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José Antonio Larruskain, patrón de barco. AMALIA IBARGUTXI

Confesiones de un bacaladero vasco en terranova

José Antonio Larruskain, patrón de Hondarribia, rememora a sus 81 años los mejores y peores momentos de una vida marcada por la dureza en alta mar, tal y como hace en el documental 'Arte al agua', del que es uno de los protagonistas

garazi rezabal

San Sebastián

Jueves, 18 de enero 2018, 07:07

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José Antonio Larruskain se sumergió con apenas 14 años en el mundo de la pesca. Tras la muerte de su padre a los 39, el 'vikingo' hondarribitarra, mayor de siete hermanos, se vio obligado a dejar atrás tierra firme y hacer del mar su nuevo hogar. A sus 81 años, el veterano patrón luce unos ojos claros y vivos como los de un veinteañero, quizá por todo el mundo que ha visto con ellos, y cada arruga que dibuja su cara esconde una pequeña gran historia en la que casi nunca falta un barco. Él se describe como una persona luchadora, de mente abierta y, sobre todo, como un hombre con mucho humor. Tras 42 años faenando en el mar, da la bienvenida al 2018 como una estrella de la gran pantalla. Y no por desempeñar un gran papel en una película hollywoodiense, sino porque junto a otros dieciocho protagonistas más, narra su historia íntima y personal sobre sus años ejerciendo como bacaladero de Terranova en el documental 'Arte al agua'. Esta proyección en ocho semanas ya ha superado los 4.000 espectadores, convirtiéndose en un fenómeno que ha atraído a los Cines Príncipe incluso a ciudadanos de Bermeo y Ondarroa vinculados al mar.

-Una pregunta obligatoria, ¿le ha gustado el documental?

-Me ha encantado. El director, el holandés Oliver van der Zee, es una gran persona. Ha sido un placer compartirle mis recuerdos y las grabaciones que hice en 'Súper 8'. Hace unos cuantos años tres catalanes también se interesaron por esas imágenes, incluso vinieron a casa para llevarse unas cuantas de gran valor. Pero una vez que salieron por la puerta, no los volví a ver. Ni a ellos, ni a las imágenes... una pena. Retomando la pregunta, me ha gustado mucho, mucho, mucho la proyección, y por lo que tengo entendido está siendo un éxito de taquilla.

-Todas las historias que narran usted y sus compañeros son muy duras...

-Si te digo la verdad, lo que se ve en pantalla es una mera pincelada de la realidad. Coser y cantar en comparación con lo que nosotros tuvimos que vivir. Es muy difícil mostrar lo que vivimos y, si te soy sincero, no merece la pena. Yo soy de las personas que dicen 'lo malo guardar y lo bueno contar', eso es más cierto que Dios.

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-En la proyección se ve que las condiciones de trabajo eran malas...

-Pésimas. Después de dos días trabajando sin descanso, llenos de sangre, no teníamos agua para limpiarnos todos. El médico del barco, muchas veces era yo. Menos mal que gracias al doctor José Luis Alarcos en los años cincuenta obligaron a todos los barcos, de pesca y mercantes, a llevar un botiquín de emergencia. Cuando necesitábamos usarlo un experto nos explicaba qué teníamos que hacer y nosotros, siguiendo sus indicaciones, hacíamos lo que podíamos en plena mar. La comida era una porquería, no teníamos frigorífico y las reservas después de unas semanas daban asco. Lo único que me ha mareado en un barco ha sido el olor a pan pasado... menos mal que para los 60 ya hacíamos nuestro pan. Y bueno, las horas de comer y dormir no se respetaban. Amanecías con un 'santo y buenos días y arte al agua', frase que por cierto hoy en día aún se utiliza, y nos poníamos directamente a trabajar. La pesca es así, cuando hay peces no se puede esperar. No había excusa que valiera para no trabajar: podías estar enfermo o con un brazo herido, que te levantabas y trabajabas como el resto de los compañeros. En mi opinión, trabajar en un barco de pesca es el oficio donde menos vagos hay. Tus compañeros no te permitirán nunca holgazanear mientras haya pesca. Eso sí, cuando encontrábamos una ocasión para echarnos una cabezadita, descansábamos estupendamente. Creo que era por estar ocho personas como sardinas en lata en un camarote, sudados, sucios... ¡le sumabas al hedor que se respiraba el cansancio del cuerpo y uno se quedaba seco!

«La comida era una porquería, no teníamos frigorífico y las reservas después de unas semanas daban asco»

-¿Cómo le resultaba la convivencia con sus compañeros cuando estaban en el mar?

