Proyecciones de cine mudo. Ricardo Casas, al piano, durante el pase de una película en el Fescinal La Bombilla de Madrid. Fescinal

Historia de un hombre al piano, a pesar de todos los pesares

Francisco Uzcanga relata la historia de su amistad con Ricardo, hijo del asesinado Enrique Casas, que hoy en día ejerce de médico y acompaña con su música proyecciones de filmes de cine mudo

Alberto Moyano

San Sebastián

Domingo, 20 de agosto 2023, 07:11

Si todas las historias se pueden contar de diferentes maneras, la que Francisco Uzcanga (Donostia, 1966) relata en 'Eso que llamabas paraíso-Una historia sobre ... los ecos del terrorismo' (a la venta el 18 de septiembre) se ajusta a la perfección a ese tópico. Su narración podría ser la de la vida de alguien que cumplió su sueño de ser pianista pese a que todas las circunstancias se habían confabulado en contra; también la de un pianista que ejerce su vocación fuera de su época, como es el acompañamiento con su música de proyecciones de películas del cine mudo; también se puede ver como la vida de un niño de padre español nacido en la Alemania de los sesenta, que llegó con doce años a la convulsa Donostia de la Transición y sin embargo, encontró aquí un paraíso; cabe la posibilidad de leerlo como el periplo vital del hijo de una víctima del terrorismo; y finalmente, pero sobre todo, es la descripción de una amistad perdida y recuperada y reforzada cuatro décadas después, justo con motivo de la escritura del propio libro.

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Francisco Uzcanga Meinecke y Ricardo Casas Fischer -en adelante Richard-, se conocieron el lunes 18 de septiembre de 1978, primer día de clase en el Colegio Alemán de San Sebastián. Para cuando los Comandos Autónomos Anticapitalistas asesinaron en 1984 al padre de Richard, el senador y candidato electoral socialista Enrique Casas, la familia Uzcanga ya llevaba cuatro años en Madrid, a donde se había mudado tras negarse el padre a pagar el llamado 'impuesto revolucionario'.

«El aspecto autobiográfico del libro fue exigencia de Richard. No creo que vuelva a escribir sobre mí», afirma Uzcanga

Sin embargo, a finales de septiembre de 2011 entraron en contacto. Para entonces, Richard vivía con su pareja en Valladolid, ejercía de epidemiólogo en Ávila y era pianista de cine mudo en su tiempo libre. Sus fines de semana consistían en poner rumbo a Tarazona de la Mancha, Casa Ibáñez, Hellín o el Nerpio, acompañar al piano la proyección de algún clásico de los albores del séptimo arte y volver a casa. En cuanto a Uzcanga, dirige los departamentos de Español y Estudios Culturales en el Centro de Idiomas y Filología de la Universidad alemana de Ulm, a orillas del Danubio. Es autor de los ensayos 'El café sobre el volcán' y '¿Qué se debe a España?', los dos publicados por Libros del K.O. Tras seis años de comunicación vía correo electrónico, se reencontraron en persona en octubre de 2017 en Erlangen (Baviera).

'Eso que llamabas paraíso'

  • Autores Francisco Uzcanga y Ricardo Casas

  • Edita ibros del K.O. (18 de septiembre).

  • Páginas 154

Cuenta Francisco Uzcanga que se le quedó grabada por años la imagen del asesinato de Enrique Casas a través de los detalles que conoció por la prensa: dos miembros de los CCAA llamaron a la puerta de su domicilio disfrazados de operarios. «No se me iba de la cabeza, pero nunca se me ocurrió escribir sobre eso. Sólo lo pensé cuando Richard me dijo que ahora era pianista de cine mudo. Ahí empezó el run-run». Cuando el senador abrió la puerta, le dispararon, mientras el joven Richard, a punto de cumplir los dieciocho años, estaba en su habitación. En otoño de 2020, durante la pandemia, una situación similar se reprodujo en el domicilio alemán de Uzcanga, cuando dos técnicos con mascarilla acudieron a reparar la calefacción. «Se reprodujo la escena y ahí me hizo clic. Pensé: 'Tengo que escribirlo'».

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Dos condiciones

La idea primigenia era que Francisco escribiera la historia de Richard. «Mi intención inicial era ser como un cámara: alguien que rueda, y elige perspectivas y enfoques». Pero Casas, que aceptó la propuesta, «me puso dos condiciones: una, que escribiéramos un libro conjunto en el que yo también me implicara y la segunda, que mostrara su reconciliación tanto consigo mismo como con el País Vasco y con su pasado. Por eso yo me impliqué a mi pesar», explica Uzcanga durante su estancia donostiarra de esta semana. «Ha sido una excepción, no creo que vuelva a escribir nada más sobre mí. El aspecto autobiográfico fue exigencia de Richard porque yo quería escribir una semblanza suya, sobre todo como pianista de cine mudo, aunque también sobre su vida, que ha sido complicada. Yo le decía que no tenía sentido hacer un libro conjunto porque mi caso no era comparable al suyo». Al final, llegaron a un punto intermedio: «Mi papel sería el de narrador y el suyo, el de protagonista». En cualquier caso, el volumen aparece firmado por los dos.

