Un megalito a cada paso
Aralar sigue dando sorpresas: han aparecido nuevos menhires y crómlechs
FELIX IBARGUTXI
Viernes, 14 de agosto 2015, 16:33
La vaguada de Ondarre, en el Aralar guipuzcoano, sigue dando buenas noticias. Si hace pocos años años se encontraron allí dos restos de industria fabricadas por un neanderthal de entre 40.000 y 100.000 años -una lasca levallois de sílex y un núcleo de arenisca- y varios círculos de piedra -crómlech de hace unos 3.000 años-, en la campaña de este verano se ha comprobado que lo que estaba documentado como piedra cenizal de un sel de la Edad Media es en realidad uno de los testigos de otro antiguo circulo de piedras. El equipo dirigido por el arqueólogo beasaindarra José Antonio Mujika, profesor de Prehistoria la UPV/EHU, ha trabajado este verano reconstruyendo los círculos de piedra (harrespilak, mairubaratzak, en euskera) y la cista encontrados en los últimos años.
Hemos solicitado a Mujika que nos explique el estado actual de Ondarre, una zona particularmente rica en megalitos. Arrancamos, no desde Lizarrusti, sino desde Ataun San Martin, por el paso de Arrateta, con la famosa peña de Jentilbaratza a la izquierda, el lugar en el que Jose Miguel Barandiaran inició sus trabajos arqueológicos.
Subimos en el vehículo todoterreno de la universidad. Tras los últimos caseríos (Amilleta, Aralegi...), pasamos la barrera y a partir de ahí todo es agreste. Al poco de cruzar el arroyo Errekabeltza, paramos. El arqueólogo nos quiere mostrar un menhir tumbado que ha sido excavado este verano. Está situado en el sendero llamado Naparbide. «Lo encontró hace un par de años Lontxo Ugarte, un prospector de Idiazabal con muy buen ojo. Colabora con nosotros desde hace treinta años», dice Mujika. La piedra de dos metros de largo, está tumbada y cubierta provisionalmente por unos plásticos.
El arqueólogo comenta también que el grupo de trabajo de la campaña de este verano se ha alojado en el refugio que en Uidui tiene el grupo montañero Gailurraruntz de Zaldibia, con lo que se han evitado las tediosas idas y venidas hasta 'la calle'. De todas formas, el tiempo no siempre ha ayudado; se han perdido seis días de trabajo por las lluvias.
Luego pasamos por un sitio emblemático de Aralar: el dolmen de Jentillarri. Fue el primer megalito encontrado en esa sierra; a fines del XIX, por el geólogo Adán de Yarza. «Este dolmen tiene galería y tiene cámara, es diferente a los del entorno, los hay similares al norte de los Pirineos, y uno igual en la Venta de Arrako, al norte de Isaba. Se aprecian dos zonas diferenciadas, y en la cámara donde se depositaban los cuerpos hoy en día hay resquicios entre las losas laterales, pero es de suponer que cuando se construyó, hace 4.700 años, sería un recinto hermético, para que los animales no pudieran acceder a los cadáveres ...». La losa que cubre actualmente la cámara mortuoria fue puesta allí hace medio siglo, tras dar por hecho que esa gran piedra existente al lado de las losas verticales sería realmente la tapa. Hay quien defiende que no fue colocada en su posición original.
En la zona exterior se aprecian cenizas y restos de barro. Señal de que más de un grupo ha acudido a este lugar para depositar cenizas de sus seres queridos. Pasa por allí el guarda de la mancomunidad de Enirio-Aralar, José Antonio Irastorza, y lo corrobora: «Sí, se está poniendo de moda lo de traer cenizas a los dólmenes». Estamos en un sitio que rebosa viejas creencias y mitología. Barandiaran recogió la leyenda de que los últimos gentiles, a la llegada del cristianismo, fueron a morir a Jentillarri. «Se metieron todos, hombres, mujeres y niños, precipitadamente debajo de una gran losa que desde entonces se llama Jentillarri, 'sepultura de los gentiles», le relataron al sabio de Ataun.
