restaurarlos y venderlos». Al principio los adquiría en Inglaterra, pero ahora «estamos en contacto con proveedores de toda Europa que nos los sirven». Una vez reparado –con las cuerdas cambiadas y la maquinaria nueva–, se ajusta y afina, «para que suene como se quiera».
Sin embargo, no todos los pianos que restaura llegan de fuera. «Aquí también tenemos clientes que nos han pedido reparar su piano». En este punto recuerda una restauración «muy especial» que hizo. El piano de media cola de 1919 de Jesus Guridi, que su familia donó a Musikene hace tres años. Alberto trabajó en su restauración aunque admite que el instrumento llegó bien, «no estaba muy bajo de tono, le hacía falta entonación, trabajar los martillos, limpiar las cuerdas… solo se cambiaron los pedales».
En aquel caso, la madera del piano no estaba en malas condiciones. «La madera aguanta bien la humedad; aunque se hinche y ensucie, no se rompe. Es peor el ambiente seco, porque se agrieta y se rompe». De hecho, el «secreto» de que los pianos perduren tanto es la calidad de los materiales que se utilizan para su construcción. Y también el tamaño. «Cuanto más grande, mejor suena y más armónico es».
Igor y Mikel Eceiza Mecca Recording Studio
Desde pequeño, Mikel Eceiza «trasteaba» con los aparatos y a los catorce años descubrió que había un oficio de «grabador de música». Empezó a hacer sus «pinitos» en casa y después se decantó por formarse «en temas de grabación». Estudió informática y después sonido en Madrid, donde comenzó a trabajar. A su regreso a Oiartzun, decidió, junto a su hermano Igor, emprender el proyecto de crear su propio estudio de grabación. «A los dos nos gusta el mundo de la música, y siempre habíamos hablado de poder dedicarnos a esto», recuerda Igor. Mecca Recording Studio fue un sueño que se hizo realidad poco a poco. «La construcción del estudio se prolongó durante siete años, y mientras tanto, hacíamos grabaciones en otros estudios y nos dedicábamos a alquilar los equipos de sonido que habíamos adquirido, y a seguir formándonos».
Así, en enero de 2013, empezaron a trabajar en su propio estudio. Un lugar que definen como «acogedor, porque queremos que el artista que venga se sienta a gusto y disfrute del momento de la grabación». El local cuenta con 400 metros cuadrados de superficie, un estudio grande y otras cuatro salas de grabaciones, con todo el material necesario al servicio de los músicos. «El espacio acústico que hemos creado es nuestra seña de identidad». Tal y como explica Mikel, «nos hemos especializado en grabación de acústicos, la música en directo. Hoy en día, a pesar de todas las herramientas que cualquiera tiene a mano, nosotros seguimos apostando por reflejar la realidad».
Mikel e Igor guían a los músicos durante el proceso de grabación, aunque en muchas ocasiones «los artistas vienen con la idea clara de lo que quieren», reconocen. Días antes se reúnen para preparar la grabación, que se suele prolongar «entre dos y cinco días». Después llega la hora de «cocinar, de mezclar todos los ingredientes hasta que salga el plato que queremos», aclara Mikel. En esta última fase, el contacto con el cliente es muy directo, hasta que se alcanza el objetivo final. «En algunos casos volvemos a quedar en el estudio para ajustar todo lo que sea necesario». Tras años de experiencia, reconocen que tienen un «oído técnico, entrenado a nivel musical», pero sin embargo, es el artista el que tiene la último palabra, «y somos respetuosos con ello, porque la música es del artista, nosotros estamos detrás, capturándolo lo mejor posible», explica Igor.
El abanico de clientes que acuden a este 'oasis' ubicado en un polígono industrial de Oiartzun «es muy variado». Desde grupos profesionales hasta coros, pasando por grandes solistas que contratan otros músicos para realizar sus grabaciones, o aficionados que también quieren tener su propia grabación. Los pianistas Iñaki Salvador y Jon Urdapilleta, el acordeonista Iñaki Alberdi, el grupo Sonakay o los guitarristas Pablo Fernández Arrieta y Jean Marie Ecay han pasado por las manos de los hermanos Eceiza, como algunos compositores de bandas sonoras de películas, como Pascal Gaigne. «Mientras haya gente creando música y tocando en directo, seguiremos aquí, porque es lo que nos gusta y lo que siempre hemos querido hacer», concluye Igor.
Sergio Cruzado Representante y promotor
Acompañar a los grupos y músicos en el desarrollo de su carrera. Es la tarea que realiza Sergio Cruzado como representante de artistas. «Hay muchas decisiones que debe tomar un artista o una banda, y nosotros les ayudamos en todo ese proceso. Qué contar con cada disco, cuándo sacarlo, plantear una gira, decidir cuándo parar, buscarles una agencia de comunicación que trabaje con ellos...» Un trabajo «duro», porque «se viaja mucho y no hay horarios», pero «súper creativo», asegura. «Es muy bonito participar en todo ese relato que quiere encontrar un artista y planificar qué pasos hay que dar para conseguir esos objetivos».
Aficionado a la música, a los quince años empezó a tocar en un grupo. Estudió periodismo, pero antes de terminar la carrera ya escribía crónicas en El Diario Vasco para el suplemento 'Devórame' y colaboraba en el programa 'Azken furgoia' de Radio Popular. En aquella época también trabajó como responsable de prensa de los conciertos que se organizaban en el Velódromo, en una época en la que «todo el mundo pasaba por ahí, Lenny Kravitz, Pearl Jam, Sting...», recuerda.
Su vida laboral siempre ha girado alrededor de la música, y con la experiencia adquirida decidió crear su propia empresa en 1998, que en 2011 pasó a denominarse Ginmusica. En la actualidad, llevan la representación de artistas como Izaro, Belako, Idoia (Asurmendi), Niña Coyote eta Chico Tornado, Maika Makovksi y Janus Lester. «Siempre he sido partidario de llevar muy pocos grupos para poder trabajar bien y con calma». A la hora de trabajar, explica que se rige por la fórmula inglesa. «Ejerzo de manager personal de las bandas, y luego creo una estructura alrededor de ellas para trabajar».
En algunos casos, son los propios músicos quienes se ponen en contacto con ellos, «fue el caso de Maika Makovksi», dice Cruzado. En otros, ha sido él quien se ha «encontrado» con «cosas que te llamen la atención o que piensas que son diferentes porque te emocionan». Es el caso de Izaro, a quien conoció haciendo coros en un concierto, «antes de que publicara ningún disco», o Belako, a los que vio actuar cuando empezaron y «me dije que ese era el grupo en el que a mí me gustaría tocar».
Pero al margen del management, Cruzado también destaca por su faceta como promotor musical. Festivales como Kutxa Kultur Festibala o Donostia Festibala, que se organizaron en el parque de atracciones del Monte Igueldo primero y después en el hipódromo, llevan su firma. También el Boga Boga Festibala, que ya ha celebrado dos ediciones. Un trabajo para el que se requiere también mucha «imaginación». «Un festival no es una programación de grupos aleatoria, tiene que haber una idea detrás, o una identidad, para que perdure en el tiempo», aclara. Sin embargo, junto a esta «parte creativa» también hay otra «no tan agradecida», porque «tiene que ser sostenible económicamente». Entre los montajes «más complicados» que ha realizado, recuerda que tuvieron que cubrir con listones de madera el río que atraviesa las cuevas de Zugarramurdi para poder meter a 5.000 personas: «Fue una locura».
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