-Nunca he tenido problemas con mis compañeros. Siempre he intentado cuidarles, y ellos también me cuidaban bien a mí, éramos como hermanos. Confiaba tanto en ellos que yo, sin saber nadar, me he tirado en dos ocasiones al mar para salvar a amigos. Estaba seguro de que si fallaba el rescate, alguien se tiraría al agua a por nosotros. Pero es cierto que había patrones y capitanes que se portaban muy mal con la tripulación. Muchos no tenían piedad, pero ese no era mi caso. Fíjate cómo eran algunos que recuerdo unos cuantos barcos con una cárcel en el rancho de proa y los que tenían el mando no dudaban en utilizarla. Muchas armadoras también se portaban muy mal con los pescadores, y yo siempre que he podido los he defendido ante los superiores. En una ocasión, antes de zarpar hacia Terranova a por bacalao, como patrón decidí contar las anchoas que llevábamos en el barco para comer durante el viaje. Yo soy casero, pero también espabilado, y no había que ser muy listo para saber que ahí no había suficiente comida. Con las sumas y divisiones hechas vi que con las reservas que llevábamos nos daba a una anchoa y media por cabeza al día, algo inhumano. Así que le dije al capitán que no íbamos a zarpar aún y fui directamente a hablar con el viejo Serra, con la armadora que trabajaba por aquel entonces. Después de hablar con él conseguí duplicar la ración de anchoas para el viaje. Hoy en día aún sigo peleando por los derechos de los trabajadores a través de la Asociación Española de Titulados Náutico-Pesqueros, donde luchamos por dignificar una profesión antigua y modernizar el sector marítimo-pesquero en su conjunto.

Instantáneas tomadas por el patrón en sus viajes a Terranova.
Imagen principal -  Instantáneas tomadas por el patrón en sus viajes a Terranova.
Imagen secundaria 1 -  Instantáneas tomadas por el patrón en sus viajes a Terranova.
Imagen secundaria 2 -  Instantáneas tomadas por el patrón en sus viajes a Terranova.

-Y siendo tan cruda la realidad, ¿cómo decide uno ser parte de esa aventura?

-Nadie buscaba aventura, todos íbamos por una cosa: dinero. Aunque somos pocos los que nos acordamos, hace cincuenta años había mucha pobreza, no teníamos qué llevarnos a la boca. Todos empezábamos a trabajar a una edad temprana. Es lo que había. En mi caso tuve que comenzar a trabajar a los 14 años. Mi padre murió a los 39 y yo era el mayor de siete hermanos, debía ayudar a mi madre y mantener a la familia. Primero empecé a trabajar en la radio, pero lo que ganaba no daba para alimentar a tantos estómagos, así que empecé a trabajar como pescador con un tío mío en la merluza. No cobraba ni un duro, pero había que salir. A los 16 partí con la armadora Laboa, del padre de Mikel Laboa, a Terranova. Por cierto, el barco que sale en el documental es suyo, una de las mejores casas que ha habido en Pasaia. Una pena que ningún hijo quisiera seguir con el negocio. A los 21 la casa Laboa quiso que me quedase en tierra para sacarme el título de patrón, convirtiéndome en uno de los más jóvenes que marchaba a Terranova con ese cargo.

«La pesca es el oficio donde menos vagos hay. Tus compañeros no te permiten holgazanear. Hay que faenar aunque estés enfermo o tengas un brazo roto»

«El compañerismo en un barco era excepcional. Sin saber nadar, me he tirado al mar para salvar a amigos, seguro de que si fallaba el rescate, algún otro se tiraría a por nosotros»

-Ascendió mucho en poco tiempo...

-Siempre he sido muy trabajador. Cuando iba al colegio era de los que se quedaban a la noche leyendo libros para aprender más. Además, siempre he tenido predisposición para trabajar de manera profesional. Se podría decir que he sido como Messi, pues he tenido muchas y cuantiosas ofertas durante mi carrera profesional. Los que íbamos a Terranova teníamos buenos sueldos. Pescábamos mucho y ganábamos más, y por supuesto había que aprovecharlo. Celebrábamos fiestas espectaculares. No solo cuando llegábamos a nuestro destino, también cuando estábamos en plena mar. Si tocaba un día especial, por ejemplo un cumpleaños, yo como patrón permitía un poco de parranda, a veces incluso nos íbamos al puerto más cercano para celebrar, una de las razones por las que me querían tanto los trabajadores. Cuando me enteré de que nació mi hija, estuvimos tres días de celebración. Con el dinero del bacalao, además, yo compraba todo lo caro y moderno. Así compré una Súper 8. Diría que fui uno de los primeros en meter una de esas cámaras a bordo, y como patrón no me molestaba al trabajar. Empecé a grabar dentro del barco.

