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Las diez noticias clave de la jornada
María del Carmen Sarasua siempre ha sido una mujer discreta, constante, fuerte y sabia.

Centenarias de Eibar

«Cien años no son nada si se viven con amor»

María del Carmen Sarasua Muguerza encarna una generación que tras la guerra y el exilio levantaron Eibar con trabajo y alegría

Miércoles, 8 de octubre 2025

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María del Carmen Sarasua Muguerza, hija de José Sarasua y Justa Muguerza. Nacida en Paseo San Andrés. Le gusta decir siempre su nombre completo: María del Carmen. Este mes ha ingresado en el privilegiado club de los centenarios y cCon una sonrisa serena, repite que ha vivido «una vida buena, con muchas etapas, pero siempre con ganas de seguir adelante».

Sus primeros recuerdos son difusos. A los cinco años, la familia se trasladó a Elgeta, buscando un clima más seco para la recuperación de su hermano Teodoro, enfermo de pleuresía. Aquella estancia duró un año, antes de regresar a Eibar, donde se instalaron en la calle Jardines.

Allí comenzó sus estudios en la escuela que ocupaba el solar del actual Instituto. Sus maestras fueron doña Petra, doña Nati y doña María, y entre sus primeras amigas recuerda a Esther, Nati y Angelita. Jugaban en la calle, entre risas, y aún conserva la imagen de una familia alemana vecina, cuya madre cultivaba grosellas y elaboraba yogures —entonces una novedad— que repartía entre las niñas del barrio.

Poco después, la familia se mudó a la calle Paguey, donde las nuevas casas de hormigón ofrecían más seguridad frente a los incendios de los talleres de madera de Jardines.

El duro exilio

La Guerra Civil la sorprendió con diez años. Junto a su familia fue evacuada hacia Bizkaia, pasando por Lekeitio, Mauma, Oromiño y Algorta. Desde el barrio Oromiño fueron testigos a lo lejos del bombardeo de Gernika, un recuerdo imborrable.

De allí siguieron un largo camino: su padre y otros hombres trabajaron en Salesianos de Deusto, mientras las mujeres y los niños continuaban hacia Solares, Hoznayo y Santander. En julio de 1937 embarcaron como refugiados en el carguero inglés Pilton, bajo la amenaza del crucero franquista Almirante Cervera, rumbo a Saint-Nazaire, en la Bretaña francesa.

Pasaron un tiempo en Saint-Brieuc, en duras condiciones, y después fueron destinados a Broons, hasta que en otoño de 1937 el gobierno francés ordenó el retorno a España.

La familia cruzó el país hasta Valencia, donde los eibarreses trabajaban en la fabricación de armas para la República. Vivieron en Buñol, y donde Carmen guarda recuerdos felices: la comida, el clima y la amistad con la gente del pueblo.

Terminada la guerra, regresaron a Eibar, en plena posguerra, con las carencias propias del momento. Carmen retomó sus estudios en la escuela de Jardines hasta empezar a trabajar en la oficina del taller familiar «Esteban Sarasua», dedicado a la fabricación de escopetas y accesorios de caza.

Al mismo tiempo, acudía a las clases de cocina de Joxepa Itxarixa, una afición que mantuvo toda su vida. Los domingos eran días de baile en el Astelena en invierno y en Untzaga durante el verano. También organizaban excursiones a Kalamua, Lindari o Arrate, con tortillas, bizcochos y ensaladas que compartían entre amigas. En verano, los planes cambiaban: playa en Deba o Zumaia.

Durante la semana, el trabajo se combinaba con la costura. En el taller de modista de su amiga Angelita, se reunían varias jóvenes para coser, conversar y, a menudo, merendar juntas. Eran tiempos de esfuerzo, pero también de alegría sencilla.

Matrimonio y vida familiar

En 1960, Carmen se casó con el eibarrés José Pablo Juaristi, en la ermita de Arrate. La despedida de soltera la celebró con sus amigas en el Chalcha, y el banquete se sirvió en el restaurante Chomin, en Eibar. El viaje de novios los llevó por Bilbao, Madrid, Palma de Mallorca y Barcelona.

La pareja se instaló en la calle Paguey, junto a sus padres. Allí nacieron sus hijos: José Pablo y Ana, dos años después. Fueron años felices, con veranos en Estella, Deba y Zumaia, donde Carmen continúa acudiendo cada año. Con el paso del tiempo, la familia se trasladó a la calle Dos de Mayo, más accesible para los abuelos. La vida siguió su curso: crecieron los hijos, llegaron las pérdidas —sus padres, y más tarde su marido, fallecido con 65 años—, pero Carmen mantuvo siempre su fortaleza. Igualmente, trabó amistad y colaboró con Mercedes Kareaga, fundadora Goi Argi, primera sociedad femenina que realizó una gran obra social de educación a las mujeres y a los más necesitados.

Madurez, amistad y viajes

Viuda, continuó con su rutina de amistad y vida activa: las tardes en la costura, la misa de los sábados seguida del vino y el pintxo con las amigas, y los paseos dominicales por Zaldibar, Berriz o Durango, acompañada de sus primos Blanca y Antonio. Encontró también tiempo para viajar a Roma, París o Sevilla, cumpliendo sueños que la niña que un día cruzó Europa como refugiada apenas podía imaginar.

En 2013, la muerte de su hijo José Pablo fue un golpe profundo. Desde entonces, Carmen empezó a pasar más tiempo en Bilbao, junto a su hija Ana, su hijo Eduardo y su nieto Edorta.

Durante la pandemia, superó la enfermedad del Covid-19, y hoy, a sus 100 años, vive en Bilbao con plenas facultades mentales, sentido del humor y una actitud vital admirable.Con una vida marcada por la historia del siglo XX –la guerra, el exilio, la reconstrucción y el progreso–, María Carmen Sarasua Muguerza encarna la memoria de una generación que levantó Eibar con trabajo y alegría. Su historia es también la de muchas mujeres de su tiempo: discretas, constantes, fuertes y sabias.

Al celebrar su centenario, Carmen sigue recordando con nitidez las canciones del Astelena, los paseos por Arrate y los veranos en Zumaia. Sonríe, y resume su filosofía de vida con una frase sencilla, que da título a su historia y que refleja su carácter optimista desde siempre: «Que cien años no es nada... si se viven con amor».

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