Eibar
«Las ruinas industriales tienen gran identidad»Patrimonio. Arquitectos de todo el mundo han conocido las ruinas industriales en una visita guiada de la mano de Urtzi Llano, enmarcada en el máster europeo Arurcohe, que han redescubierto estas 'joyas' del pasado
Eibar ha vuelto a mirarse al espejo de su pasado industrial. Y esta vez, el reflejo ha llegado desde fuera: veinticinco jóvenes arquitectos de todo el mundo han recorrido la ciudad para conocer de cerca sus antiguas fábricas, talleres y cubiertas de agua, en el marco de un programa internacional de difusión del patrimonio industrial aún en pie.
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La visita, guiada por el arquitecto Urtzi Llano, ha formado parte del máster conjunto Erasmus Mundus Patrimonio Arquitectónico y Urbano Contemporáneo Arurcohe, un programa europeo que forma especialistas en la reutilización y salvaguardia del patrimonio del siglo XX. Durante un día, nuestra ciudad se convirtió en aula abierta para mostrar a este grupo de jóvenes titulados cómo una ciudad entera se construyó, y se puede volver a reconstruir a partir de su industria.
En este sentido, Llano lo resumía con contundencia: «Estos inmuebles contienen una identidad única. No podemos situar espacios similares fuera de Eibar o de Euskal Herria». La comitiva visitó edificios como el taller de escopetas de Zamakola, que permanece prácticamente intacto; la antigua empresa Alzuca, en Otaola; la fábrica Aurrera y otras naves de las zonas de Txonta y Matxaria, dos de los barrios donde mejor se conserva la huella de la industrialización eibarresa.
Lo que más llamó la atención a los arquitectos extranjeros era la tipología que han desarrollado estos edificios para hacer frente a las pendientes extremas de la ciudad. Volúmenes apilados sobre la ladera, fachadas industriales colgadas literalmente de la montaña, y un recurso constructivo tan singular como las cubiertas planas de agua, pensadas para resolver problemas de estabilidad y acumulación de lluvia causaron sensación a los jóvenes.
Con el paso de las décadas, cuando empezaban a aparecer filtraciones por movimientos estructurales, muchas de esas cubiertas se han transformado en huertas improvisadas, espacios verdes, pequeños criaderos de aves o zonas de descanso. «Es la manera más barata y eficaz de seguir manteniendo el hormigón», explica Llano, que ve en estas soluciones una parte esencial del ADN urbano de Eibar.
Entre las grandes sorpresas de la visita, los jóvenes arquitectos destacaron precisamente el mar de cubiertas planas continuas, enlazadas una detrás de otra sobre los antiguos pabellones. «Semejante conjunto, en una pequeña o gran ciudad, no lo tiene nadie», subrayaba el arquitecto. Esa visión de tejados de agua y terrazas productivas, encadenadas entre Otaola, Txonta, Matxaria y otros ámbitos fabriles, impresionó a los visitantes, acostumbrados a paisajes industriales mucho más fragmentados.
Para Llano, ahí se esconde una de las mayores oportunidades de futuro. «Tenemos una gran posibilidad de reutilizar estos espacios como modelo de recorrido elevado, de parque lineal, un poco al estilo del High Line de Nueva York, pero adaptado a la realidad de Eibar». En vez de una antigua vía férrea, serían las cubiertas de las fábricas las que articularan un nuevo corredor verde, cultural y paisajístico sobre el entramado industrial.
El itinerario incluyó también una parada en un taller activo al final de la calle Iparragirre, donde los propietarios abrieron las puertas al grupo y compartieron su experiencia. Uno de los puntos fuertes de la jornada fue la visita al taller de Zamakola, descrito por el arquitecto como «la semilla del origen de ese Eibar de preguerra», cuando la industria incipiente –especialmente la de armas– empezaba a tomar forma en pequeños talleres familiares. Llano defiende que este espacio debería convertirse en el corazón de un futuro museo vivo. «Habría que poner en funcionamiento aquellas ruedas con electricidad, para que las nuevas generaciones vean qué se hacía allí y cómo».
Eibar ya se ha reinventado al menos dos veces. La primera, con la explosión industrial previa a la Primera Guerra Mundial, que convirtió a la villa en referente internacional en armas, bicicletas, maquinaria y bienes de consumo. La segunda, tras la Guerra Civil, cuando la ciudad resurgió literalmente desde sus ruinas, reconstruyendo barrios, talleres y calles enteras. «Ahora necesitamos el tercer proceso de reinvención», advierte Llano.
Y este debería pasar, a su juicio, por la reutilización inteligente del patrimonio industrial: reconvertir las antiguas fábricas en espacios para la innovación, la investigación, la cultura y la actividad económica de nueva generación. «Si somos capaces de mantener ese carácter, que además es el valor añadido, estos edificios tendrán futuro», decía Llano..
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