-A Terranova, además de guipuzcoanos, iban muchos gallegos como se puede ver en el documental...

-Más de la mitad que venía en las parejas de barcos eran gallegos, como ellos matizaban, gallegos de Trintxerpe... y la verdad es que nos llevábamos muy bien. Les recuerdo siempre preocupados por tener un traje nuevo, con un periódico bajo el brazo y un reloj brillante luciendo en la muñeca. Tenía gracia, porque con que se mojara solo un poco con la lluvia el traje se estropeaba, el periódico no lo podían disfrutar porque no sabían leer, y el reloj no importaba que funcionase o no. Como ellos decían, solo querían un ‘reloxo que brilla moito’. Y eso sí, siempre queriendo comer una patata cocida, tenían un aprecio a ese ‘manjar’ que yo no entenderé nunca.

«Nadie se embarcaba en busca de aventura... solo por dinero. Pescábamos mucho y ganábamos más. Yo compraba todo lo caro y moderno»

-Pero esa época pronto llegó a su fin...

-Llegaron máquinas que nos facilitaban mucho el trabajo. Nuestra labor era cada vez más amena, pero los canadienses se pusieron duros y no pudimos volver a por bacalao. Los canadienses son muy rectos, nada que ver con los españoles, y las multas si pescabas en zona prohibida eran muy cuantiosas; nadie quería arriesgarse. De esta manera el negocio fue decayendo. Es verdad que se gestionó muy mal la pesca del bacalao en la zona, pero yo soy de los que opina que esas nuevas normas fueron implantadas por intereses económicos, ya que era una zona donde había petróleo.

Vídeo. Trailer del documental 'Arte al Agua'. SINCRO

-Sin el bacalao de Terranova, ¿cómo se reconvirtieron?

-Cuando la industria del bacalao se hundió en los setenta, en Pasaia las armadoras empezaron a vender sus barcos. Así, de la noche a la mañana, todos los que trabajábamos en Terranova nos vimos en la calle, y por aquel entonces eso del paro no existía. Las armadoras se portaron muy mal con nosotros, hicieron mucho daño. Yo supe sacarme las castañas del fuego y conseguí otros trabajos. Siempre he sido muy abierto de mente y, además, siempre me he sentido muy apoyado por las casas armadoras. Fui el primero en ir a Groenlandia en pareja a por bacalao y el segundo a Noruega. Hasta me ha llamado el Gobierno Vasco para impartir clases de pesca en países africanos.

«Cuando la industria del bacalao se hundió en Pasaia, las empresas armadoras se portaron muy mal con nosotros. Yo pude reengancharme e ir a Groenlandia y Noruega»

-Antes de la drástica decisión tomada por el Gobierno de Canadá, los bacaladeros sí debíais cumplir ciertos requisitos, ¿verdad?

-Sí, a bordo contábamos con un inspector o aprendiz, y se suponía que este debía controlar nuestra pesca. Pero no hacía nada. Con tal de tener lleno el estómago, suficiente. Se suponía que debíamos cumplir unas cuotas, pero falseábamos todo: si teníamos con nosotros 100 toneladas, nosotros apuntábamos que llevábamos 300-500 y, aunque se suponía que era obligatorio nunca apuntábamos el bacalao que una vez pescado desperdiciábamos echándolo otra vez al mar... no había ningún control real. Ahora la situación es completamente distinta. Hoy en día es como en el tango, se baila en el cuadrado, solo te puedes mover en un zona, y las inspecciones son muy rigurosas.

-¿Cuáles han sido los peores momentos?

-Mentiría si dijese que no tengo malos recuerdos. He vivido momentos duros en el mar que no volvería a pasar. Para mí el peor momento era cuando tenías que comunicarle a un compañero que algún ser querido había muerto en tierra. Eso era muy duro. Y también que muriera alguien faenando. Mi tripulación y yo fuimos los primeros en mandar un cuerpo a casa. En ese momento era patrón de tres parejas de bacaladeros y un compañero murió. Ordené a los seis barcos que estaban a mi cargo ir a tierra y entre todos pagamos los costes del ataúd y traslado del cuerpo. No, no era un trabajo fácil, pero también he vivido momentos que no cambiaría. Tengo claro que si volviera a nacer repetiría mi experiencia en el mar y en Terranova sin duda alguna.

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