«Indurain empezó a ganar tras comer macarrones de Azkoitia»

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erán muy pocos en Azkoitia los que no conozcan o no hayan oído hablar de los Pío, apodo con el que se conoce a una familia muy arraigada en la localidad. Desde los mayores hasta los más jóvenes, son mayoría los que han tenido relación con alguno de ellos por diferentes motivos, ya que son «salseros» por naturaleza y se implican en numerosas actividades locales. Es el caso de Antonio Sudupe –al que todos conocen, cómo no, como 'Pío'–, que ha estado durante muchos años en la Peña Ciclista Elorza, junto a uno de sus hermanos. Ahora es su sobrino Jokin el que continúa al frente del club.

El ciclismo ha sido y es la pasión de Antonio. Su afición le ha permitido recorrer en moto todo el Estado dentro de la organización de la Vuelta a España. «He estado en diez ediciones de la Vuelta y 16 de la Itzulia», subraya. Como buen azkoitiarra acostumbra a llevar 'macarrones' –el dulce típico de la localidad– allá donde va.

De hecho, asegura entre risas que tras dar de probar este dulce a Miguel Indurain en la temporada 88-89, «comenzó a ganar Tours». Años más tarde, cuando al campeón navarro le hicieron un homenaje en Donostia «volví a llevarle macarrones», recuerda.

En 1997, tras su retirada del ciclismo profesional, Indurain regaló a su gran admirador un maillot del Banesto «que tengo enmarcado como una joya». No es el único recuerdo que guarda con orgullo. Sudupe ha recopilado decenas de camisetas de equipos ciclistas «tantos como para poner una exposición».

Inquieto y dicharachero, se muestra orgulloso de sus andaduras «cuando aún no sabía ni hablar en castellano». A día de hoy, sigue conociendo también muchos lugares a través de la gimnasia rítmica, «siguiendo a mis dos hijas» y viaja mucho a Benidorm, donde tiene familia, pero Azkoitia es su txoko preferido. No hay más que verle pasear por sus calles, siempre con la mano en alto saludando a los vecinos. «Desde muy jovencito, he trabajado en diferentes bares de la localidad por lo que conozco a mucha gente».

Siempre ha tenido Azkoitia a sus pies. Su padre falleció joven y la ama, con sus cuatro hijos se trasladó a vivir a San Martín. Allí, junto al querido reloj vivió durante bastantes años, hasta que se casó, «salía a la ventana y siempre tenía la vista de Azkoitia ante mí. No saldría de aquí». Uno de sus hermanos reside hoy en día junto a su familia en la conocida colina, en la vivienda de la ermita que puntualmente marca las horas a los azkoitiarras.

Hace una docena de años dio rienda suelta a otra de sus pasiones: los vehículos clásicos. Se agenció un R8, «realicé bodas y videoclips» hasta que consiguió más tarde un descapotable y aprovechó para hacer sonreír a los mayores de la residencia -sacándoles de paseo- o a los más pequeños, llevando a Mari Domingi por las calles en Navidad. En definitiva, un azkoitiarra de pura cepa que no dejará de viajar a Benidorm. Por supuesto, con billete de vuelta.

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