DV recorre los últimos kilómetros de la Clásica

Murgil impone respeto, pero nada puede con la valentía de la juventud. Con su alegría. Un grupo de corredoras de categorías cadete y júnior del Andoaingo y del Zu-K-Limousin acepta la invitación de este periódico para recorrer los últimos kilómetros de la Clásica de San Sebastián, que este sábado cumplirá su edición número 41. Por parte del Zu-K-Limousin pedalean María Navarro, Irene Dravasa, Aiala Serrano y Amaia Astarloa. Del Andoaingo, Izaro Zuriarrain, Irati Aranguren e Ixiar Alkain. Son las sonrisas del ciclismo del futuro, una bendición para este deporte.

Las rampas del 19% del muro de Igeldo no intimidan a unas mujeres que son ciclistas de una forma natural, como sus compañeros de la misma edad, sin dar explicaciones a nadie, por mucho que aún quede un largo camino hasta la igualdad.

La primera rampa llega nada más girar a la derecha a la altura del camping. No hay carteles al borde de la carretera (casi camino ya a estas alturas), pero el libro de ruta no engaña: 14%. Se suceden los gestos y las expresiones de asombro. Para la mayoría, es la primera vez que afrontan la subida, que, como es natural, no se incluye en las pruebas del calendario vasco. Solo se sube en el World Tour. María Navarro, que sí ha venido alguna vez a conocerla, 'tranquiliza' al grupo: «Esto no es nada, lo bueno llega al final».

El grupo afronta la subida con la naturalidad que solo tienen los ciclistas, y que los cicloturistas persiguen durante toda una vida sin lograrla por muchos miles de kilómetros que hagan. Fluye la ascensión y no se interrumpe la charla. Las corredoras van comentando sus sensaciones mientras pedalean, como si no costase dejar atrás esta rampa.

«No les envidio a los corredores, es una subida muy dura», creen las ciclistas del Andoaingo y el Oriako, que coinciden en que Murgil puede marcar la Clásica. «Es un puerto 'hors categorie'», añaden, con el ruido de fondo del Tour femenino que se está disputando estos días y que está asombrando a tantos aficionados por el nivel de la carrera. Muchas de las figuras que estos días están dando en Francia un impulso histórico al ciclismo femenino pasaron en primavera por estas rampas, y tuvieron que doblar la rodilla ante el poderío de Demi Vollering (SD Worx), sexta en la general del Tour a 1:01 de Marianne Vos (Jumbo).

Murgil suaviza un poco después del primer repecho, pero enseguida hay que afrontar el tramo más duro, medio kilómetros al 14,7% con una rampa del 19%. No hay crujir de manillares ni cadenas que saltan a la tremenda hasta la última corona. No hay que ser una autoridad en ciclismo para reparar en que hay calidad en el grupo. Se estira, como es lógico, porque hay ciclistas de diferentes características y edades, pero la llegada a la famosa curva de herradura es rápida y ágil.

Las clásicas frases de grupeta, «¿cuánto falta?», dando a entender sufrimiento cuando en realidad se está pasando el puerto con facilidad, una subida que suena a grandes nombres como Annemiek van Vleuten, Remco Evenepoel, Demi Vollering o Alejandro Valverde. «Ya hemos venido a ver la Clásica en otras ocasiones y tampoco faltaremos esta vez».

Este grupo, como todos los demás que conforman el ciclismo de base vasco, son los que dan sentido a la existencia de la Clásica, de las dos Vueltas al País Vasco y a la salida del Tour del año que viene. Un modelo donde la pirámide, el profesionalismo, el deporte espectáculo, se justifica como punto culminante de un itinerario sólido y sin interrupciones desde abajo.

En 2023 sale el Tour de un país que ha perdido carreras de gran tradición. Hubo quejas hace poco por los cortes de tráfico de la centenaria Clásica San Pedro, en Irun. La ciudad acogerá la Vuelta a España en unas semanas, con afecciones mucho mayores. Los grandes eventos carecen de sentido si no cohesionan todo lo que viene por detrás. Y lo que viene es bueno, libre y optimista. Esas sonrisas anuncian un futuro mejor.

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