Las diez noticias clave de la jornada
El responsable de la programación musical de DonostiaKultura y director del Jazzaldia, Miguel Martín, en lasbutacas del Auditorio Kursaal. LOBO ALTUNA
Miguel Martín | Programador musical y director del Jazzaldia

«La cifra de espectadores es la respuesta corta a la pregunta de qué tal el Jazzaldia»

«El concierto es algo que tiene lugar en la mente del espectador», afirma del director del Jazzaldia, que repasa los cambios en la industria musical

Alberto Moyano

San Sebastián

Domingo, 25 de junio 2023, 02:00

Observador privilegiado de la evolución de la industria musical en su condición de programador de Donostia Kultura y director del Jazzaldia, Miguel Martín (San Sebastián, ... 1956) considera ya asentado el panorama tras la pandemia. Y no es un cuadro que invite al optimismo: cachés disparados, sobreoferta y un público que en parte ha cambiado ya sus hábitos de ocio. En puertas de la 58 edición del Festival de Jazz, Martín admite que todo programador vive bajo una cierta presión por las cifras de espectadores de cada año y dibuja algunas de las tendencias de futuro hacia las que apunta la industria musical.

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– ¿Estamos ya en condiciones de calibrar el impacto de la pandemia en los hábitos del público?

– Sí, en la música es como en casi todo. Ha habido muchas ganas de volver. Hay una gente, la mayoría joven, que va a casi todo mientras que hay otro sector que decidió cambiar de vida, enfocar el ocio de otra manera y dejar de asistir a espectáculos. No sólo en la música: los responsables de salas de cine dirán algo parecido.

– Y estos últimos, ¿no han vuelto a los conciertos de forma paulatina?

– Ha habido una disminución del público. Yo soy cinéfilo total de los de sala y te das cuenta de que hay muchas películas para gente joven y no tantas de las otras. Y sobre todo, en las salas ves poca gente. Eso tiene su traslado a la música, en el sentido de que hay espectáculos que siguen funcionando muy bien, como Zea Mays, pero hay otra serie de proyectos, como la música clásica, que ha tenido que replantearse absolutamente todo porque hay un público que ha decidido cambiar de forma de vida y cuyo ocio ya no pasa por ir a un concierto.

– ¿Ha habido desconcierto entre los programadores? No sólo a la hora de contratar, sino también en la elección del aforo.

– Han sido tres años de tal desconcierto que por un poco más tampoco pasa nada. Lo ha habido y bastante. Hemos ido viendo paulatinamente cómo iba respondiendo el público. Justo después de la pandemia nos han sorprendido mucho tanto algunas afluencias altas como otras menores de lo esperado. 2022 fue el año más desconcertante y en 2023 empezamos a tener ya la 'plantilla' del comportamiento del público.

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– ¿Se han consolidado ya las tendencias, sean cuales sean?

– Yo creo que sí. Lo que pasa es que luego viene un señor que se llama Vladimir y te fastidia todo el invento: entra en el país de al lado porque le da la gana y te lo cambia todo porque a las dudas entre ir o no ir a un concierto una vez pasada la pandemia, le siguen las de si tengo dinero o no, con todas las incertidumbres económicas que ha introducido la guerra. La gente se guarda mucho de gastar dinero a tontas y locas, pero eso ya no es una cuestión relacionada con la pandemia, sino con la inestabilidad generada por la invasión de Ucrania.

– Y toda esta incertidumbre, ¿hace que los artistas empiecen a introducir cláusulas extrañas en los contratos?

– No. La condición 'rara' que ponen muchos de ellos es la pasta. Los cachés han subido en algunos casos de manera estratosférica. ¿Por qué? Por un tercer factor: tras la pandemia, entre los promotores ha habido muchos 'profesionales' o así que se han vuelto locos y que están programando festivales gigantescos, con problemas logísticos o que incluso ni se celebran. Estoy leyendo cosas de risa, ridículas. Cómo podemos estar programando a lo monstruo. Luego pasa lo que pasa: que no se puede llegar a Arganda del Rey y habrá qué ver qué pasa con el Mad Cool, que ésa va a ser fina. Y muchos otros no se celebran porque no han vendido lo suficiente. Claro... Es que somos los que somos. Eso hace que muchos grupos internacionales piensen que pueden subir sus cachés de forma ilimitada. Por ejemplo: a The Pretenders los tuvimos en la playa de La Zurriola en el Jazzaldia de 2017 y ahora su caché se ha quintuplicado. Eso acaba jorobando el mercado. Lo que no es controlable es la locura de algunas aventuras veraniegas.

