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Página inicial de la entrevista publicada en la revista Paris Match en 1968.

Las dos únicas entrevistas que Balenciaga dio en su vida

Solo habló para Paris Match, en 1968, y para The Times, en 1971: recuperar esas charlas es saber más de un modisto discreto que vuelve al primer plano por la serie de TV

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Lunes, 1 de abril 2024, 02:00

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No le gustaban los focos: la figura de Cristóbal Balenciaga siempre fue un enigma por su ausencia de la vida pública y su imagen discreta. «¿Por qué han de fotografiarme? No soy sabio ni un general victorioso», se justificaba. Solo concedió dos entrevistas en su vida: una a Paris Match, en 1968, y otra a Prudence Glynn en The Times, en agosto de 1971. El Museo Balenciaga de Getaria recuperó en una de sus publicaciones esas dos entrevistas con un personaje que, pese a su discreción, siempre ha estado de actualidad, y más ahora por la serie de Disney+ basada en su figura. Leerlas es saber más sobre el modisto.

Empecemos por la publicada en Paris Match, titulada algo así como «Balenciaga se convierte en un rostro». Salió en agosto de 1968 y ya se presentaba con la leyenda del 'anonimato' del creador de Getaria. «El acontecimiento más importante de la temporada de los modistas es una ausencia: la de Balenciaga. De por sí, eso no tiene nada de insólito. Lo mismo que los soberanos orientales, el maestro de la avenida George V reinaba por invisibilidad. Incluso en sus propios salones no aparecía nunca en público. Y apenas se le conocían tres o cuatro fotos. Pero esta vez la ausencia de Balenciaga será también la de su colección: es una desaparición. El misterioso, el 'beau' Cristóbal, ha decidido bajar la persiana», decía la revista.

«Nuestros reporteros han sido los primeros de toda la prensa en encontrar al desaparecido, en el fondo de un parque a orillas del Loira, en una casa solariega de paredes de enlucido rosa, la Reinerie, su último secreto. Había comprado esta propiedad hace más de treinta años, pero nunca encontraba el momento de ir, pues los fines de semana prefería quedarse en París, trabajando en el silencio de sus talleres desiertos. Hoy con pantalón de terciopelo y cazadora de lona azul, Cristóbal Balenciaga rompe por fin el silencio de toda su vida», apuntan la revista.

El estreno de un vestido

«Mi padre era pescador, y mi madre una costurera de pueblo. Tuve la suerte de que en ese pueblo de Getaria, cerca de San Sebastián, se encontrara la residencia de verano de una gran dama, la marquesa de Casa Torres. Yo no tenía más que ojos para ella cuando llegaba a misa el domingo, bajándose de su tílburi, con sus largos vestidos y sus sombrillas de encaje. Un día, reuniendo todo mi valor, le pedí si podía visitar sus armarios», relata Balenciaga explicando sus orígenes.

Y sigue: «Divertida, aceptó. Y así viví meses maravillosos: cada día, después del colegio, trabajaba con las planchadoras de la marquesa en el último piso de su palacio de verano, acariciaba los encajes, examinaba cada pliegue, cada punto de todas esas obras maestras. Tenía doce años cuando la marquesa me autorizó a hacerle un primer modelo. Y ya se puede imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, vi a la noble dama ¡llegar a la iglesia luciendo mi vestido! Así hice mi entrada en la alta costura y en la alta sociedad».

Entrevista ofrecida por Balenciaga a The Times en 1971.

Luego llegarían los clientes ilustres. Lo recuerda la revista. «Ya lo dijo Coco Chanel: 'El único que es un modista es Balenciaga. Él es el único capaz de cortar una tela, de montarla y de coserla con sus manos. Los demás no son más que dibujantes'». Continúa Paris Match: «¿Cómo un hombre así iba a reconvertirse para el prêt-à-porter? No, antes que abrir una boutique, Balenciaga ha preferido pagar las indemnizaciones a sus dos mil artesanas. Había hecho soñar a tres generaciones de mujeres. Acababa de cumplir 73. A mi edad, dice, uno todavía puede cambiar de vida, pero de oficio, no».