Los monumentos funerarios más antiguos de Aralar son los dólmenes. Cuando se construyeron, hace unos 5.000 años, los cadáveres se enterraban entre esas grandes losas. Luego, en la época de los crómlech, hace unos 3.000 años, comenzaron a incinerarse los cuerpos. En Aralar han aparecido muchos megalitos, no así los lugares de habitación de esa gente que acudía hasta estos pastos con sus ganados desde lugares de menor altitud, como lo hacen ahora los pastores de los pueblos de los alrededores. «Es difícil encontrar esos lugares donde vivían los ganaderos. Habría que hacer catas en todo Aralar», prosigue el arqueólogo.
Vuelta al todoterreno. Desde Jentillarri nos dirigimos a la cista de Arraztarangaña, descubierta por Barandiaran en 1917. Las cistas son algo parecido a pequeños dólmenes, cuadradas o rectangulares, casi siempre de un metro de lado. Los dólmenes son más antiguos, se construyeron al menos hace 5.000 años, pero se reutilizaron hasta hace unos 3.000 años. Las cistas son más recientes, se comenzaron a construir hace unos 3.700 años.
Curiosamente, la cista está a tan solo 150 metros del dolmen de Jentillarri. Contenía restos de al menos cinco individuos. ¿Por qué se construyó un nuevo monumento funerario estando el dolmen tan cerca? «Quizá fue construida por una comunidad diferente. Quizá fueron pensadas en un comienzo para albergar solamente el cuerpo de una persona determinada... Quién sabe», comenta Mujika.
La cista está al borde del camino actual. El arqueólogo recuerda una idea que remarcó en su día Barandiaran: allá donde pasa el cortejo fúnebre transportando un cadáver, ese trayecto se convierte en camino. Mujika piensa también que todos estos megalitos tenían otra finalidad, la de marcar el territorio -los pastos- que disfrutaba una determinada comunidad.
Entrada en Ondarre
Ahora sí, entramos en la vaguada de Ondarre. Bajamos del vehículo, porque allí no hay pistas, sino simples senderos. En una zona de pendiente, el sendero ha quedado bastante erosionado. Es ahí donde hace tres-cuatro años Mujika encontró los restos más antiguos de la sierra de Aralar: una lasca de silex tallada con el método levallois y un núcleo de arenisca, ambos fabricados por los neanderthales de hace entre 40.000 y 100.000 años. Los restos se encontraban a la vista, en una zona lavada por las lluvias y erosionada por las pisadas del ganado y los montañeros. Aquellos neanderthales no conocían la ganadería; vivían de la caza y la recolección de frutos silvestres.
Muy peculiar lugar este de Ondarre, desde el punto de vista de la geología. En la época de los neandertales y primeros cromañones -nuestros antecesores- hubo allí un lago, como se deduce de los trabajos de J. M. Edeso y A. Lopetegi, profesores de la UPV/EHU. Muchos animales acudirían allí a beber agua. Hoy en día, si uno abre los ojos, verá que el terreno está repleto de pequeñas piedras redondeadas de color oscuro y gran fragilidad, señal de que la zona estaba sumergida bajo el agua. Miles de años después de que desaparecieran los neandertales, ya al final de la última glaciación o cuando se llegó a las condiciones climáticas actuales, ocurrió que se abrió una sima-sumidero en la base, la cual sigue ahí en la actualidad. Finalmente se conformó un paisaje muy peculiar: una mezcla de montículos y depresiones, a modo de dolinas.
En el borde de una de esas dolinas está la cista de Ondarre, descubierta en 2011, que ahora está a medio reconstruir. Las losas estaban tumbadas y ahora se pondrán verticales, en su posición original. "Fue una pequeña sorpresa, dado que al comienzo no se veía más que un par de piedras en paralelo, una de caliza, y la otra de arenisca, y eso ya daba que pensar. La ubicación no era de las más sugerentes. Mujika ha contado con la ayuda de Giorgio Studer, de Gordailu y experto en restauraciones. En la zona central apareció un pequeño fuego a base de madera de avellano, que seguramente sería parte de un ritual, y los restos de cuatro personas: dos niños y dos adultos más bien jóvenes. También han aparecido restos cerámicos y de sílex.