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Los móviles

«Tanto los artistas como el público están muy a gusto. Si alguien decide arreglarlo, podría, pero no veo mucha intención»

– Y esa burbuja, ¿estallará finalmente, tal y como se viene augurando desde hace años?

– Tantas veces hemos dicho que iba a estallar y no estalla... Estamos un poquito locos.

– Han entrado en el negocio de los conciertos y festivales agentes procedentes de otros ámbitos.

– Sí y lo que es muchísimo peor: ha entrado dinero de fondos que se dedican a festivales o a algún tipo enorme de gestión del ocio. Está entrando un dinero que insufla grandiosidad a muchos festivales y todo eso afecta, ya lo creo.

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– Puede que el público se sature.

– Por suerte o por desgracia, yo no estoy con el público de ese tipo de festivales.

– Pero por lo que puede 'respirar' en el ambiente, ¿qué diría?

– En este momento yo creo que la gente asiste a festivales como a una reunión de muchos miles de personas, con o sin camping asociado, por guapeo, postureo, evento... Yo diría que hasta los treintaytantos años la gente va porque hay que ir. Por lo tanto, los festivales no van a desaparecer, se trata más de que se acomode la demanda a la oferta. La primera sabemos más o menos cuál es –muy grande– y la segunda no puede aumentar porque pincharía. Los festivales grandes se van a mantener, pero habrá otros muchos, que aspiran a reunir a 15.000 ó 20.000 personas, que acabarán sin vender esas entradas. Por otro lado, con festivales como el Primavera Sound hay una especie de desconcierto con el número de asistentes: el año pasado, 80.000 y este año, algo más de 40.000. Y su balance es que están muy contentos.

– ¿Viven los festivales, incluido el Jazzaldia, obsesionados con las cifras de espectadores?

– No.

– Pero parece que cada año hay que atraer a más gente, en una espiral que quizás sea absurda.

– Con el tiempo he aprendido que la memoria de la gente tiene un período de caducidad.

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– Corto.

– Más bien. ¿Cuál es el problema? Que hay que dar un titular porque si no, no eres nadie. En el mundo de la música y en el que sea. Entonces, efectivamente parece que el titular fácil es una cifra y es una pena porque entiendo que hay algo que se recuerda más: el nivel de satisfacción.

– Entonces, ¿es un error entrar en el juego de 'cada año más y mejor'?

– Si tengo que elegir una respuesta sin matizar, sí. Pero la cifra hay que darla. En nuestro caso, dependemos tanto del tiempo, que la edición del Jazzaldia puede ser buenísima, pero si te llueve dos días, te bajan las cifras. Sabemos que si no damos una cifra grande, alguien se va a sentir no digo decepcionado, pero sí que dirá: «¿Ves? Ya no es como antes». Y eso no es exactamente así, pero es lo que tiene. La cifra de espectadores es la respuesta corta a la pregunta de qué tal el Jazzaldia. ¿Quieres la respuesta corta o te lo cuento? Y como la gente no quiere que se lo cuentes, prefiere la respuesta corta. Y sí, efectivamente vivimos en esa dinámica.

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– O sea que hay presión para que la cifra de cada año sea buena.

– Sí, sí.

– ¿Desaparecerá, si no lo ha hecho ya, la clase media entres los músicos? O estadio o sala.

– Exactamente, pero eso es aplicable a determinados tipos de música y a determinadas edades. Tanto en el Victoria Eugenia como en el Kursaal tengo que programar, no siempre, para unas edades un poquito más elevadas. Ese público se mantiene, pero efectivamente hay grupos que no pueden dar el salto y permanecen durante años en locales reducidos y otros que sólo van a grandes superficies. Es una tendencia general que ira a peor, a no ser que alguna moda lo remedie.

