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Imagen de ocho de las nueve monjas que residen en el Convento de las Brígidas: cuatro de México y otras tantas de Kenia. fotos juanfer Juanfer
Convento en Lasarte - Oria

La devoción ya no se cultiva en casa

El convento de clausura de las Brígidas situado en el centro de Lasarte-Oria cumple 350 años con nueve monjas llegadas desde diferentes puntos del mundo, pero ninguna vasca

Juan F. Manjarrés

Lasarte - Oria

Domingo, 3 de agosto 2025

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Más que hablar de monjas de clausura nos gusta hacerlo de religiosas de vida contemplativa. La vida en los conventos ha cambiado bastante en los últimos años y lo cierto es que ese tipo de medidas de clausura ya no se lleva de una manera tan estricta». Son palabras de sor Graciela, una de las monjas veteranas que reciben a El Diario Vasco en su visita al interior del convento ubicado en el centro de Lasarte-Oria. El convento cumple su 350 aniversario y nos adentramos en el interior de sus muros para conocer un poco más sobre su manera de vivir. La clausura o, como dicen ellas, la vida contemplativa, siempre genera una gran atracción hacia un tipo de vida cercano en cuanto a la distancia, pero muy alejado y desconocido en lo que respecta a la manera de llevar el día a día.

Si algo llama la atención nada más pasar la puerta del Convento de las Brígidas no es la edad de sus inquilinas, oscilan entre los 34 de las más jóvenes y los 77 de la mayor, sino la procedencia de las mismas. Cinco han llegado desde México y cuatro de Kenia. Ninguna es ya autóctona, «la última falleció hace un año». La pregunta es obligada, ¿a qué se debe ese dato? «Parece que la fe aquí ha descendido mucho, además de que también es cierto que ha bajado en gran medida la natalidad y puede influir», apunta la propia sor Graciela.

Sor Graciela coge su coche y se desplaza a los supermercados para realizar las compras, vestida en todo momento con sus hábitos religiosos

Junto a sor María Luisa y sor Estela charlan con El Diario Vasco sobre lo que ha cambiado la vida en clausura. «Cuando llegamos nosotras era todo mucho más estricto, había una reja y no se salía en ningún momento del convento. Incluso la comunicación que se podía tener con la familia era también más complicada. Ahora ha cambiado bastante y sí se sale del recinto para aspectos puntuales», reconoce sor María Luisa. Basta con echar la vista tres décadas atrás, cuando las dos más veteranas llegaron desde su México natal. La diferencia era evidente, incluso si se observan los datos cuantitativos. «Entonces estábamos viviendo 15 monjas en el convento y ahora somos 9», pero la distancia es mayor si se tiene en cuenta lo cualitativo. La gran mayoría de las monjas entonces eran de Euskadi, algo que no tiene nada que ver con la realidad actual.

Pero si algo interesa es conocer qué hacen dentro del edificio religioso, a qué dedican su tiempo. «Nos levantamos a las 6.30 de la mañana y dedicamos el primer momento a la oración. Luego nos juntamos todas a desayunar en silencio, para pasar después cada una de nosotras a los trabajos que nos corresponden». Labores de limpieza, preparación de comida y mantenimiento del convento, pero también lo que menos gusta a la mayoría de ellas: trabajar en la huerta que se encuentra en la zona exterior del convento. Tras la misa de la mañana llega el momento de disfrutar de la comida, «menos silenciosa que el desayuno» reconocen las tres entre risas.

Trabajo con los productos del campo por parte de las religiosas.

Sor Graciela tiene un desparpajo especial y nadie se debe extrañar al verla haciendo la compra en los supermercados, «voy al que está aquí cerca (en referencia al situado en Belartza) pero también al de Hernani en Galarreta». A sus más de 60 años es la única que tiene carnet de conducir entre las religiosas, «me lo saqué a los 42», lo que le permite realizar labores de compras y encargos en el exterior. «Voy vestida, evidentemente, con los hábitos religiosos». Como ella reconoce, un signo más de modernidad en relación con lo que se daba años atrás dentro del convento.