Exclusiva mundial

Tres años más tarde, en 1971, The Times anuncia una exclusiva mundial: Prudence Glynn habla «con el más grande de los couturiers». «A sus 76 años Balenciaga no es en absoluto como me lo había imaginado», escribe. «Aborrece la publicidad: puede decirse que nadie lo ha visto, ni lo ha fotografiado, ni ha obtenido declaraciones suyas. Balenciaga es desde hace tiempo una presa codiciada para muchos periodistas. Son muchos los que han intentado atrapar al escurridizo español, acudiendo día tras día a su restaurante favorito para verlo tan solo un momento, sin que él apareciera nunca por allí. ¿Tal vez prefería morir de inanición a encontrarse con ellos? Se dice que la mujer del quiosco frente a su taller solía agitar el plumero cuando no había moros en la costa, para que él pudiera asomarse. Esta repugnancia obsesiva por la publicidad no tiene nada que ver con un supuesto sentimiento de superioridad. Según me explicó apasionadamente, viene dada en realidad por su absoluta imposibilidad de explicar su métier (la palabra que siempre utiliza). Pensaba que Balenciaga iba a ser bajito y cortante, pero es alto y guapo. Nunca habría imaginado que el gran Balenciaga fuera a ser divertido, pero lo es de verdad, y tiene una mirada chispeante».

Sigue la semblanza de The Times: «Su piso de París, donde vive cuando no está en España o en la campiña francesa, es fresco y tranquilo. En el comedor hay apuntes de Giacometti y un encantador pato de bronce, regalo de Coco Chanel. Balenciaga disfruta evocando a Chanel. En su opinión ha habido tres grandes diseñadoras: Chanel, Madeleine Vionnet y Louiseboulanger (sic). Chanel era la más comercial. De joven, en San Sebastián, su sueño era conocer a Mademoiselle Chanel, quien junto con su hermana frecuentaba las noches de bacarrá en el casino. El director no quería permitir el paso a Balenciaga, pero como ya entonces era cualquier cosa menos indeciso, supo hacerse con la ayuda de un conocido jesuita».

¿Por qué todo se acabó en 1968? Balenciaga se hacía mayor, «pero no demasiado mayor». «El mundo que apoyaba la alta costura se ha terminado. La costura real es un lujo imposible hoy. Givenchy aún lo hace porque conoce muy bien el oficio, pero también tiene que hacer prêt-à-porter y mantener sus boutiques. Todavía no has acabado una colección y ya tienes que iniciar otra. En Balenciaga había diez salas de trabajo: cuatro para sastrería, cuatro para vestidos y dos para sombreros. Los pagos a la seguridad social eran una cifra increíble, unos 200 dólares al día».

Continúa: «Al final ya no podía más. Sí, París solía tener un ambiente especial para la moda porque había centenares de artesanos que se dedicaban a confeccionar botones, flores, plumas y los adornos de lujo que no se encuentran en ningún otro lugar». Y termina: «Hoy solo quedan unos cuantos supervivientes. Ya sabes lo que ocurrió cuando Hitler quiso transferir la alta costura francesa a Berlín. Envió a seis alemanes enormes a verme para hablar del asunto, y les dije que igualmente podría llevarse los toros a Berlín e intentar enseñar allí a los toreros».

'La vida de un perro', el titular que fue famoso

El titular de la entrevista de The Times, 'Balenciaga y la vida de un perro', es famoso en el mundo de la moda. El texto de Prudence Glynn así titulado terminaba con estas palabras del modisto: «Cuando era joven un especialista me dijo que nunca lograría ejercer el métier de costurero que había elegido, porque le parecía demasiado delicado. Nadie se imagina lo duro y agotador que es este oficio, a pesar de todo el lujo y el glamur. De verdad, c'est la vie d'un chien!'».

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