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Vulcano, en la fragua que forjó un país

Vulcano, en la fragua que forjó un país

La escultura del hierro de Chillida conforma y explica la cultura de la tradición ferrona de los vascos. Es a partir de este material recio que el artista expresa la rotundidad de su obra, una seña de identidad que retrotrae al paisaje industrial de la siderurgia y que a él mismo envolvió a su regreso de París, cuando se instala en Hernani en 1951 y empieza a esculpir el lenguaje simbólico de todo su monumental legado.

Martes, 9 de enero 2024, 09:29

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e los elementos fundamentales que han soportado su escultura, piedra, madera, hierro, sin duda es en este último resorte en donde Eduardo Chillida ha fijado con más rotundidad las señas de su lenguaje artístico. Chillida ha alimentado su fragua con el fuego de la idea, de la representación simbólica de su humanidad, una obra que enraiza con la tradición ferrona de los vascos y esculpe la modernidad de una Euskadi en profunda transformación.

Desde sus primeros diálogos con el hierro en su taller de Hernani, hasta sus intervenciones en la resolución de sus esculturas en Patricio Echeverría de Lepazpi, Chillida sostuvo una constante lucha por que el noble, pero resistente metal obedeciera el principio creador del escultor, la idea generatriz. Ahí, en el Valle de Hierro, donde la de Mirandaola cuida la memoria de lo que significó la economía de las ferrerías en el pasado del País Vasco, se guardan y reconocen testimonios de la actividad de este moderno Vulcano vasco en la creación de un lenguaje simbólico donde ha representado las grandes tensiones intelectuales de la vida.

Chillida en la forja del

taller de Hernani, una

imagen tomada en

1952. G. CHILLIDA

Chillida en la forja del taller de Hernani, una

imagen tomada en 1952. GONZALO CHILLIDA

Chillida en la forja del taller de Hernani, una

imagen tomada en 1952. GONZALO CHILLIDA

Chillida en la forja del

taller de Hernani, una

imagen tomada en

1952. G. CHILLIDA

La cultura del hierro que determinó la conducta de la ría del Nervión, con Víctor Chávarri como inspirador, la misma cultura que le llevó a Lasurtegui a pedir la construcción de una nueva Bizkaia en El Bierzo, la cultura de la fragua para la doma y creación de herramientas de uso ha sido recogida, maleada con la acción del fuego de la fragua, recreada y convertida en lenguaje artístico por el escultor vasco. Desde que en 1951 da a conocer Ilarriak -Eduardo quiso siempre nominar en vasco a sus obras-, aquella escultura fundacional en hierro, Chillida ha poblado la tierra de esculturas que remiten a su condición de vasco, como representación de una nobleza de conducta, de carácter, como lenguaje de firmeza en el tiempo. Porque en la escultura del hierro también se afirma la permanencia, la proyección de futuro, la constancia y el deseo de encontrarse con horizontes ilimitados del tiempo. Ilarriak es la lápida, la nueva lápida de la modernidad en hierro, frente a las lápidas en piedra del pasado.

El propio Chillida describió su fuente de inspiración, en aquel viaje de regreso a Euskadi desde París en 1951 y que marcaría para siempre la huella artística del escultor en un país «con luz oscura» al que dio forma eterna en una Euskadi que se transformaba también de manera profunda: los altos hornos, las acerías... un patrimonio industrial que dialoga con la modernidad, y a la inversa, unas obras que 'hablan' del pasado de hierro. Así ocurre en el conjunto de esculturas del 'Peine del Viento' donde se aprecia cómo el escultor quiso expresar, domado el hierro en la fragua y recogido en su interior la idea que lo conforma, las figuras de dos seres humanos abrazándose en cada estatua. Una obra encastada en la naturaleza que ofrece una fuerza tan rotunda y sobresaliente que hace olvidar al espectador el propio paisaje con el que se confunde.

A esa reciedumbre del soporte de sus obras, que hoy sostienen la memoria vertical del ferrón en Chillida Leku, y en tantos escenarios del ancho mundo, se adhiere la dulzura de un lenguaje poético, que han sabido ver en Chillida poetas como Gaston Bachelard, el gran teórico de la poética de la ensoñación y del espacio. El filósofo francés celebró ya en 1954 esa cosmogonía del hierro, ese «elogio» del metal que conformaría el principal cauce de expresión de la obra del donostiarra universal, en donde a la vez que el conjunto de sus esculturas recogían formas y memoria de aperos, usos y costumbres de la cultura tradicional vasca, remitía a un lenguaje moderno universal de entendimiento. Porque en la forja de la ferrería se forjó también el carácter de este vasco que dedicó toda su vida a generar cultura con ideas y formas renovadoras. Ese es el origen de todo lo que vino después. Una obra monumental.

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Créditos

  • Texto Félix Maraña

  • Narrativa visual y diseño Izania Ollo y Maider Calvo

  • Edición de vídeo Ainhoa Múgica y Dani Soriazu

  • Desarrollo Gorka Sánchez

  • Edición Jesús Falcón

  • Material audiovisual Chillida Leku, archivo Eduardo Chillida, Fundación Maeght y Susana Chillida

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