El monumento está rodeado por una valla de alambre de espino. Así lo estará hasta que la base de la cista se llene de tierra. Si no fuera así, el ganado (vacas y yeguas) patearía y alteraría enseguida toda la zona. «Hay veces que piensas que lo hacen queriendo. Nos han hecho alguna faena gorda», confiesa el arqueólogo.
Damos unos pasos más y nos paramos junto la piedra alargada (de un metro de alto, pequeña para ser un menhir) que los pastores y paseantes han conocido siempre allí enhiesta, en mitad de la vaguada de Ondarre. Estaba documentada como piedra cenizal en la Edad Media, es decir, 'haustarri' o mojón central de un sel, una unidad circular de terreno, destinado a la ganadería. Pero se sospechaba que podía ser bastante más antigua. Hace varios años se excavó en uno de los lados y aparecieron carbones de diferentes tipos de madera. No fue una sorpresa. Pero en la campaña arqueológica del año pasado, Mujika y su equipo analizaron mejor el entorno y descubrieron tres piedras tumbadas. Resultó que la famosa piedra era en realidad uno de los testigos de un círculo de piedras, de un crómlech, que en su día tendría un diámetro considerable. Así pues, tenemos un nuevo cromlech en Aralar, y ya son media docena, cuando hace todavía una década no se conocía ninguno en la sierra. Se pensaba que los cromlech eran más bien monumentos funerarios pirenaicos, que llegaban al este guipuzcoano, pero sin pasar de ahí más que en alguna rara ocasión.
Luego, Mujika muestra una piedra grande, suelta, de caliza, que daba que pensar. Este verano han realizado una cata alrededor con resultado negativo. No todas las piedras iban a ser megalitos.
La excursión acaba junto a la mayor joya de Ondarre, el crómlech que fue descubierto hace cuatro años y reconstruido en la campaña del verano pasado. Ahora, con la hierba ya totalmente asentada, resulta muy vistoso. Y, al lado, otro cromlech, de menor tamaño, que ha sido reconstruido estas últimas semanas y no está aun tan lucido. No son círculos completos. En las zonas en las que no se encontró ninguna piedra se han respetado las 'faltas'.
Ayuda del azar
Los descubrimientos de estos monumentos fueron fortuitos, de auténtica chiripa. En el caso del cromlech más vistoso, solamente se veían dos piedras. «Usamos unas varillas para detectar otras posibles piedras enterradas. Empezamos a excavar y entonces sí, fueron surgiendo las piedras del círculo. Tres de las piedras son de arenisca, el resto de caliza». Algunas de las piedras calcáreas tienen un grosor fino, debido a la acción del agua, que va disolviendo poco a poco ese material, hasta hacerlo prácticamente desaparecer, quedando sólo una mancha grisácea o un trocito. Estos megalitos fueron construidos por grupos humanos que se dedicaban a la ganadería y practicaban en Aralar una trashumancia similar a la que el pastor vasco ha desarrollado hasta nuestros días.
Quien pase por Ondarre deberá fijarse en que todos esos megalitos, de piedra mayormente caliza, fueron construidos a base de acarreo de piedra desde zonas relativamente lejanas. Como se ha dicho antes, esa vaguada no es zona de roca, sino de cantitos rodados.
Volvemos hacia el vehículo y pasamos cerca de la txabola del pastor ordiziarra Joseba Insausti, quien elabora allí mismo queso en junio y julio. Comercializa su producto con la marca 'Ondarre' y ha recibido numerosos galardones. Hace unos pocos años se le dio permiso para aumentar ligeramente la superficie de su txabola. Previamente se hizo una cata y aparecieron restos de un asentamiento de la Edad de Bronce. Ya hace algo más de 3.600 años, allí había ganadería de ovejas, vacas y cerdos. Además, no lejos de allí se descubrieron dos chabolas de época romana y los de un fondo se cabaña del siglo VII de nuestra era. Aralar ha sido un paisaje humanizado desde hace miles de años.