Es sabido que los pianistas de jazz son músicos de una especie aparte. Y hemos podido disfrutar en el Museo San Telmo de uno de ... estos conciertos a piano solo. El escenario es precioso, el patio central del complejo religioso, y aunque al principio parecía que los pocos presentes gozaríamos de una especie de concierto privado, el recinto prácticamente se llenó sobre la bocina. Y ahí salió él, puntual, y con solo un par de notas silenció la muchedumbre que aún no se percataba de que el concierto ya había comenzado. El dossier prometía un jazz atrevido y diferente, con aires balcánicos. Y vaya si se cumplió.
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Antes de poder terminar con el primer tema empezó a llover, tónica general de esta edición. Sin embargo, entre las notas de Bojan y lo místico del sitio, la lluvia ejercía de amable colchón entre las densas armonías y ritmos percutidos del piano. Lo que no sabíamos los presentes era que para la segunda pieza el teclado del piano se le había quedado pequeño al artista. Fue entonces cuando empezó a rasgar las cuerdas del arpa, o a golpear la tapa como si fuera un instrumento de percusión. En un instante, Bojan había hecho del piano su sección rítmica particular.
Y así siguió la cita, regida por la técnica y el virtuosismo del artista, recatado en presencia, excéntrico en lo musical. Los trucos y técnicas extendidas fueron tónica general y las armonías duras y ritmos frenéticos se intercalaban con pasajes más serenos que nos dejaban descansar y evadían a los allí presentes. Con la quinta pieza llegó un soplo de aire fresco, un tema dedicado al buen vino, según el intérprete. Una composición con más swing y aires de stride en comparación a lo escuchado previamente. Un oasis en el desierto. Y es que, en realidad, el propio artista justo antes de terminar, con su profundo acento, exclamó lo que podría resumir el concierto: «Bueno, coffee para todos».
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