Dos smartphons les permiten tener información del exterior, incluso comunicarse por WhatsApp

La forma de comunicarse con el exterior también ha cambiado de forma radical. «Antes prácticamente no te enterabas de lo que sucedía, ahora contamos con dos móviles en la comunidad, lo que nos permite conocer qué es lo que pasa en el exterior, recibir las principales noticias de lo que está sucediendo en el mundo», pero siempre con un uso que denominan como «puntual». Una tecnología que marca también la relación con sus respectivas familias. Hace años muchas no sabían prácticamente nada de sus allegados durante largos periodos de tiempo. Ahora utilizan hasta WhatsApp para saber de sus familiares y cada 3 ó 4 años se desplazan a sus países de origen para poder estar con ellos.

Menor rigidez

No tienen ningún problema a la hora de salir a la zona ajardinada del convento, área al que tiene acceso desde el exterior la ciudadanía, algo que hace años era también impensable. «Teníamos claro que había que quitar una cierta rigidez a ese tipo de normas o de costumbres, en cierta medida nos hemos modernizado un poco», no dudan en afirmar.

Vivir dentro de los muros de un convento, de una manera más austera que la población en general, no significa que no tengan una buena relación con la comunidad en la que residen. Es habitual ver a vecinos de Lasarte-Oria que se acercan a sus puertas para realizar cualquier tipo de consulta, incluso colaboran con el Banco de Alimentos para dar a las personas más necesitadas aquella comida que ellas no van a consumir. El Convento de las Brígidas es especialmente querido entre los lasarteoriatarras, en su iglesia se celebran algunos actos culturales en los que se puede llegar a ver a las propias monjas. El último, el pasado domingo ante la celebración de una misa rociera organizada con motivo de la celebración del 350 aniversario del convento, que se cumplió el día 21 de julio.

Uno de los caballos de batalla es la forma de financiar el gasto que supone el día a día dentro del convento, «aunque bien es cierto que gastamos muy poco» pero algo siempre es necesario. «Años atrás realizábamos trabajos de tapicería para una empresa, pero se terminó y hemos vivido en gran medida de las pensiones de las monjas de más edad. También de los ahorros que se tienen por la venta en el pasado de terrenos del propio convento». Pero como reconocen, «ir sacando y no conseguir recursos nuevos lo complica todo».

No hay más que intentar organizar una fotografía conjunta con la presencia de buena parte de las religiosas para ver el buen ambiente que reina entre ellas. Risas y comentarios en la zona de la huerta independientemente de la edad y procedencia de cada religiosa es una clara muestra de ello. «Luego me la envías por WhatsApp, por favor», esa frase que no falte, tampoco dentro del convento. La que la pronuncia es sor María Luisa. Perdón, se me había olvidado, ahora mismo se la envío...

Sor María Luisa Monja

«No me dio tiempo a pensarlo dos veces»

Sor María Luisa tiene 61 años y comenzó su andadura como religiosa en el monasterio de Puebla, en México, con 15 años. «Veía una monja y me llamaba la atención, incluso el saber cómo vivían». Reconoce que le costó mucho tomar la decisión de entrar en un convento de clausura, «nunca había salido de mi casa y esto era desprenderme de mi familia, pero lo tenía muy claro». Estando en Puebla la madre abadesa del convento de Lasarte-Oria escribía allí narrando la complicada situación que estaban teniendo ante la falta de vocaciones. «Veían la situación muy negra, sin futuro para el convento, y nos invitaban a venir. Yo levanté la mano para ofrecerme voluntaria y no me dio tiempo para pensármelo, en México enseguida me dijeron que adelante. Cuando te ves con el pasaporte en la mano para viajar, piensas: Estoy local, qué voy a hacer».

Sor Estela Monja

«Los cercanos me decían que no viniera»

Los 34 años de Sor Estela marcan el límite de edad más bajo entre las monjas del Convento de las Brígidas en Lasarte-Oria. Mexicana, «desde chiquita sentía inquietud por este tipo de vida. Por medio de una amiga contacté con ellas. Lo que me detenía a la hora de venir aquí era la distancia con respecto a mi lugar de origen». Destaca que lo que más le gusta de la vida contemplativa del convento es precisamente «la oración, rezar, estar en silencio... siempre me ha llamado la atención». Sabe que es joven y se puede imaginar cómo sería su vida si hubiese tomado otro camino, «lo llego a pensar, pero siempre he tenido muy claro lo que quería. Es un cambio muy grande y lo tienes que hacer convencida». Eso sí, tiene claro que lo más duro es estar alejada de su familia y amigos, «todos me decían que no viniera, a veces me lo siguen diciendo».

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