El Aquarium donostiarra pone rumbo a su centenario con un libro que repasa su historia
Se cumplen cien años de la colocación dela primera piedra del edificio que se inauguró tres años después y hoy en día es el museo más visitado de Gipuzkoa
El centenario de la colocación de la primera piedra del edificio del Aquarium sirvió de excusa ayer para recordar la labor que llevaron a cabo ... hace más de cien años los miembros de la Fundación Oceanográfica de Gipuzkoa para impulsar su construcción, así como la importante aportación que siguen realizando los patronos de la fundación. Si el 22 de septiembre de 1925 se celebraba el acto solemne de la colocación de la primera piedra, cien años después, el auditorio del Aquarium acogió ayer por la tarde la presentación del libro 'Aquarium. En el corazón del mar' -escrito por Álvaro Bermejo y con fotografías y diseño de Joseba Urretavizcaya- y el homenaje a Ángel Iglesias y Mari Carmen Garmendia, que fueron nombrados patronos eméritos de la entidad. Durante el homenaje, el presidente del Aquarium, José Ignacio Espel, puso en valor «su labor callada y desconocida» a favor de la Fundación Oceanográfica de Gipuzkoa.
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La conmemoración del centenario de la primera piedra comenzó por la mañana, con un aurresku y la presentación del libro ante los medios de comunicación. La publicación, financiada por Laboral Kutxa e incluida en la colección que dedica la entidad financiera al patrimonio vasco, repasa la historia de la Sociedad Oceanográfica de Gipuzkoa -creada en 1908-, y del museo que impulsaron sus fundadores, que abriría las puertas en 1928, a través de las fotografías de Joseba Urretavizcaya y de los «ocurrentes textos» de Álvaro Bermejo, explicó Espel. El resultado de esta colaboración ha sido «un libro lleno de anécdotas, curiosidades y mucha historia narrados con verdadero cariño por Álvaro», señaló. En su repaso histórico, el libro incluye imágenes cedidas por el Aquarium, Kutxaketa y Rafael Aguirre Franco, así como fotografías (todas en blanco y negro) captadas por Urretavizcaya en las que se muestran distintas dependencias del edificio, así como la labor que realizan los trabajadores del Aquarium.
Tal y como explicó Bermejo durante la presentación del libro, se trata de un trabajo «emocional», en el que ha querido plasmar los recuerdos personales que le unen al Aquarium - «quien no recuerda la primera vez que vio el esqueleto de la ballena», se preguntó-, pero también al mar, tan presente en la ciudad, y a la que muchos siguen dando la espalda. También pone en valor la iniciativa y el empeño de aquellos donostiarras que primero crearon la Sociedad Oceanográfica de Guipuzcoa, y después consiguieron construir un museo donde poder seguir con la investigación científica, «en una época en la que en la ciudad no había universidades, pero sí tres casinos y dos casas de baño», recordó. «En esa Donostia de la Belle Epoque ellos se adelantaron al debate medioambiental».
Inicios complicados
Bermejo rememoró la creación en 1908 de la Sociedad Oceanográfica de Gipuzkoa y su «ambición de modernidad», ya que surgió con el objetivo de contribuir al desarrollo y adelantamiento de la ciencia oceanográfica, para «acercar el mar a la ciudad, dignificar nuestra extraordinaria historia marítima, pero antes que nada, estudiarlo científicamente, desde sus mareas a sus profundidades, desde su biología a su meteorología, pero con la intención de revertir toda esa ciencia en los social, para ayudar a los arrantzales».
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Desde la fundación de la Sociedad Oceanográfica en 1908 hasta la colocación de la primera piedra del museo en 1925 pasaron 17 años, en los que sus socios intentaron poner en marcha el proyecto. Durante esos años, la sociedad empezó a llevar a cabo distintas actividades. Así, en 1913 organizaron la primera exposición en el actual edificio del Koldo Mitxelena, y viendo la buena acogida que tuvo, «empezaron a pensar en la necesidad de contar con una sede permanente», detalló Alex Larrodé, coordinador del área museística del recinto oceanográfico. Ese primer centro se inauguró en 1916, en uno de los locales aledaños de lo que fue el cine Miramar (en la esquina de la calle Aldamar con el Paseo Salamanca). Pero al margen de este museo, la sociedad también contaba con otras sedes que albergaban distintas secciones, como la Escuela de Pescadores, en la Iglesia de San Pedro. Pronto se vio la necesidad de buscar otra ubicación que pudiera acoger todas las actividades, y se presentaron varios proyectos que planteaban la construcción de edificios neoclásicos al final del Paseo Nuevo, que por aquella época se estaba construyendo. Todos fueron rechazados, por lo que se optó por buscar otra ubicación, esta al final del puerto. En esta ocasión, el diseño que se planteó fue el de «un palacio con sus torres y almenas», recordó Larrodé. «Se consiguió la licencia, pero con la condición de que no se podía pasar del rasante del Paseo Nuevo que acababa de inaugurarse. Por eso tuvieron que quitar todas las torres y construir una terraza a la altura del paseo».
El arquitecto de la obra y autor del proyecto fue Juan Carlos Guerra. La primera piedra del edificio se colocó el 22 de septiembre de 1925, en un acto solemne, pero las obras no comenzaron hasta cinco meses después. El presupuesto inicial era de 172.192,20 pesetas, aunque el coste final supuso 300.000 pesetas más.
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