
Lidia y Iosune, sobrevivir y cuidar en la UCI
La zona cero ·
Una paciente que estuvo un mes ingresada se reúne con la enfermera que veló por ella. DV accede a los Cuidados Intensivos del Hospital DonostiaSecciones
Servicios
Destacamos
La zona cero ·
Una paciente que estuvo un mes ingresada se reúne con la enfermera que veló por ella. DV accede a los Cuidados Intensivos del Hospital DonostiaMACARENA TEJADA / FOTOS: LOBO ALTUNA
Jueves, 31 de diciembre 2020, 11:58
Sus caminos se cruzaron a finales de noviembre en el Hospital Donostia. Bajo mascarillas y con angustia, ambas, cada una desde su trinchera, luchaban contra el Covid-19. La donostiarra Lidia Iriarte lo hacía desde su cama en la UCI, donde mantenerse con vida se convirtió en su único propósito. Al otro lado, entre otros muchos profesionales de la salud, estaba la enfermera irundarra Iosune Echepare, que a diario y sin descanso se encargaba de curar a los pacientes más graves. Esta es la historia de ambas, paciente y sanitaria, marcada por una pandemia que no solo ha trastocado su año, sino también su vida. Este periódico las ha reunido fuera del hospital para contar su historia y ha tenido acceso a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Donostia, por donde desde marzo han pasado otros 355 pacientes como Lidia, que estuvo un mes ingresada. En Gipuzkoa, desde el comienzo de la crisis sanitaria, alrededor de 400 personas han estado hospitalizadas en estado crítico y unas 1.600 en todo Euskadi. Sin ir más lejos, ayer 79 vascos permanecían en las UCI, el mismo número de familias que deseará cerrar este fatídico y duro 2020.
Iosune ya estaba trabajando en la planta 1ª 1ª, unidad habilitada expresamente para pacientes UCI no Covid o Covid blanqueados –los que están graves a causa del virus pero ya son negativo–, cuando Lidia empezó con los primeros síntomas. Era finales de octubre. Sentía cansancio, el estómago revuelto... Sin embargo, al no tratarse de los típicos 'fiebre, tos y dolor de garganta' asociados al coronavirus, no le dio mayor importancia a su estado. Pocos días después, el 1 de noviembre, comenzó con problemas respiratorios y entonces sí acudió a realizarse la PCR. El lunes 2 recibió el sms que le confirmaba que era positivo. «Me encontraba fatal, me faltaba la vida. No podía ni ponerme de pie», apunta. Es lo poco que consigue rememorar. «A partir de hacerme el test no me acuerdo de mucho más hasta que vinieron a recogerme en la ambulancia». Apenas pasaron 24 horas desde que le hicieran la PCR hasta que los sanitarios acudieron a por ella. Ese tiempo Lidia, que vive sola, estuvo en la cama, «no estaba muy consciente». La odisea no había hecho más que empezar. Aunque entonces no podía imaginárselo, le esperaban dos meses de oxígeno, tubos, sedación, traqueotomía y un largo etcétera de tratamientos para vencer al SARS-CoV-2.
No lo supo hasta la semana pasada, cuando recibió el alta definitiva, pero el Covid le originó una neumonía bilateral severa que casi le cuesta la vida. En la UCI, Lidia «no era consciente» de su gravedad. Los dos primeros días que estuvo hospitalizada los médicos intentaron revertir la situación en planta, pero ante la falta de respuesta de su cuerpo, en la noche del 3 al 4 de noviembre le ingresaron en Cuidados Intensivos. «De lo poco que me acuerdo es de que pedí que no avisaran a mi familia en ese momento, quería que esperaran a la mañana siguiente para que pudieran descansar tranquilos esa noche». Y así sucedió.
El teléfono de sus hijos y su hermana, sus contactos más estrechos, sonó a las 8.00 horas de aquel miércoles. Desde entonces y hasta que salió de peligro, estuvieron pegados al teléfono las 24 horas del día. Mientras tanto, Lidia, ajena a la batalla que libraba su familia, estaba siendo entubada y sedada. «Es muy duro vivir esos momentos con los enfermos», explica aquí Iosune, que «desgraciadamente» ha presenciado este tipo de situaciones cantidad de veces durante los últimos meses. «A veces les escuchas llamando a sus seres queridos, diciéndoles que no saben si van a despertar... Es sobrecogedor», apunta sin poder evitar que se le entrecorte la voz. «Hemos vivido momentos de mucha tensión», se defiende. Han pasado tanto tiempo entre las mismas cuatro paredes que entiende a la perfección el relato de Lidia, a quien atendió y acompañó durante sus últimos días en Cuidados Intensivos.