– ¿Determina el carácter de un concierto el hecho de que sea gratuito? Me refiero a la actitud del artista en el escenario.

– La propuesta del músico, no. Qué va. Diría algo más: al músico es muy difícil cambiarle el repertorio. No basta con que le digas: «Vas a actuar delante de no sé cuantos mil espectadores, en fin, es mejor que te saltes determinadas canciones». No sé si nunca he hecho nunca ese tipo de sugerencias o puede que un par de veces en 45 años, pero sé que es algo que no va a acceder. Siempre que puedes sitúas al músico en sus circunstancias, tanto si va a tocar para 50.000 o para 150, y a partir de ahí se hará su composición de lugar, pero por mi experiencia diría que no cambia un ápice su concierto. Nada. Otra cosa es que vea determinada actitud en el público, pero su intención al salir se mantiene intacta.

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– Alguna vez lo ha parecido con algún artista que he venido al Jazzaldia en formato de pago y después, en concierto gratuito.

– Cuidado porque muchas veces el concierto tiene lugar en nuestra mente. Yo he estado con veinte años en Badalona viendo a Genesis y cuando vi el escenario ya me tenía ganado. Luego he trabajado con su director de producción y al volver a ver el escenario años después, le dije: «Éste no era». Y me sacó los planos y claro que lo era. Siempre explico que una parte importantísima del éxito –o del fracaso– de un concierto es la disposición del espectador, que puede ver cosas que el artista no ha hecho o no reparar en otras que sí ha hecho. Nos pasa absolutamente a todos. El concierto tiene lugar en la mente.

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– Entonces, ¿en dónde quedan los conciertos en este tiempo en el que reinan los móviles?

– Para muchos tipos de música, los conciertos sí han mutado, efectivamente. Hay un porcentaje de público que está ausente durante el concierto. También ha mutado un tanto por ciento elevadísimo de músicos a los que les sucede eso y han desarrollado unos aparatos de gestión extraordinarios.

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– ¿Tiene eso marcha atrás?

– Es que no creo que quieran dar marcha atrás. Tanto los artistas como el público están muy a gusto. Si alguien decide que quiere arreglarlo, podría, pero no les veo con mucha intención de cambiarlo. Hay un sector del público al que le da igual saberlo todo sobre el concierto antes de que empiece porque lo que en realidad quieren es decir que tal día a tal hora estaban en tal lugar viendo a tal artista. Y hacérselo saber al resto del mundo. ¿Cuál es la importancia de la calidad musical? Ninguno. El evento pasa a ser, no ya que canta Rosalía, sino que «yo estoy en un concierto de Rosalía».

– ¿Qué porcentaje del público encarna esa actitud?

– Dependerá del artista. Yo no manejo ese tipo de público, pero en el caso de Rosalía yo diría que fácil el 85%.

– ¿Está al caer en Europa el llamado 'precio dinámico' que incrementa el coste de la entrada en función de la demanda?

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– Ya está aquí. Conozco gente a la que desde que entró a ver si compraba entradas para Beyoncé hasta que decidió que sí, le habían subido 300 euros los precios. Se están importando softwares del mundo del turismo que no están acostumbrados a gestionar una demanda de esa magnitud.

– El público del pop/rock acepta a los grupos tributo, cosa que no pasa en el jazz. Nadie iría a ver a un señor anónimo cuya propuesta fuera reproducir un concierto de Miles Davis o Chet Baker.

– No creo que sea un público de pop/rock. Es un público de Luthiers, de monólogos. Los grupos tributo están dirigidos a un público que a mí se me escapa. Cada vez que traigo uno me quedo solo. Con Genesis eso para mí terminó. Es un tipo de público que, sinceramente, debería mirar un poco más a lo que va, cuál es la consistencia del espectáculo.

– Tanto programar y tanto concierto, ¿se pierde la pasión por la música?

– No. Yo desde muy joven tuve la suerte de darme cuenta de que esto no iba de lo que a mí me gustase, sino de lo que le gustase a alguien que iba ir a ese concierto.

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