Considera Uzcanga que Richard «es una persona admirable» y, desde luego, no se puede decir que la vida se lo pusiera fácil. «Nació como hijo de madre soltera en Baviera, una sociedad muy puritana y reaccionaria. Y además, el padre era un español, un trabajador del sur, algo que no estaba muy bien considerado. De hecho, la abuela de Richard repudió a su hija porque eso de quedarse embarazada, sin estar casada y de un 'españolito' estaba muy mal», cuenta el profesor universitario. Y continúa: «La madre era muy joven, estaba algo perdida y por eso Richard pasó los tres primeros años de su vida en el orfanato». Pero no acabaron ahí las penalidades: «Cuando salió de ahí, fue a vivir con su madre, que trabajaba de enfermera y tenía muchos problemas para sacar adelante a su hijo. En aquel tiempo, no sólo carecía de ayudas del Estado, sino que los vecinos también le hacían la vida muy difícil. Mientras su madre hacía guardias, Richard pasó muchas noches solo en casa, con unos vecinos 'asociales', por utilizar un eufemismo». Ese cúmulo de experiencias hizo que cuando por fin llegó con doce años a Donostia, reclamado por su padre y por la nueva familia de éste, pensara: «Esto es el paraíso». Y es normal, recalca Uzcanga.

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Mientras tanto, los Uzcanga vivían su propios avatares en Madrid tras una primera juventud en la que Francisco confiesa que «no me enteré de prácticamente nada. Veía las manifestaciones y las cargas policiales desde el balcón de nuestra casa, pero casi como un espectáculo. Tenía catorce años cuando nos fuimos del País Vasco, pero desde luego, yo no tuve una infancia traumática. Para nada. Al revés».

'Exilio' madrileño

«Yo iba horrorizado, pensando que nos iban a pegar por ser vascos. No fue así. Hubo alguna historia de un profesor facha que se reía de mi apellido, nos pincharon las ruedas del coche con matrícula de San Sebastián y alguna vez la Policía nos detenía: 'Hombre, vascos, vamos a pasar unas horitas en el calabozo'. Pero nada grave».

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Al que más afectó el forzado 'exilio' fue a su padre. «le amargaron la vida. Se la destrozaron. Era una persona muy jovial y alegre, un donostiarra de caricatura: socio de Gaztelubide, de la Real, con su cuadrilla y de aquí de todo la vida... Y en Madrid no se integró nunca. De hecho, solamente trataba con amigos vascos que estaban en Madrid o por negocios o exiliados. Eso sí que te da mucha rabia».

El cordón umbilical que siempre se mantuvo intacto entre la familia Uzcanga asentada ya en Madrid y Donostia fue la Real. «Cuando ganó la Liga fue lo más alegre y lo más triste a la vez. Ahí mi padre sí que fue absolutamente consciente de que no estaba donde debía». El relato que hace de la celebración del título de Liga en el hogar madrileño de los Uzcanga resulta desolador.

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Posteriormente y coincidiendo con su regreso al País Vasco ya jubilado tras el fin de ETA, Uzcanga cree que su padre «se convirtió en un escéptico. En la cuadrilla sabes que hay de todo, unos que piensan una cosa, otros que han pagado, pero jamás se metió con nadie. Decidió ser un jubilado donostiarra feliz y metafóricamente se puso unas gafas oscuras para no ver lo que no quería».

El escritor y traductor vuelve a ceder el protagonismo a Richard Casas, «una persona que ejerce un oficio que me parece fascinante, en el que se mezcla música e imagen y que tiene mucho de creativo porque él también compone sus piezas para las películas». Una vocación a la que Richard dio rienda suelta en esas localidades con una programación cultural sacada adelante por voluntariosos técnicos municipales. «Va en coche de pueblo en pueblo y hace sus interpretaciones musicales durante las proyecciones de películas de Buster Keaton o Charles Chaplin. Y coincidió que cuando Richard contactó conmigo y me dijo que era pianista de cine mudo, yo estaba traduciendo unos artículos de Joseph Roth sobre cine».

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A día de hoy, Francisco Uzcanga lee desde Alemania las noticias que le llegan del País Vasco y aunque no a atreve a aventurar un juicio definitivo a partir de lo que percibe en sus breves estancias estivales en Donostia, sí admite que ve «muy bien, sobre todo comparada con el pasado» a la sociedad vasca. «Ahora mismo me preocupa más la situación del mundo en general y la de Alemania en particular que la del País Vasco. Es verdad que no tenemos que olvidar, pero también me parece contraproducente quedarse en el pasado».

Un último asunto: los presuntos autores del asesinato de Enrique Casas murieron poco después en un tiroteo con la Policía Nacional en la Bahía de Pasaia en circunstancias tan confusas que han permanecido hasta hace poco bajo investigación judicia. «Ese tema no lo hemos tocado por discreción mía. Lo único que sé al respecto es lo que me contó Richard que decía su padre: que cualquier tipo de violencia era rechazable».

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