Durante ese mes en el que permaneció entubada, con un intento fallido de desentubación y una traqueotomía que «afortunadamente» salió con éxito, esta donostiarra tuvo «todo tipo de alucinaciones. Aún a día de hoy me cuesta saber qué pasó de verdad y qué no». Por ejemplo, una de las veces que, medio sedada, le preguntaron si sabía dónde estaba, respondió convencida que «en un supermercado. También estuve en Grecia con los voluntarios ayudando a los refugiados o en Canarias. Tenía un lío y una confusión increíbles. Es más, cuando definitivamente desperté estaba enfadada y muy desubicada. Quería irme de ahí». Todavía no podía hablar «y pasaba las horas pensando en cómo pedir un taxi. No entendía nada».
Una vez recuperado el sentido del tiempo, se tranquilizó. «Me ayudaron muchos los sanitarios como Iosune, que están todo el día pendientes», dice mirando a la enfermera, a lo que esta responde que esa es su labor. «Nadie está en el hospital por gusto. Nuestra labor es que estén lo mejor posible».
Entre la alegría de volver a abrir los ojos, retomar el habla o incluso empezar a comer –al principio solo gelatinas–, Lidia no dejaba de pensar en «el día en el que vivía. Uno de mis hijos cumple los años el 24 de noviembre. No pude felicitarle, pero ese día di negativo en Covid-19». Su mayor preocupación, en cualquier caso, fue su madre. «Quería que supiera que estaba bien. Hace años ya perdió a una hija, mi hermana pequeña, y no podía ocurrirle eso otra vez. Necesitaba que me viera», cuenta con lágrimas en los ojos. Estando ella ingresada, a su ama, de 88 años, le dio un infarto. «Cuando me enteré de lo que le había pasado yo ya me encontraba mejor. Pedí, por favor, que me dejaran ir a verla. Le habían reanimado y estaba ingresada en cardiología. Me llevaron 5 minutos a su habitación. Ella lloraba mucho y yo solo le repetía que me encontraba bien. Fue muy emotivo. Me daba mucha pena la situación».
Así, con un reto tras otro, pasó un mes, el de la UCI, y tres semanas, las de rehabilitación en planta. «Es un proceso lento y difícil porque estás sola, pero los peores momentos los vives sedada y no eres consciente de lo grave que estás. El mayor sufrimiento aquí es para la familia», reconoce ahora. Y Iosune asiente. Para ella, «sin duda», el peor momento es «cuando entuban a los pacientes. Algunos terminan bien, pero otros no corren la misma suerte». Lo que más «alegría» le produce, por contra, es ver a pacientes como Lidia, «que han superado la enfermedad y ya están recuperándose. Es gratificante saber que gracias a tu esfuerzo hay personas que se salvan». Lidia es una de ellas, aunque como en otros muchos pacientes de Covid que han pasado por la UCI, las secuelas son varias.
Por ahora, Lidia ha recuperado el movimiento en brazos y piernas, pero aún tiene dificultades para levantarse. «Caminando voy poquito a poco. Parezco una muñeca, pero al menos ando», ríe. «Es cuestión de tiempo y paciencia», añade Iosune. En cualquier caso, una arritmia durante su estancia en Cuidados Intensivos es la secuela más importante que le deja el SARS-CoV-2 a Lidia, «con medicamento a diario, cuando antes no tomaba nada, porque tengo sobrepeso pero mi analítica es totalmente normal». Aun y todo, no se queja. Más bien lo contrario. Sabe que es una «afortunada» por volver a estar en casa. Y no tiene «más que palabras de agradecimiento a Iosune y sus compañeros. Son buenos, optimistas, serviciales... No se les puede pedir más».
Aunque, puestos a pedir, tanto Iosune como Lidia reclaman «cuidado» para estas fiestas, ante el miedo de la llegada de una tercera ola por parte de los sanitarios. Y, a todos aquellos que aún dudan de la gravedad del virus, les invitan a darse una vuelta por el Hospital Donostia, donde la edad media de pacientes Covid en UCI ronda los 60, según la percepción de Iosune. «Hay gente joven», indica. «Los negacionistas que hablen conmigo», dice Lidia, que subraya que «dentro de lo malo», ha tenido «suerte».
Publicidad
Josemi Benítez
Claudia Turiel e Iñigo Puerta | San Sebastián
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.