El bebé Kfir Bibas cumplió el mes pasado un año de vida en alguna mazmorra de Gaza. Fue secuestrado por Hamas cuando sólo tenía diez ... meses de edad y aún continúa en manos de los captores, lo que le convierte en el rehén más pequeño del mundo desde por lo menos los tiempos en los que el general Videla 'chupaba' embarazadas en la ESMA. Otras 130 personas, la inmensa mayoría civiles, algunas octogenarias, siguen retenidas por los islamistas.
Publicidad
En un texto en el que los firmantes aseguran que se niegan «a mirar a otro lado y a ser insensibles» porque «no llamar a las cosas por su verdadero nombre nos convierte en cómplices», nadie encontrará ni la más leve mención a los rehenes, no digamos a alguna petición para su liberación, en el manifiesto bajo el que se convoca a la manifestación del próximo día 17 en Donostia bajo el lema STOP Genocidio. No hubiera sobrado: en hábitat cultural como el vasco, que ha hilado tan fino a la hora de contextualizar violencias y explicar que comprenderlas no significa justificarlas, se pueden denunciar las políticas bélicas de Netanyahu sin obviar los crímenes de Hamas, ni recurrir al término 'genocidio'.
El periodista Jean Hatzfeld ya advertía hace dos décadas de que esta palabra «tiene cada vez menos sentido» y diagnosticaba que «confundir estos crímenes atroces –«carnicerías de civiles o prisioneros, campañas de violaciones y torturas, deportaciones letales, devastación por los cuatro costados»–, con un proyecto explícito y organizado de exterminio es una confusión intelectual y política sintomática de nuestra cultura del sensacionalismo».
Hatzfeld sabía de lo que hablaba. Cubrió las guerras de los Balcanes y el genocidio –éste sí–, de Ruanda. En cinco meses –el mismo plazo de tiempo en el que el ataque israelí que ha convertido Gaza en el infierno en la Tierra ha causado 30.000 muertos–, los hutus asesinaron a 800.000 tutsis. Comparar cifras puede ser obsceno, pero es una de las variables que permite distinguir un 'genocidio' de otra cosa, so pena de vernos obligados a inventar nuevas palabras.
Publicidad
Por lo demás, el escrito de los agentes culturales vascos que califica a Israel de «estado racista y criminal» culpable de «un apartheid sistemático» y a Hamas y la Yihad Islámica como «milicias palestinas» aboga por romper cualquier relación con Israel. A ningún otro país de este mundo en el que existen regímenes como el iraní o saudí –que practican el apartheid con los 'territorios ocupados' que son las mujeres, el 50% de sus poblaciones–, el sirio, el chino o el yemení, imperios como el yanki y aspirantes a serlo como el ruso se dirigirán en esos términos los creadores culturales. A ningún país que haya sufrido el ataque como el del 7 de octubre se le aplicará el calificativo de 'genocida'. No se hizo cuando EE UU invadió Afganistán tras el 11-S. En perfecta simetría, ningún otro pueblo –ni el checheno, ni el tibetano, ni el saharaui, ni los indígenas estadounidenses, latinoamericanos o australianos–, suscitará de las unánimes solidaridades occidentales que despierta el palestino, el único de los enumerados al que la ONU otorgó un estado que optó por rechazar.
En su famosa entrevista de 1996 con la poetisa israelí Helit Yeshurun, el poeta nacional palestino Mahmoud Darwish dijo: «¿Sabes por qué nosotros los palestinos, somos famosos. Porque vosotros sois nuestro enemigo. El interés por el problema palestino viene del interés por el problema judío... Si nuestra guerra fuese con Pakistán nadie hubiera oído hablar de mí». Dicho en otras palabras: «No jews, no news».
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión