Movimiento en el centro de vacunación de Illunbe. Lusa

Decían Alvar, pero él escuchó 'al bar'

La Agenda Portátil ·

El rito de la vacunación de Illunbe resulta emocionante; el batiburrillo legal, enervante. Tengo una mala noticia: decae la alarma, pero no el virus

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Sábado, 8 de mayo 2021, 07:39

En días como hoy solo se puede escribir sobre 'el tema'. Tengo sobre la mesa dos sobres, como en el viejo 'Un, dos, tres' ... (nota para 'millennials': era un concurso de la tele que todos veíamos los viernes, como si fuese un directo de Ibai Llanos). En uno de los sobres se ve la botella medio llena; en el otro, semivacía. Empiezo por el lado positivo: con suerte lleno la página y no queda espacio para la vertiente negativa.

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Allá voy. El otro día me tocó ir de acompañante al vacunódromo de Illunbe (espero asistir en breve como protagonista: los del 63 estamos ya calentando por la banda, según la consejera). La organización era perfecta, y el ambiente, emocionante. Era sábado y cientos de personas entraban y salían en una atmósfera que por un lado parecía de emergencia postbélica, pero por otro cargada de aire solidario, emotivo, de 'todos juntos' luchando por salir de esta pesadilla.

Dejé Illunbe con síndrome de Estocolmo. Si lo miramos con perspectiva resulta impresionante que en tan pocos meses se haya logrado la vacuna, se esté extendiendo por el mundo y haya una organización que acaba desembocando en un pinchazo en tu brazo. Sí, ha habido errores en la gestión, desde los laboratorios que no han cumplido sus compromisos hasta políticos que no han sabido gestionar, y se ha ido lento ante las prisas que todos tenemos por terminar esta pandemia Pero quizás dentro de un tiempo evaluaremos con más generosidad este gigantesco proceso.

Vale: antes de ponerme más ñoño abriré el otro sobre de mi mesa, más crítico. Estamos envueltos en un galimatías político y jurídico en el que aún no sabemos qué se puede hacer y qué no. Resulta sorprendente que lleguemos al fin del estado de alarma en esta guerra de trincheras entre corbatas de distintos colores y togas. Los ciudadanos tenemos ganas de normalidad, pero también sabemos que la situación sanitaria no permite aún la barra libre. Y quienes deciden no saben cómo arreglar el entuerto.

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Yo pensaba que tras las elecciones madrileñas el gobierno central arbitraría fórmulas legales para mantener las restricciones. Pero en Madrid el pueblo no ha votado entre libertad y fascismo, sino en favor de la vida de antes. La gente está cansada y quiere volver al bar.

En círculos universitarios es repetida la anécdota de aquel coloquio entre catedráticos, tan aburrido que hasta se durmió uno de los ponentes en la mesa redonda. De pronto oyó cómo uno de sus colegas se dirigía a otro por su apellido, Alvar, pero él entendió 'al bar'. Así que se despertó de inmediato y se puso a gritar alborozado «eso, eso, al bar, al bar». Es lo que votaron los madrileños y lo que persigue una mayoría de gente que piensa que con el estado de alarma desaparece también el coronavirus.

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Siento darles el desayuno, pero tras este batiburrillo de leyes y decretos sigue estando el virus, con hospitales aún llenos y el bicho flotando en el ambiente.

Sagardui, vacúnanos. ¿Toca ya a los del 63?

En voz baja

Siempre nos quedarán los festivales

La vida se mueve. Esta semana hemos sabido algunos de los nombres que vendrán al Jazzaldia. Aún no pueden detallarse ni escenarios ni aforos, pero sí asoma una programación. También la Quincena Musical ultima detalles, pese a las incertidumbres, y el Zinemaldia tiene cerradas películas y compromisos. El verano pasado, cuando las circunstancias eran todavía más duras, los festivales insuflaron un soplo de vitalidad, cultura de resistencia que nos recordaba las mejores señas de esta esquina del mapa. Ojalá este año sea más fácil, con todas las medidas de seguridad y precauciones, pero con el color de la vida.

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Woody y Donostia, otra vez

Donostia Turismo ha ideado una ruta «woodista» por los lugares donde transcurre 'Rifkin's Festival', la película que Woody Allen rodó en San Sebastián. Bienvenida sea: hay que aprovechar el tirón. Pero esta semana he aprovechado la llegada del filme a Movistar para volverlo a ver. Desprovisto de la emoción con que lo recibimos en el Festival el filme no aguanta bien un segundo visionado. Digamos diplomáticamente que no es de sus mejores películas: plana, con unos actores poco creíbles (ni Wallace Shawn, ni Elena Anaya, Sergi López o el horror), postalera... Da igual. Nos sirvió de vacuna en meses difíciles.

mezquiaga@diariovasco.com

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